Destino | 3

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—¡Esto no tiene el más mínimo sentido! —ahora era mi turno de caminar con las manos en el pelo—. Ni siquiera soy de aquí... yo...

—Liz, por favor, relájate.

—Mira quien habla —espeté con el ceño fruncido—. Es algo... increíblemente raro yo...

Supongo que si son hermanos en ciertos sentidos...

—¡Dame un respiro, Arch!

—¡Dale un respiro, Arch!

Exclamamos ambos a la vez. Le lancé un mirada de ojos entrecerrados al mago y suspiré.

—Esto... es... —tomé asiento frente a él y enterré mi cara en mis manos a la vez que soltaba un quejido—. ¿Que se supone que haga ahora?

—Ir a buscar tu destino.

Levanté la cabeza cómo si un rayo me hubiera golpeado.

No acababa de insinuar eso...

¿O?

—¿Acaso te volviste loco? ¡Que voy a saber yo de magia!

—Esa es la cosa —dijo en tono severo mientras sonreía tímido—. Debes aprender a usarla, y para eso debes ir al lago de Zuota

Abrí la boca y la volví a cerrar. Me revolví el pelo, frustrada.

—No puedo. Yo... tengo que volver a casa.

—Por ahora, esta es tu casa —puso una mueca y luego sonrió con comprensión—. Por ahora, está es nuestra casa.

Solté otro quejido.

—No vengas con eso ahora, Douxie. Sinceramente, este es el peor momento para que me hables.

Fuera de lo que creí, guardó silencio y se puso de pie.

—Por ahora... —adios silencio— creo que lo mejor es que te des una ducha para despejarte y más tarde hablaremos del tema —cuando pasó por mi lado, me dió una caricia algo arisca en el pelo.

Caminó con una serenidad que —dado a su antiguo estado— me sorprendió. Entró a su cuarto y Archie fue tras él.

Suspiré.

Esto no tenía ni una pizca de sentido. No siquiera pertenecía a este mundo.

Douxie tenía razón. Necesitaba despejarme. Me puse de pie con pesar y me encaminé por el pasillo en dirección a mi cuarto.

Ni bien puse una mano en el pomo, agudicé el oído por la conversación que se oía en la puerta del frente.

—Tengo miedo, Arch —decía Douxie con cierto tono lastimero—. Tengo miedo por ella. Es... demasiado joven... e indefensa...

Su familiar soltó un suspiro.

—Te entiendo, Doux —murmuró—. Creeme que lo hago, pero... si es su destino, tiene que cumplirlo.

Tiene razón. Aunque me pese.

Entré a mi cuarto con un nudo en el estómago y me senté de forma automática. Dí una repasada rápida al entorno y fruncí el ceño. Ahogué un pequeño sollozo.

¿Que iba a hacer?

No tenía las agallas para eso.

Lo último que se me ocurriría —después de aparecer en Arcadia— antes de todo esto era que tendría que hacer el clásico viaje del héroe.

Tomé mis cosas y me encerré en el baño. Aproveché mi dicha para llorar. No por tristeza, si no por toda la frustración que había acumulado. Nada iba bien. Nada podía ser peor.

Yo En Relatos De Arcadia | Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora