Estaba con los ojos entreabiertos, perdido en ese punto intermedio entre la vigilia y el sueño, sintiendo la calidez del cuerpo de Saori bajo mi cabeza. Su respiración era rítmica, constante, como un susurro que calmaba el caos que siempre había vivido en mi mente. No sé cómo fue que me permití llegar hasta este punto. Me había jurado no bajar la guardia, no dejar que nadie cruzara las murallas que me protegían del mundo, y sin embargo, aquí estaba, medio dormido sobre su pecho. Mi pecho se sentía pesado, pero no como de costumbre. No era el peso del odio o del resentimiento que siempre me había acompañado. No. Era algo más, algo que no terminaba de entender, pero que me hacía sentir... expuesto.
¿Cómo llegué a emborracharme tan rápido? Me lo preguntaba una y otra vez. Había salido con la intención de mantener el control, como siempre lo hacía. No podía permitirme perderlo, no delante de ella. Y, sin embargo, el alcohol había hecho su trabajo mucho más rápido de lo que esperaba. Me debilitó. Me hizo caer en esa trampa que siempre evité. Pero más allá del alcohol, había algo más. Algo en Saori, en la forma en que me miraba y en cómo su mano acariciaba suavemente mi espalda mientras yo luchaba por no romperme. Esa calidez, esa tranquilidad... No estaba acostumbrado a eso. Nunca lo estuve. El cariño siempre me fue ajeno, distante, casi como un mito. Ni siquiera mi madre, la persona que se suponía debía cuidarme, se tomó la molestia de mostrarme algo parecido.
Y ahora, aquí estaba, sintiendo que el corazón se me derretía bajo el suave tacto de Saori. El odio, el resentimiento... todo lo que había alimentado durante tantos años, se sentía insignificante. Insustancial. Como si todo lo que había construido en mi mente no fuera más que una mentira. ¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿Cómo había permitido que alguien, especialmente ella, me hiciera sentir tan vulnerable?
No pude contenerlo más. Sentí que el nudo en mi pecho estallaba y las lágrimas comenzaron a brotar sin control. Maldita sea. Nunca había llorado delante de nadie. Nunca. Y ahora, mis lágrimas caían sin cesar, como si el dolor que había guardado durante toda mi vida finalmente estuviera encontrando su salida. Pero no me aparté. No podía. No quería. Estaba tan cansado de fingir, de mantener esa fachada de frialdad y fuerza impenetrable.
—Todo ha sido una mierda... —logré murmurar entre sollozos ahogados. Mi voz temblaba, y apenas reconocía ese tono vulnerable que jamás había dejado salir.
El silencio de Saori me golpeó más que cualquier respuesta. No dijo nada, solo seguía acariciando mi espalda, con esa paciencia que me estaba desarmando por completo. Cada segundo que pasaba bajo su toque, cada latido que sentía contra su pecho, era una pequeña grieta más en la armadura que me había construido. No había huida. No podía esconderme. No aquí. No ahora.
—Nunca tuve... esto —admití, las palabras saliendo con dificultad, pero sabiendo que necesitaba decirlas—. Nadie me mostró lo que es... que alguien te quiera de verdad. Siempre fue exigencia tras exigencia. Esperaban que fuera perfecto, que no fallara. Pero fallé. Todo el tiempo. Y cada maldito error fue como una cicatriz más que ellos no veían, pero que yo sentía como si estuvieran quemando mi piel.
Mi garganta se cerraba cada vez más, pero seguí hablando, porque si me detenía, no sabía si podría volver a continuar.
—Ni una vez... ni una maldita vez mi madre me abrazó. Todo era deber, todo era demostrar que era mejor, más fuerte, más listo. Que nunca podía ser débil... —una risa amarga escapó de mis labios—. Y aquí estoy, llorando como un imbécil.
Sentía el peso de sus ojos sobre mí, pero no me atreví a mirarla. Si lo hacía, temía que toda la rabia que había guardado por años explotara, que no pudiera mantener el control sobre lo poco que me quedaba de cordura. Pero su mano no se detuvo, y eso me confundía aún más. ¿Por qué no me apartaba? ¿Por qué no me juzgaba? ¿Por qué simplemente me sostenía como si fuera algo natural? No lo entendía. No entendía nada.
—Me convertí en lo que soy porque pensé que era la única forma de sobrevivir... —murmuré, mi voz ahora más débil—. Pensé que si controlaba todo, si nunca dejaba que nada ni nadie se me acercara, entonces estaría a salvo. Pero... estoy tan cansado, Saori. Estoy cansado de ser así. Cansado de odiar. Cansado de luchar contra todo el mundo... y contra mí mismo.
La verdad es que había pasado tanto tiempo enfocándome en el odio que no sabía qué hacer con estos sentimientos. No sabía cómo procesar algo tan básico como el cariño. Sentir esa protección, esa calidez. Me hacía pedazos, pero de una manera que no era dolorosa, solo abrumadora.
No mencioné el por qué te odiaba tanto, ni lo mucho que te había culpado por mis traumas, aunque no fuera del todo justo. No podía, no ahora. No cuando apenas podía respirar bajo el peso de todo lo que había escondido. Saori, en algún punto, se había convertido en una especie de símbolo para mí, pero ahora, todo lo que creía saber se desmoronaba.
—No sé por qué me emborraché tan rápido esta noche —intenté cambiar el tema, o al menos intenté reírme de lo absurdo que sonaba—. Tal vez, solo por una vez, quise dejar de ser yo. Dejar de sentir este maldito control sobre todo.
Me quedé en silencio, esperando... algo. Un reproche. Una palabra de rechazo. Algo que me dijera que estaba siendo un idiota. Pero Saori solo me apretó un poco más fuerte contra su pecho, como si mis palabras no fueran suficientes para alejarla. Como si, a pesar de todo, ella estuviera dispuesta a estar allí, escuchando cada palabra rota que salía de mí.
Por primera vez en mucho tiempo, no sentí la necesidad de levantarme, de retomar el control. Me permití ser débil. Al menos por esta noche, me permití ser vulnerable. Y aunque esa parte de mí que siempre está alerta seguía susurrándome que me alejara, que no confiara, que no bajara la guardia, otra parte, más pequeña pero más honesta, me decía que tal vez... tal vez estaba bien sentir esto.
Al menos una vez.
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Speechless |Kai Chisaki|
Fanfiction«Si me amas, entonces di que me amas, que eres mía». [Saga: Little Monster]