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Los días habían pasado en una calma tensa. Lesslie, aunque trataba de concentrarse en su rutina diaria, no podía evitar que su mente regresara una y otra vez a la conversación que había tenido con Bryan. El silencio de los niños había sido su mayor preocupación. Bastián y Miranda no habían dicho una sola palabra desde que Bryan les contó la noticia, y la manera en que ambos se habían marchado a su habitación, con la cabeza baja, había dejado una sensación de vacío en la casa.

El sonido del timbre interrumpió sus pensamientos. Lesslie se apresuró a abrir la puerta, sabiendo que esa visita significaba un respiro, al menos por un rato. Maurice, Kenia y Eloisa habían decidido venir ese día, y aunque no lo había admitido en voz alta, sabía que los necesitaba más de lo que había querido aceptar.

—¡Hola! —saludó Maurice con su habitual sonrisa cálida, extendiendo los brazos para abrazarla.

—Hola —respondió Lesslie con una sonrisa forzada, pero sincera, mientras lo abrazaba.

Detrás de él, Kenia y Eloisa entraban con la misma energía contagiosa de siempre. Kenia le lanzó una mirada cómplice a Lesslie antes de besarla en la mejilla.

—Nosotros venimos a animarte —dijo Kenia, guiñándole un ojo—. Y a los niños también. ¿Dónde están?

Lesslie miró hacia la escalera, donde Bastián y Miranda solían refugiarse después de la escuela. No bajaban a menos que los llamara, pero hoy no se trataba de una rutina cualquiera.

—Están arriba, en la habitación de juegos —dijo Lesslie, su voz ligeramente apagada—. Han estado algo... callados.

Maurice frunció el ceño, captando el cambio en su tono. Sabía que algo más profundo estaba sucediendo.

—Voy a hablar con ellos —dijo, dándole una palmada suave en el hombro antes de dirigirse hacia las escaleras.

Kenia y Eloisa se quedaron con Lesslie, que trataba de mantener su compostura. La cocina estaba inundada de luz, pero el ambiente se sentía pesado, como si las sombras de lo que había pasado no pudieran ser borradas tan fácilmente.

—¿Cómo estás? —preguntó Eloisa con delicadeza, su mano posándose en la mesa, en un gesto que intentaba mostrar apoyo.

Lesslie soltó un suspiro que parecía haber estado conteniendo durante días. Se sentó, dejándose caer en una de las sillas, mientras Kenia y Eloisa tomaban asiento frente a ella.

—No lo sé —admitió finalmente—. Todo ha sido... extraño.

Kenia la miró con una mezcla de preocupación y comprensión.

— El idiota de Bryan les contó a los niños, ¿verdad? —preguntó, aunque parecía conocer la respuesta de antemano.

Lesslie asintió lentamente.

—Lo hizo... y desde entonces, Bastián y Miranda apenas han hablado. Sé que están confundidos, pero no sé cómo ayudarlos. Y... —hizo una pausa, sintiendo que su voz temblaba— no estoy segura de si quiero que él vuelva a hablar con ellos.

Eloisa la miró con sorpresa.

—¿Por qué no? Él también tiene que ser parte de esto, Less. No es solo sobre ti.

Lesslie apretó los labios, su corazón latiendo con fuerza. Sabía que Eloisa tenía razón, pero había algo que la mantenía reacia. Cada vez que Bryan estaba cerca, sentía una mezcla de emociones tan confusas que le costaba respirar.

—No es que no quiera que hable con ellos —dijo finalmente—. Es que cada vez que lo veo, cada vez que vuelve aquí... me recuerda todo lo que perdimos. Todo lo que fuimos. Y no sé cómo manejarlo.

●La invitación●Donde viven las historias. Descúbrelo ahora