XXV

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Había cambiado

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Había cambiado. Lo supe desde el día en que conocí a Saori. Y aunque nunca lo hubiera admitido en voz alta, ella me había transformado de maneras que jamás imaginé posibles. En un principio, mi única intención era hacerla sufrir, ver en ella el mismo dolor que yo había cargado durante años. Pensaba que destruirla me daría algún tipo de satisfacción. Pero ahora, al mirarla, al pensar en ella, lo único que sentía era gratitud.

Saori no solo era una mujer hermosa y desafiante. Era más que eso. Desde que llegó a mi vida, me di cuenta de lo afortunado que era de tenerla. Y no solo porque me atrajera físicamente o porque fuera increíblemente inteligente y decidida, sino porque había llegado a significar mucho más para mí. Ella se había convertido en una parte importante de mi vida, no solo mía, sino también de la de mi hija, Eri.

Eri la adoraba. Cada vez que Saori venía a nuestra casa, la pequeña corría hacia ella, emocionada, llena de una alegría que rara vez veía en su rostro. Esa relación que compartían me hacía sentir que todo encajaba, que lo que teníamos era real, algo que ni siquiera en mis planes más oscuros había podido prever. Saori había llegado a ser parte de la vida de ambas, y eso, al final del día, era lo que más valoraba.

No podía negar que al principio mis intenciones eran completamente diferentes. Recuerdo aquel primer día que coincidimos en el parque. Ella estaba sonriendo, esa maldita sonrisa que me provocaba a partes iguales curiosidad y enojo. Y fue en ese preciso momento cuando todo cambió para mí. Mi familia comenzó a compararme con ella, a señalar mis fallas, como si todo lo que hacía no fuera suficiente. Se sentía como si ella, sin siquiera saberlo, hubiera iniciado esa tormenta en mi vida. Así que, cuando el destino la puso frente a mí meses después, decidí que iba a hacerla pagar por todo lo que yo había sufrido.

Sin embargo, eso cambió. Lo que empezó como una venganza se transformó en algo que no pude controlar. Saori, con su carácter rebelde, su manera de no quedarse callada cuando algo no le parecía, había derrumbado todos los muros que construí alrededor de mí. Y sin darme cuenta, me vi completamente enamorado de ella. Tanto que, incluso ahora, no me importaría casarme con ella, formar una familia formal, darle a Eri una madre y tener hijos juntos. Esa idea, que una vez me habría horrorizado, ahora era lo único que quería.

Pero, por supuesto, no todos lo veían de esa manera.

Estaba sentado en mi oficina cuando Nemoto y Mimic entraron. Era uno de esos días en los que el trabajo parecía interminable, y ellos, siempre tan interesados en mis asuntos personales, no tardaron en desviarse del tema.

—Oye, Kai, ¿cómo va todo con Saori? —preguntó Nemoto, con esa sonrisa burlona que le caracterizaba. Se acomodó en la silla frente a mi escritorio y lanzó una mirada cómplice a Mimic—. ¿De verdad estás enamorado de ella, o solo sigue siendo parte de tu plan?

Mimic soltó una risa baja y seca, mientras se cruzaba de brazos, esperando mi respuesta.

Sentí que la tensión se acumulaba en mi pecho. Sabía que en algún momento tendría que enfrentar esta conversación, pero no estaba preparado para ello. Traté de mantener la compostura, pero no pude evitar el leve temblor en mis manos al recordar el verdadero propósito con el que había iniciado todo esto.

—Al principio... —comencé, mi voz más baja de lo que esperaba—, al principio solo quería verla sufrir. Quería devolverle todo el dolor que sentí cuando mi familia comenzó a compararme con ella. Fue su culpa que empezaran a señalarme, a humillarme. Todo por una sonrisa suya en el parque. No la conocía, pero ya la odiaba.

Nemoto y Mimic asintieron, como si lo que estaba diciendo fuera exactamente lo que esperaban escuchar. Era lo que ellos siempre habían apoyado: la venganza.

—¿Y ahora? —preguntó Mimic, inclinándose hacia adelante con interés—. ¿Sigues queriendo hacerla sufrir?

Bajé la mirada hacia mis manos, recordando todas esas noches que pasamos juntos, las veces que ella me miraba a los ojos, con esa mezcla de confianza y vulnerabilidad. No, ya no era lo mismo. Saori me había cambiado. Lo que antes era odio ahora se había convertido en algo mucho más profundo.

—No —respondí, esta vez con más convicción—. Ahora... la amo. Es sincero. No puedo imaginar mi vida sin ella. Estoy pensando en casarme con ella cuando termine su carrera, en formar una familia con Eri y... tener hijos juntos.

El silencio en la oficina fue sofocante por un momento. Nemoto y Mimic se miraron, y luego, como si no pudieran contenerse más, ambos estallaron en carcajadas.

—¿Te has vuelto blando, Kai? —se burló Nemoto, secándose una lágrima imaginaria—. ¡Casarte! ¿Tener hijos? Vaya, nunca pensé que dirías algo tan patético.

Mimic asintió, aún sonriendo de manera burlona.

—Nunca pensé que caerías tan bajo —agregó, con una sonrisa despectiva—. ¿Qué pasó con el Kai que no dejaba que las emociones lo controlaran?

Me quedé en silencio, sus palabras resonaban en mi cabeza, pero no me importaban. Por mucho que se burlaran, sabía lo que sentía. Sabía que Saori se había convertido en la persona más importante para mí, y no iba a dejar que sus comentarios cambiaran eso.

Antes de que pudiera responder, la puerta de la oficina se abrió. Nemoto se levantó, preparándose para salir, pero algo en su expresión cambió cuando vio quién estaba en el pasillo. Mis ojos siguieron los suyos, y en ese momento, el mundo pareció detenerse.

Ahí estaba ella.

Saori.

Estaba de pie, junto a sus amigos Touya, Keigo y Tenko, todos con expresiones que iban desde la confusión hasta la incredulidad. Pero lo que más me impactó fue el rostro de Saori. Sus ojos estaban llenos de lágrimas, su expresión era una mezcla de dolor y traición.

No.

Mi corazón se detuvo. Todo el aire abandonó mis pulmones al darme cuenta de lo que había sucedido. Habían escuchado todo. Saori había escuchado todo. Desde el principio, desde las palabras que pronuncié sobre querer hacerla sufrir, hasta la confesión de que alguna vez había planeado destruirla.

Intenté dar un paso hacia ella, pero mis pies no respondían. El miedo me envolvió como una sombra, paralizándome en el lugar. La vi temblar, sus labios se separaron como si fuera a decir algo, pero ninguna palabra salió de su boca. Su mirada me desgarraba, era como si me estuviera viendo por primera vez, como si todo lo que habíamos compartido no fuera más que una mentira.

—Saori... —susurré, pero mi voz se perdió en el aire.

Ella dio un paso hacia atrás, alejándose de mí. Vi cómo sus amigos se acercaban, protegiéndola, y antes de que pudiera hacer algo, antes de que pudiera detenerla, Saori se giró y salió corriendo por el pasillo.

—¡Espera! —grité, pero ya era demasiado tarde.

La impotencia me golpeó con toda su fuerza, mientras veía cómo se alejaba, sin darme la oportunidad de explicarme. El terror que sentí en ese momento era indescriptible. Sabía que la había perdido, y no había nada que pudiera hacer para cambiarlo.

Speechless |Kai Chisaki|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora