CAPITULO 6

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EL POEMA DEL DESTINO
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Recuerdo cuando declamé el poema de Oscar Wilde en la primaria. "No puedo escribir majestuoso proemio como preludio a mi canción...", repetía, sin entender su significado. Pero algo en esas palabras resonaba dentro de mí.

Aquel momento en que gané el concurso de poesía me trajo una sensación de logro, pero también de confusión. ¿Qué significaba realmente ese poema? Solo años después, al encontrarla, comprendí que la vida es un misterio que se desvela en los ojos de quién amamos.

Ella se apoderó de mi corazón como una tormenta en alta mar. No importaba cuánto luchara, al final el mar haría de las suyas. Y yo, aún así, con el miedo a perder la vida en el intento, estaba dispuesto a navegar por sus mares.

Me enamoré de su sonrisa radiante, que iluminaba mi mundo. De su mirada profunda, que parecía ver hasta el alma. De sus muecas absurdas, que me hacían reír y llorar al mismo tiempo.

Me enamoré de su voz melodiosa, música para mis oídos. De su risa contagiosa, que me hacía sentir vivo. De su cabello suave y sedoso, que me invitaba a tocarlo.

En ella, la imperfección era perfección. Cada detalle de ella era digno de apreciar. Su aroma, su cabello, su cintura... Cada gesto, cada palabra, cada momento a su lado era especial.

Recuerdo cuando la vi barrer las gradas de afuera, el conflicto que provocó en mí. Jamás hubiera podido imaginar el impacto emocional que causaría en mi vida. ¿Acaso perdí la cordura? ¿Dónde quedó mi razón? No lo sabía, sin embargo ella producía en mí sensaciones que nunca antes había sentido. Era como si hubiera despertado de un sueño y visto la realidad por primera vez.

Era una satisfacción extraña pero agradable, como si hubiera encontrado mi verdadero propósito. El sentimiento era correspondido; lo veía en su mirada, en sus gestos, en su sonrisa.

En los deportes, aprendí a controlar mi respiración y a sentir el latido de mi corazón. En el fútbol, el básquet, el tenis, la adrenalina me impulsaba a seguir adelante. Pero nada se comparaba a la sensación que sentí cuando ella estuvo cerca.

Estuvimos tan cerca que supe que debía arriesgarme. Debía intentarlo. Sentí que su mirada me decía "¿Qué esperas?" "Hazlo". Me armé de valor, no podía permitir que mis nervios me robaran ese momento. Ya a tan solo 10cm de sus labios ¿Acaso debía detenerme?

Fue la sensación más satisfactoria que había podido sentir. Mi corazón latía más rápido de lo normal, mi respiración se hacía corta, la adrenalina se apoderó de mi cuerpo. La besé y viajé al infinito. Regresé a tiempo solo para contemplar sus hermosos labios despegarse de los míos. Mi corazón iba a estallar.

De todas las sensaciones que había sentido en mi vida, está sin lugar a dudas era la mejor. En ese momento supe que era ella. Era ella con quien quería pasar el resto de mi vida, sin importar lo que pasase, solo quería mi vida entera a su lado.

Nuestra historia, apenas acababa de empezar. El mañana, era nuestro misterio.

 El mañana, era nuestro misterio

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