Siempre tuve el deseó de mandar todo a la mierda.
De no volver a ninguna de esas citas con el psicólogo. De ir a todos eso sitios, de hablar con todas esas personas. De solo acercarme a todas esas cosas que no tenía permitidas.
Nunca tuve tiempo para hacer amigos alguna vez. Nunca lo tuve para avanzar hacía personas de mi edad con simpleza. Para no tener la necesidad de soltar aquellas verdades y querer gritarles en la cara.
Nunca tuve tiempo para nada, siempre sentí que aquel tiempo que nunca empezó, ya había acabado.
Y no había disfrutado verdaderamente, nada.
-aveces me da un poco de risa- soltó con algo de sarcasmo -Todo ese tiempo intentando tener hijos para que cuando por fin se pudiera ¿Estuvieras enferma?- había dicho aquel hombre frente a mi, que compartía mi sangre y personalidad.
Parpadee lento.
Me columpie un poco en aquella mecedora. Mis ojos apenas divisaban a el ser masculino delante de mi, entre esa poca luz y los efectos de esos malditos calmantes, que mareaban.
-no estoy enferma- corregí con voz ahogada. Intente no sonar agresiva, intenté mantener la calma ante ese pequeño show.
Pero fue caótico, la violencia en mi mente me rogó que no bajará la voz. Aquel hombre que tanto fatigaba mi mente desde que tengo uso de razón me obligaba a matarlo cada minuto en mi mente.
Su mirada cayó sobre mi con algo de burla. El olor a alcohol me atacó de golpe, provocándome algo de nauseas -¿Que es todo esto, entonces? ¿Te gusta drogarte, solamente?- dió otro paso hacia mi y sus manos se anclaron a los lados de aquella vieja mecedora.
Me observo entre la oscuridad. Mis ojos ardieron al intentar enfocar hacia el - papá.. - lo llamé fingiendo calma.
Soltó una pequeña risa ante mi estúpido llamado. Las imágenes y recuerdos pasaron volando frente a mi vista, en cuanto su cuerpo tambaleante se abalanzó hacia mi.
Un empujón terminó llegando. Siempre conseguía mandarme a la pared sin problemas. Al mismo tiempo que mi cabeza impactaba contra la pared y la vista me traicionaba.
¿Que tanto había que suceder para pensar que merecía aquellos tratos de mi padre? ¿Que debió pasar por mi cabeza para pensar que ese seria el precio que debía pagar por llegar a su vida?.
-¡Te odio!- grito hacia mi. Mis manos se mantuvieron firmes a mi cara, cubriéndola a toda costa, mientras las patadas caian sobre algunas otras partes de mi cuerpo.
Por algunos años cumplí el trabajo de defender mi propia madre de aquel hombre que perdía la cabeza con algunas cervezas. Nunca me importaron algunos golpes, ni rasguños. Después de todo, un simple moretón podría curarse en unos simples días y al final, nisiquiera salia de casa ¿No?.
¿Que más había? Vamos, ¿Que más podría pedir?.
Mi madre falleció. Ya no recordaba aquel entrenamiento con la escoba de barrer para golpearlo y huir. O aquellas simples amenazas con algún cuchillo de la cocina para protegerla a ella.
Ya no tenía sentido correr, no necesitaba distracciones. Ya solo golpearme, ya solo mátame de una buena vez.
Ya solo acércate y que no solo haya una muerte en el periódico mañana ¿Porque mejor, no dos?.
-ya..- mi cuerpo pidió un respiro ante los mismos golpes en zonas iguales.
Mi mente divagó unos segundos sobre ese frío suelo. En si todo aquello valía la pena, en qué si solo había eso para mí.
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•quítate el disfraz, frente a mi.•©
RomanceNisiquiera sabes quién eres, eso no importa. Creo que después de todo, el mundo vive en constante cambio, ¿podrías tu, acaso aceptarme con todas mis máscaras?.