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El golpe del balón resonaba en el aire, firme, con esa sensación de liberación que solo el deporte podía ofrecerme

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El golpe del balón resonaba en el aire, firme, con esa sensación de liberación que solo el deporte podía ofrecerme. Me concentraba en cada movimiento de mi cuerpo, en cada salto, en cada pase. La cancha de voleibol era un refugio, un lugar donde mi mente se despejaba, donde todo lo demás quedaba relegado a un segundo plano. Aquí, no importaba nada más que el siguiente punto, la próxima jugada. La tensión en mis músculos, el sudor cayendo por mi rostro, la adrenalina corriendo por mis venas, todo me mantenía en el presente. Era como si cada golpe que daba me ayudara a deshacerme de las preocupaciones, de los miedos y de las dudas que a menudo invadían mi mente.

Había sido una semana complicada, llena de emociones intensas y pensamientos confusos. Mis sentimientos hacia Kai Chisaki seguían enredados, en un torbellino del que no sabía cómo salir. Pero aquí, en este preciso momento, todo aquello desaparecía. Me concentraba en el juego, en mis compañeras de equipo, en la pelota que cruzaba de un lado a otro. Por primera vez en días, no pensaba en él, no me preguntaba qué sentía o si mis propios sentimientos eran correspondidos. Me permití disfrutar de algo que siempre me había hecho feliz: el voleibol. Mis compañeras estaban animadas, y el equipo contrario no se lo estaba poniendo fácil. Sabía que nuestro equipo dependía de mí para los ataques fuertes, así que me entregué por completo. Cada salto que daba, cada golpe al balón, me llenaba de una energía renovada. Escuchaba los gritos de aliento desde las gradas, los aplausos que resonaban en la pequeña cancha, y todo eso me impulsaba a seguir adelante, a dar lo mejor de mí.

En esos momentos, no era Saori, la que trabaja para Kai Chisaki, ni Saori, la que lucha por entender sus propios sentimientos. Era simplemente Saori, la atacante del equipo de voleibol. La libertad que sentía al hacer lo que más me gustaba era algo que había extrañado. Sentía el poder en mis manos, la fuerza en mis piernas al impulsarme y el control que tenía sobre el balón. Había algo increíblemente satisfactorio en cada vez que veía el balón cruzar la red, en saber que había sido mi esfuerzo el que había hecho la diferencia. A medida que el partido avanzaba, nos acercábamos cada vez más al punto decisivo. Sabía que nuestro equipo tenía la ventaja, pero el equipo contrario no se rendía fácilmente. Había sudor corriendo por mi rostro y mi respiración era rápida, pero no me detenía. Había algo adictivo en la competición, en la sensación de superar mis propios límites. Me di cuenta de que llevaba un buen rato sin pensar en Kai. No había espacio para él aquí, no cuando me encontraba tan inmersa en lo que estaba haciendo. Y por primera vez en mucho tiempo, me sentí en paz. No había confusión, no había inseguridad. Solo yo y el partido.

Finalmente, llegó el momento clave. El marcador estaba apretado, pero sabíamos que podíamos ganar si manteníamos la concentración. El balón volaba hacia mí y, en ese instante, todo se ralentizó. Era como si el tiempo se hubiera detenido, y solo existiera el balón y yo. El sonido del público se desvaneció, el ruido de los pasos y los gritos de mis compañeras se apagaron. Con un salto, puse toda mi fuerza en el golpe, enviando el balón directamente al otro lado de la red.

Y entonces, fue como si todo volviera a la vida de golpe. El balón cayó en la zona vacía de la cancha contraria, y antes de que pudiera procesarlo, ya estaba en el suelo. Escuché el sonido del silbato, y un grito de victoria estalló a mi alrededor. Habíamos ganado. ¡Habíamos ganado! 

Mis compañeras corrieron hacia mí, abrazándome, levantándome en el aire como si fuera la heroína del día. Era una sensación maravillosa. Mi corazón latía con fuerza, pero esta vez no era por nerviosismo ni por dudas. Era pura alegría. Sentía el calor de mis compañeras a mi alrededor, el júbilo compartido de haber conseguido algo juntas. Me sentí completa, realizada, como si en este momento todo estuviera en su lugar. Habíamos trabajado duro y finalmente habíamos conseguido la victoria. No podía dejar de sonreír mientras celebrábamos.

En medio de todo ese bullicio, mientras mis compañeras seguían celebrando, sentí una presencia detrás de mí. Era una sensación extraña, como si el aire a mi alrededor hubiera cambiado. Me giré, aún riéndome, y ahí estaba él. Kai Chisaki.

No lo esperaba. ¿Qué hacía él aquí? Mis pensamientos volvieron a entrelazarse de nuevo, y por un segundo, todo lo que había logrado apartar de mi mente durante el partido volvió a inundarme. ¿Cuánto tiempo llevaba observando? ¿Había visto todo el partido? ¿O simplemente había llegado al final? No estaba segura, y por un momento, mi mente se quedó en blanco. Antes de que pudiera decir algo, antes de que pudiera siquiera procesar lo que estaba ocurriendo, Kai cruzó la distancia entre nosotros. Sus ojos dorados me miraban con una intensidad que me dejó sin aliento. Y entonces, sin advertencia, me besó.

Fue como un choque de emociones. El mundo a mi alrededor se desvaneció una vez más, pero esta vez no por el voleibol, sino por el impacto de sus labios sobre los míos. El beso fue tan apasionado, tan inesperado, que me dejó completamente aturdida. Apenas podía reaccionar, mi cuerpo congelado por la sorpresa, pero luego, poco a poco, empecé a corresponder. Era como si todo lo que había estado reprimiendo, todos los sentimientos que había tratado de ocultar, salieran a la superficie en ese instante.

Sentí cómo mis manos subían para aferrarse a su camisa, y tuve que ponerme de puntillas para alcanzar mejor sus labios. Él siempre había sido más alto que yo, y aunque normalmente eso me intimidaba un poco, ahora simplemente me hacía sentir más conectada a él. El beso no solo era apasionado, también era suave, como si quisiera transmitir algo más que solo deseo. Había dulzura en la manera en que me sostenía, en la forma en que sus labios se movían sobre los míos. Era un contraste tan fuerte con la persona fría y controladora que siempre había conocido, que no podía evitar sentirme confundida, pero al mismo tiempo completamente entregada al momento.

Cuando finalmente nos separamos, estaba respirando con dificultad, y tuve que hacer un esfuerzo para recuperar el control de mi propio cuerpo. Mis mejillas estaban ardiendo, y mi corazón latía tan fuerte que pensé que todos a mi alrededor podrían escucharlo. Quise decir algo, pero no pude encontrar las palabras. Solo podía mirarlo, tratando de entender qué significaba todo esto.

Y entonces, lo escuché decirlo. Con esa misma intensidad en su mirada, con una sinceridad que me tomó por sorpresa, Kai dijo:

—Te amo.

No podía haberlo imaginado, ¿verdad? ¿Había escuchado bien? Estaba tan aturdida que no supe qué responder de inmediato. Las palabras resonaban en mi mente una y otra vez, como si mi cerebro se negara a procesarlas. Kai Chisaki, el hombre que siempre había mantenido a todo el mundo a distancia, acababa de confesarme sus sentimientos. Finalmente, logré encontrar mi voz, aunque apenas era un susurro.

—Kai...

Speechless |Kai Chisaki|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora