28 de septiembre

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By Tom

28 de septiembre, siete y media de la tarde, Los Ángeles.

Tres años habían pasado ya, tres años en los que cada día había sido mejor que el anterior. Tres años en los que mi vida había dado un giro de trescientos sesenta grados. Tres años en los que no me separé ni una sola noche de mi muñeco.

Ciento cincuenta y nueve domingos en los que me quedaba horas y horas en la cama con Bill. Ciento cincuenta y nueve domingos en los que repartía miles de besos y de mordiscos por cada centímetro de la piel de su espalda. Ciento cincuenta y nueve domingos en los que no me preocupaba que al día siguiente fuese lunes, porque adoraba cada puñetero día de mi vida que pudiera compartir con él.

Mil noventa y cinco mañanas en las que siempre me tomaba el café perdiéndome en el café de sus ojos. Mil noventa y cinco tardes en las que más de la mitad tuvimos broncas. Mil noventa y cinco noches en las que todos los dramas desaparecían después de algunos mimos y de mucho sexo.

Veintiséis mil doscientas ochenta horas en las que no he podido parar de pensar en él ni una sola.

Un millón quinientos setenta y seis mil ochocientos minutos en los que mi corazón tenía un motivo por el que seguir latiendo.

Y ahora, aquí estábamos. En una playa malditamente cursi, repleta de flores, a reventar de luces. Aquí estábamos, con ya treinta años. Completamente adultos, completamente diferentes. Pero tan jodidamente iguales.

Matándome los nervios, de ver a tantas caras conocidas que no podían apartar la mirada de mi. Algunos con algunas lagrimas en los ojos. Porque no se lo creían, ni yo mismo lo hacía del todo.

Pero ahí estaba, de pie, esperando. Jugando inquieto con el anillo que no había soltado en diez años, y que nunca soltaría. Porque siempre, siempre le sentía cerca de mí.

No sé cuanto tiempo pasó exactamente hasta que la música empezó a sonar. Un simple violín era lo único que rompía el silencio nervioso que invadía ese trozo de playa, unas notas leves de violín que abrían paso al atardecer, una lenta melodía que hizo que mis lagrimas comenzaran a salir.

Estaba pasando. Era verdad. Era el momento.

Apretando mis puños, sin poder controlar los nervios, ni las lagrimas... Apareció.

Él.

Tan perfecto como siempre. Tan angelical, como aquella primera vez, y tan diferente a al mismo tiempo. Ya no quedaba rastro de ese chico de pelo largo y negro; ya no quedaban ni las migajas de aquel niño asustadizo y quebradizo.

Ahora era un hombre. Un hombre que conseguía hacer conmigo lo que quería. Un hombre que había logrado reconstruirse y reconstruirme. Un hombre del que estaba jodidamente enamorado.

Un hombre que con solo mirarme, con solo sonreírme, conseguía quitarme los nervios y los miedos. Y mientras caminaba hacia mi... El mundo desapareció.

En aquella desolada playa solo estábamos él y yo. Siempre habíamos sido él y yo. El resto de personas no importaban, el resto de personas se esfumaban. Incluso aquel violín dejó de sonar. Solo podía escuchar mis latidos, cada vez más acelerados, que comenzaban a ir al mismo ritmo que los pasos de Bill.

Cuando lo tuve junto a mi... de verdad me di cuenta de lo que estaba pasando. De verdad me di cuenta de donde estábamos. De verdad me di cuenta de que estábamos rodeados de amigos, algunos del pasado, y otros de nuestra nueva vida. Rodeados de personas que habían estado en los peores momentos, y personas que habían estado en los mejores.

Todas ahí, con nosotros.

En nuestra boda.


By Bill

Muñeco encontrado (5ª temporada MUÑECO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora