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Empujó la puerta de la cafetería, acompañado del sonido familiar del pequeño timbre resonando al entrar. El ambiente era acogedor como siempre, con el aroma del café recién hecho flotando en el aire. Pero esta vez nuevamente algo era diferente. A medida que sus ojos recorrieron el lugar buscando a su tan bonito mesero, su corazón se detuvo por un instante.
Ahí estaba Leehan, el chico por el que tanto tiempo había invertido, riendo y charlando tan cómodamente junto a alguien más. Era ese chico, el mismo que Taesan había visto antes, el mismo que había aparecido en momentos clave, charlando y bromeando con Leehan como si fuera lo más natural del mundo. Sus voces, aunque suaves, resonaban en los oídos de Taesan como un eco distante que lo incomodaba profundamente.
El corazón de Taesan se encogió, y una ola de incomodidad lo envolvió. Leehan sonreía de esa manera —la misma sonrisa que había capturado la atención de Taesan desde el principio— pero ahora, esa sonrisa estaba dirigida a alguien más. Los dos parecían cómodos, cercanos, como si compartieran una complicidad que Taesan no lograba entender.
Avanzó con pasos vacilantes, intentando no parecer afectado, aunque su pecho pesaba como una roca. Se sentó en su lugar habitual, pero esta vez no podía concentrarse en nada más que en la conversación que ocurría a unos metros de él. El chico desconocido hablaba con entusiasmo, y Leehan respondía con gestos y risas que hacían que la escena pareciera sacada de una comedia romántica.
Mientras intentaba no mirar, una sensación amarga se extendió por su cuerpo. ¿Quién era ese chico? Se lo había cruzado antes, pero nunca pensó que sería alguien tan cercano a Leehan, mucho menos un posible pretendiente. Taesan sabía que no tenía derecho a sentirse celoso, pero la incomodidad era imposible de ignorar.
Leehan, por su parte, aún no lo había visto. Estaba tan absorto en la conversación que parecía que el mundo a su alrededor había desaparecido. Esa cercanía, esa risa, la manera en que Leehan se inclinaba hacia él como si compartieran un secreto, todo eso era demasiado para Taesan.
- ¿Qué estoy haciendo aquí? - Murmuró para sí mismo, con una sonrisa amarga. Lo había intentado, había dado el primer paso al conseguir su número, y aunque habían intercambiado algunos mensajes, algo en el fondo siempre lo había inquietado. Y ahora, viendo esta escena, todo cobraba sentido.
Taesan no era parte de esa burbuja en la que Leehan y ese chico desconocido parecían flotar. Y aunque sus interacciones con Leehan habían sido amables y significativas para él, ahora sentía que estaba fuera de lugar, observando algo que no debería estar viendo.
El mesero que lo atendió esta vez no fue Leehan, lo cual fue un alivio para Taesan. Tomó su café y se quedó mirando su taza, luchando contra el nudo en su estómago. El ambiente de la cafetería, antes tan cálido y reconfortante, ahora le parecía frío y distante nuevamente. En estos momentos ya no se sentía cómo su refugio; ahora parecía ser un recordatorio de algo que no podía tener.
Se preguntó si debía irse, pero no quería parecer que huía. Al mismo tiempo, quedarse ahí viendo cómo Leehan se reía y hablaba con ese chico, lo hacía sentir más incómodo con cada segundo que pasaba. Su mente no podía dejar de preguntarse si ese chico era alguien más importante para Leehan, alguien que ya ocupaba el lugar que él había soñado tomar.
Después de unos minutos que se sintieron eternos, Taesan decidió que ya había sido suficiente. Se levantó lentamente, tratando de no llamar la atención mientras salía. No sabía si Leehan lo había visto, pero en ese momento eso tampoco importaba. Lo único que sentía era la amarga certeza de que, quizás, lo que tanto había deseado nunca sería suyo.
Al salir de la cafetería, el aire fresco de la mañana lo golpeó en el rostro, pero no fue suficiente para disipar la incomodidad que lo acompañaba. Todo lo que había construido en su cabeza sobre Leehan parecía desmoronarse ante sus ojos, y ahora solo quedaba el vacío de lo que pudo ser pero qué quizás nunca podría ser.
Sin saber qué más hacer, se alejó con la sensación de que a pesar de todos sus esfuerzos, estaba quizás perdiendo algo que quizás nunca tendría.
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