Dos imbéciles en un bosque mágico | 6

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Por vez número mil, más o menos, Brendan pateó una piedra a la vez que soltaba una maldición entre dientes.

Caminábamos por el espeso bosque. No sabíamos ni siquiera la hora.

En un ambiente común, podría haber asegurado que era de noche. En este ambiente, sin embargo, era imposible especular algo. Parecía de noche desde hace muchas horas. Demasiadas.

Otra vez, Brendan pateó una piedra. Está vez más grande y con más fuerza. La roca chocó contra un árbol e hizo que varías piñas cayeran. Una de ellas casi me da en la cabeza, y para mí buena o mala suerte, golpeó mi hombro.

Solté un quejido y lo empujé con fuerza.

—¡Deja de hacer eso! —le espeté—. ¡Vas a matarme!

Extrañamente, puso los ojos en blanco.

—Ni que fuera la gran cosa.

Me crucé de brazos.

Hace horas que caminábamos sin un rumbo aparente. No había señales de Douxie o el resto.

—¿A dónde se supone que vamos?

—A dónde tengamos que ir.

—¿Y dónde es eso?

—¡Donde sea menos aquí!

Resoplé.

Imbecil —murmuré.

—Lo escuché —respondió a su vez.

—Genial.

Nos sumimos en un silencio sepulcral mientras andábamos. No sentía nada. Es decir, sentía a Brendan. Sentía su magia. Pero nada más que eso.

Suspiré.

—Espero que mi madre no me mate cuando vuelva...

Él me miró de reojo.

—Por lo menos tienes una, ¿no?

Me encogí de hombros.

—¿Que hay de tí? ¿Tienes familia? ¿Padres, hermanos, tíos...? ¿Novia?

Paró su marcha y pude ver cómo se sonrojaba levemente.

—No —dijo simplemente, y volvió a caminar, a lo que yo lo seguí.

Levanté ambas cejas, sorprendida.

—¿Nada? ¿Ni siquiera un pariente lejano?

Negó con la cabeza.

—Eso es horrible —puse una mueca—. Pero... ¿Ni siquiera los conoces?

Ladeó la cabeza.

—Solo conozco a mi padre y a mi madre —hizo una pausa, pensativo—. Conocí, en realidad.

Negué lentamente con la cabeza.

—¿Entonces están...?

—¿Muertos? probablemente.

—Lo siento...

—Nah —me codeó—. Es una herida que ya está casi cerrada —sonrió de lado y yo lo imité, aunque la verdadcno entendía como tomaba tan bien el asunto.

Caminamos otro rato, hasta que él me hizo una seña y paramos.

—Hay que descansar aquí —dijo mientras dejaba el bolso bajo un árbol—. Voy a buscar leña.

Asentí mientras me sentaba, apoyando mi espalda contra el tronco.

—Si tienes hambre, hay comida enlatada en mi bolsa —exclamó mientras se adentraba en el espeso bosque.

Yo En Relatos De Arcadia | Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora