CAPITULO 2

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PERFECTA
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La vida es un laberinto de sorpresas, un juego de azar donde nosotros somos los dados. Nos lanzan al aire, y nuestra trayectoria es impredecible. Pero, ¿Qué opción tenemos? Ignorar el juego es perder, negarlo es autoengaño. Vivimos para de algún modo satisfacer su necesidad de vernos enfrentar el riesgo y sobrevivir al impacto. Y en ese vértigo de incertidumbre, encontramos nuestra razón de ser.

Entonces, ¿Por qué pretendo ser ciego ante su brillo? Ella estaba allí, radiante, espléndida. Su presencia era como un amanecer en medio de la noche, un faro que ilumina el camino. Mi camino. Quizás solo mis ojos la veían así, pero me daba igual. Nosotros mismos somos quienes definimos lo que llamamos "perfección" y ella desde mis ojos... Era más que perfecta. Perfecta como una mañana de sol, suave como la brisa del mar, increíblemente perfecta como el horizonte de un amanecer.

"El alma tiene su propio ritmo", me decía mi abuela. "Y cuando encuentras a alguien que sintoniza con ese ritmo, es como si el universo entero se detuviera". Yo no sabía qué significaba hasta que la vi. Su sonrisa era la melodía que mi alma había estado esperando.

¿Cómo afrontas la perfección? Bueno, yo lo hice tartamudeando. Olvidé todos los años de práctica, todas las lecciones de mi madre. Cómo si los regaños y todas las veces que repetí en mi cuaderno húmedo por las lágrimas, una y otra vez la misma oración no haya sido suficiente. La sencilla pregunta "¿Qué deseas?" me dejó sin palabras. Fue como si el tiempo se detuviera, y solo existiera el presente.

La primera impresión es lo que cuenta, dicen. La mía marcó el inicio de una historia confusa y caótica. Tal vez me estoy adelantando, pero nunca imaginamos el final de algo. No porque no sepamos que existe un final, sino porque en el fondo de nuestro interior, deseamos que tan solo por una vez... sea eterno.

"El amor es la única fuerza capaz de transformar el caos en armonía", dice un sabio. Y yo sentí esa fuerza cuando la miré. Solo mirar tus ojos y verlos achinarse al sonreír era mi condena. Sentenciado a querer mirarlos cada mañana por el resto de mi vida. En ese momento, supe que mi destino había cambiado. Que mi camino se había cruzado con el suyo, y nada volvería a ser igual.

 Que mi camino se había cruzado con el suyo, y nada volvería a ser igual

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