Cap. 24

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POV BECKY

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POV BECKY

Las veinticuatro horas siguientes se desdibujan en mi memoria. Después de incorporarme, me siento mareada y desorientada; me duele la cabeza como si todo mi cuerpo fuera un enorme moretón. Oigo un estruendo de fondo y parece como si todo lo que me rodeara me llegara de muy lejos.

Creo que me he desmayado por la explosión, pero no estoy segura. Cuando me recupero lo suficiente para caminar, veo que el fuego que consumió el edificio se ha apagado prácticamente en su totalidad.

Aturdida, subo por la colina y empiezo a buscar entre las ruinas humeantes del almacén. A ratos encuentro cosas que parecen extremidades chamuscadas y, en un par de ocasiones, descubro algún cadáver que parece entero, solo que le falta una cabeza o una pierna. Soy consciente de lo que encuentro, pero no termino de procesarlas. Me muestro indiferente, como si no estuviera allí en realidad. Nada me afecta. Nada me molesta. La impresión ha amortiguado incluso las molestias físicas.

Me paso horas buscándola. Cuando paro, el sol está en lo alto del cielo y yo estoy empapada de sudor.

No me queda más remedio que enfrentarme a la verdad: no hay supervivientes. Es así y punto.

Debería llorar. Debería gritar. Debería sentir algo. Pero no, nada. Solo estoy atontada y entumecida.

Salgo del almacén y empiezo a caminar. No sé dónde voy y tampoco me importa. Solo soy capaz de poner un pie delante del otro.
Para cuando empieza a anochecer, encuentro un grupo de casitas hechas con varas de madera y cartones. En un riachuelo que discurre en mitad del asentamiento, veo a un par de mujeres lavando la ropa a mano.

Sus caras de asombro son lo último que recuerdo antes de desmayarme a unos metros de ellas.

—Señorita Armstrong , ¿se siente con fuerzas para responder unas preguntas? Soy el agente Wilson, del FBI, y él es el agente Bosovsky.
Levanto la vista y me fijo en el hombre regordete de mediana edad que está junto a mi cama. Para nada es como me había imaginado a un agente del FBI. Tiene la cara redonda, casi angelical, con mejillas rosadas y unos vivarachos ojos azules. Si el agente Wilson llevara un gorrito rojo y tuviera una barba blanca, seguro que sería un gran Papá Noel. Por contra, su compañero, el agente Bosovsky, es delgado como un palillo y tiene la cara surcada de arrugas.

Llevo dos días recuperándome en un hospital de Bangkok. Al parecer, una de las mujeres del riachuelo avisó a las autoridades locales sobre la chica que había aparecido en su aldea. Recuerdo muy vagamente que me interrogaron, pero dudo que me expresara con claridad entonces. Sin embargo, me entendieron lo suficiente para ponerse en contacto con la embajada de Estados Unidos y los agentes norteamericanos tomaron el relevo.

—Sus padres vienen en camino -dice el agente Bosovsky al ver que sigo mirándolos sin mediar palabra -. Su vuelo aterriza dentro de unas horas.
Parpadeo, como si sus palabras lograran penetrar la capa de hielo que me ha mantenido aislada de todos y de todo desde la explosión.

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