Capituló 09

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Ferran se bajó del auto junto con el portabebés, observando con cierta nostalgia su hogar, que ya no se sentía así.

Desde Sira, había puesto un pie en casa más allá de lo necesario, sólo cuando necesitaba ducharse y cambiarse de ropa, pero a partir de ahí se dedicó a pasar el resto de los días junto a su cachorro en el hospital.

Ahora que ambos fueron dados de alta, le pareció extraño llegar y saber que ese hogar donde se suponía estaría compartiendo con su omega y sus futuros cachorros, ahora solo vivirían él y su pequeño Hugo, haciéndola lucir un tanto deprimente.

—Vamos, te ayudaré a bajar las cosas —Balde le dio unas palmaditas en el hombro, animándolo a continuar su caminata.

El alfa dejó escapar un suspiro, decidiendo llegar a la entrada y abrir el lugar donde vivía su mayor miedo. La soledad no estaba tan presente en el hospital gracias al enfermero Pedri, pero ahora que estaba solo, parecía que la ausencia de su omega estaba más que presente. El otro alfa terminó de mover todas sus pertenencias desde el auto hasta la entrada de la casa, dándose palmaditas en las manos mientras caminaba detrás de él en dirección a la habitación del bebé.

Al abrir la puerta se sorprendió al ver el espacio perfectamente decorado para el cachorro, desde diferentes peluches adornando las superficies de los muebles, las ilustraciones pintadas en las paredes con varios relieves y colores neutros, además de una suave melodía que sonó desde la cuna una vez que el alfa depositó a su cachorro en ella, presionando uno de los monitores que se encontraban en la parte superior.

—Es muy bonito todo esto —murmuró el alfa menor con una sonrisa, dejando una pequeña bolsa de regalo sobre el mostrador.

—Gracias, Sira y yo comenzamos a decorarlo tan pronto como tuvimos la noticia de que estaba en cinta, estuvimos decorándolo todos estos meses.

—Realmente se esforzaron mucho —dándole palmaditas en el hombro, observó al pequeño—. ¿Estarás viendo aquí? Puedes quedarte en mi casa mientras tus padres regresan, o si necesitas ayuda puedo hacerte compañía, tengo un par de días libres antes de regresar al trabajo.

—No, Ale. Estoy bien, estaremos bien, así que no tienes que quedarte. Agradezco tu ayuda, realmente no era necesario que nos trajeras aquí, debes tener cosas que hacer.

El alfa menor negó, sonriendo.

—No tienes que agradecer, si necesitas algo sólo llama, no lo dudes.

El alfa todavía se sentía cansado, además del dolor de cabeza que comenzaba a aparecer. Alejándose de la cuna, decidió salir de la habitación con su mayor detrás de él, caminando por el pasillo hasta las escaleras, dirigiéndose hacia el resto de sus pertenencias.

—¿Necesitas algo más? Puedo quedarme si quieres.

—No, estoy bien. Estaré desempaquetando todo lo que llevé al hospital, luego me daré una ducha y posiblemente dormiré un poco, creo que lo necesito —sonrió tomando en sus manos la primera bolsa.

—Bueno, volveré a casa, pero tendré mi celular a un lado —con una última mirada decidió envolverlo en sus brazos por un momento antes de alejarse, sorprendiendo del todo al contrario—. Cuídense mucho, nos vemos pronto.

—Ve con cuidado, Alejandro —despidiéndose de él con un gesto de la mano, permaneció en el umbral de la puerta mientras lo veía subir a su auto, perdiéndolo de vista tan pronto como se alejaba.

Cerró la puerta con cierto pesar, recargando su frente contra la fría superficie antes de que sus hombros comenzaran a temblar violentamente, mordiéndose el labio para contener el primer sollozo que amenazaba con salir de su boca.

La horrible sensación en la boca del estómago, la falta de aire y lo asfixiaba hasta el punto que sentía que todo comenzara a girar a su alrededor, tratando de tomar aire dejando caer la bolsa que aún sostenía.

Su lobo estaba tan triste que lo ahogaba, su olor se volvió tan agrio que pensó por un momento que toda la casa quedaría impregnada, no quería que la habitación de su cachorro tuviera ese mal olor. Apretando sus manos en puños, se obligó a calmarse antes de adentrarse en la niebla que amenazaba atraparlo, centrando su mirada en la bolsa que caía de sus manos, buscando a alguien con quien distraerse.

Lo que no tenía idea era que no solo el alfa estaba pasando por un mal momento, y que el comportamiento de su lobo no se debía sólo a la pérdida de su omega, sino al lobo de un joven enfermero privado que se encontraba en la misma situación.

Pedri sintió que sudaba frío mientras recargaba su espalda contra la pared, tratando de controlar sus manos temblorosas antes de que se abriera la puerta de la habitación, viendo entrar a su directora en jefe de aquella área.

—Cariño, ¿estás bien? —preguntó en tono preocupado, acercándose.

El omega asintió, mostrando una sonrisa.

—Estoy bien, ya pasará.

—Parece que te vas a enfermar pronto, ¿qué tal si te vas a casa? Es mejor que vayas a descansar y evites exponerte peor, no quisiera que empeoraras.

—No, estoy muy bien, sólo necesito un par de minutos —cuando intentó levantarse, cayó abruptamente sobre su asiento, dejando escapar un suave gemido.

Sintió su visión desenfocada, desabotonó los dos primeros botones de la camisa que llevaba en busca de controlar el sudor que corría por la base de su cuello. Desde la noche anterior los síntomas habían aparecido y las sensaciones devastadoras que amenazan con arrastrarlo a la tristeza lo acechaban, pero se negaba a ceder incluso cuando su lobo lloriqueaba en su interior.

—No estás bien, Pedro. ¿Tiene síntomas de gripe?
—cuando él tardó en responder, la mujer mostró una expresión de horror—. No es lo que pienso, ¿verdad?

—¿Mi lobo? Sí, por eso.

—¿Encontraste a tu destinado? ¿Cómo fue? ¿Por qué tu lobo reaccionó tan mal?

—Lo conocí, pero no pasó nada —él se encogió de hombros, avergonzado.

—¿Por qué?

—Fue el alfa quien recién pudo sacar a su bebé del hospital, al que estuve cuidando estos últimos días.

—Oh Dios, ¿no es el alfa quien perdió a su omega en el parto? Eso es terrible, por ambos lados. No puedo imaginar cómo debe sentirse él, ni lo que debes sentir tú —la mujer se puso en cuclillas frente a él, tomándole las manos—. Pepi, deberías pedir una licencia para poder tomarte unos días, o sino sólo estarás empeorando.

—No, no cambiará si estoy en casa o no, esto no cambiará —su labio tembló, con ganas de llorar en ese momento.

Sabía que estar en la soledad de su hogar, sólo empeoraría su situación, sugiriéndose con las cosas mientras su lobo seguía persistiendo. No quería estar allí, prefería trabajar la mayor cantidad de horas posible para mantenerse ocupado, distrayendo su mente de los pensamientos negativos que querían invadirlo.

—Me gustaría ayudarte, pero no sé cómo —le acarició la mejilla con una sonrisa triste—. Si necesitas algo, no dudes en decírmelo. Ve a tomar un poco de aire, te vendrá bien mientras logras despejarte.

Asintiendo, se levantó con dificultad con su ayuda, caminando lentamente hacia la puerta mientras respiraba profundamente.

Sólo deseaba que con un poco de aire pudiera quitar todas las emociones que lo invadían, si tan solo fuera fácil dejarlas ir.

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