𝟷𝟷

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Era sábado por la tarde, y Adrien yacía en su cama, sumido en la oscuridad de su habitación. Las cortinas estaban corridas, dejando entrar solo un rayo de luz tenue que apenas iluminaba la habitación desordenada. La atmósfera era pesada, casi opresiva, un reflejo de su estado emocional.

Después de la angustiante noche en que había corrido hasta la casa de Marinette, su mente estaba en un torbellino. Aquel encuentro, que había esperado con ansias, se convirtió en una pesadilla. Nadie le había abierto la puerta. Las llamadas y los mensajes se quedaron sin respuesta, cada tono de apagado resonando como un eco de su desesperación. A pesar de saber que Marinette había llegado sana y salva a casa, eso no le ofrecía consuelo. La preocupación y la confusión lo consumían.

Esa mañana, había intentado comunicarse con sus amigos, pero todo fue en vano. Alya no sabía nada de Marinette, y cuando habló con Sabine y Tom, se encontró con la misma indiferencia. Ambos estaban atrapados en sus trabajos, y parecía que el tiempo se les había escapado. Adrien sentía que el mundo continuaba girando mientras él permanecía estancado, atrapado en su angustia.

Cada vez que su mente intentaba divagar, regresaba a Félix, que había estado extraño y distante. Había algo en su actitud que lo inquietaba; era como si supiera algo que Adrien ignoraba. Intentó hablar con él, preguntarle directamente qué sabía sobre Marinette, pero cada vez que lo hacía, Félix se cerraba más, desviando la conversación o cambiando de tema. Esa barrera entre ellos lo frustraba aún más, y no podía evitar preguntarse si había hecho algo que hubiera ofendido a su primo.

Recostado en la cama, Adrien se dio cuenta de que estaba atrapado en un ciclo de dudas y autocrítica. ¿Era realmente tan torpe que había dejado que Marinette se alejara? Cada recuerdo de sus momentos juntos se repetía en su mente: su risa, sus miradas cómplices, el calor de su cercanía. La imagen de ella abrazándolo, sonriendo, era un bálsamo que se convertía en veneno al recordarle lo distante que estaban ahora.

Con un suspiro resignado, se giró en la cama y enterró la cara en la almohada. Las lágrimas comenzaron a asomarse, y él las reprimió con rabia, sintiéndose estúpido por llorar por alguien que parecía tan lejos. Sabía que tenía que hacer algo, que no podía dejar que esta incertidumbre lo consumiera. Pero, ¿qué podía hacer si ni siquiera sabía dónde encontrarla? La desesperanza lo envolvía, y con cada segundo que pasaba, la angustia se hacía más pesada.

Adrien seguía sumergido en su pequeña depresión, tumbado en su cama con los ojos cerrados, tratando de apagar sus pensamientos, cuando de repente escuchó cómo la puerta de su habitación se abría de golpe. Se levantó un poco, sobresaltado, para ver quién entraba, y antes de poder reaccionar del todo, la voz de Félix rompió el silencio con fuerza.

—¡No puedo soportarlo más!—exclamó su primo, entrando con determinación.

El castaño cruzó la habitación con pasos firmes y abrió las cortinas de par en par, dejando que la luz inundara el cuarto. Adrien se quejó, cubriéndose la cara con el brazo mientras buscaba algo que lanzarle en respuesta. Encontró una almohada y la arrojó con poca fuerza hacia él.

—¿Así que ahora sí me hablas?—refunfuñó.—¿Ya se te pasó tu fase bipolar o qué?

Félix se quedó frente a él, suspirando, mientras la almohada caía al suelo sin ni siquiera tocarlo.

—Tienes razón.—dijo con una expresión más serena.—Fui grosero y un mal primo. Estaba molesto.

—¿Molesto?—preguntó sentándose en la cama.—¿Qué hice yo para enojarte?

—Te vi la noche anterior con Kagami.

Adrien abrió los ojos con incredulidad y negó con la cabeza, tratando de entender.

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⏰ Última actualización: Oct 08 ⏰

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 𝐸𝓍𝓅𝑒𝓇𝒾𝑒𝓃𝒸𝒾𝓃𝑔 𝐿𝑜𝓋𝑒 || +𝟏𝟖 𝒜𝒹𝓇𝒾𝑒𝓃𝑒𝓉𝓉𝑒 || Volumen I y II [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora