día 5 feria

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El sol brillaba intensamente sobre el océano Pacífico, y la brisa marina traía consigo el olor dulce de las golosinas. Eddie, Buck y Christopher llegaron al famoso muelle de Santa Mónica, emocionados por un día lleno de diversión. Era el tipo de día que prometía risas y buenos recuerdos.

—¡Mira eso! exclamó Christopher, señalando una enorme rueda de la fortuna que giraba lentamente, iluminada por luces de colores brillantes. —¡Quiero montar en eso!"

—¡Claro que sí! Pero primero, ¡banderillas!  respondió Buck con una sonrisa traviesa. Había algo contagioso en su entusiasmo que hacía que todos a su alrededor se sintieran alegres.

Mientras caminaban por el muelle, el sonido de la música festiva y las risas llenaban el aire. Eddie sonreía al ver a su hijo tan emocionado. —Vamos a buscar unas banderillas, dijo mientras guiaba a los chicos hacia un puesto cercano.

Poco después, se detuvieron frente a un colorido puesto donde vendían banderillas. El vendedor sonrió al verlos y les ofreció una variedad de opciones: con salsa de cacahuate, salsa roja picante y hasta algunas cubiertas de queso.

—Yo quiero la de salsa picante, dijo Christopher con determinación.

—Y yo la clásica, añadió Buck mientras se frotaba las manos emocionado.

Eddie decidió optar por una con queso. Después de ordenar sus banderillas, se sentaron en una mesa cercana para disfrutar de sus bocados. La combinación del sabor salado y picante hacía que cada bocado fuera una explosión de sabor.

—Esto es increíble, dijo Buck mientras lamía un poco de salsa que se había derramado en su mano. —Deberíamos hacer esto más seguido.

Christopher asintió con energía mientras disfrutaba cada bocado.
—¡Sí! ¡Es lo mejor!"

Con sus estómagos llenos de deliciosas banderillas, los tres se dirigieron hacia la rueda de la fortuna. La fila era larga, pero eso no les importó; estaban demasiado ocupados charlando y riendo entre ellos.

Una vez que llegaron a su turno, subieron en una cabina iluminada. Mientras ascendían lentamente hacia las alturas, Christopher miró hacia abajo y gritó: —¡Mira cuánto se ve! ¡Es increíble!

Eddie sonrió al ver a su hijo tan feliz. —¿Ves ese parque allá? Ahí es donde solíamos venir cuando eras más pequeño.

Buck miró a su alrededor con asombro. —¡Es como si estuviéramos en una película!

La cabina alcanzó la cima y se detuvo. Desde allí podían ver todo el océano extendiéndose hasta donde alcanzaba la vista. El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo con tonos anaranjados y rosados.

—Esto es impresionante, murmuró Christopher mientras contemplaba el paisaje.

Cuando finalmente descendieron, decidieron dar un paseo por los juegos mecánicos. Buck se mostró especialmente entusiasta por las montañas rusas.

—¡Vamos a montar en esa! gritó señalando una montaña rusa que parecía desafiante.

Eddie dudó un momento pero luego sonrió al ver la emoción en los ojos de su hijo. —Está bien, ¡vamos a hacerlo!

La fila era corta, y pronto estaban asegurados en sus asientos. La montaña rusa comenzó a moverse lentamente antes de lanzarse hacia adelante con velocidad. Los gritos llenaban el aire mientras subían y bajaban por las curvas vertiginosas.

Christopher gritaba de emoción mientras Buck reía como un niño pequeño. Eddie sintió cómo la adrenalina corría por sus venas; había algo mágico en compartir esos momentos juntos.

Una vez que terminaron el paseo, se encontraron riendo descontroladamente. —¡Eso fue increíble! exclamó Buck mientras trataba de recuperar el aliento.

—¿Podemos ir otra vez?" preguntó Christopher ansiosamente.

Eddie sonrió y sacudió la cabeza con diversión. —Quizás más tarde."

Decidieron tomar un descanso y buscar algo dulce para comer: algodón de azúcar. Se acercaron a un puesto donde una máquina giratoria creaba nubes rosas y azules del dulce manjar.

—Quiero uno grande,  dijo Christopher mientras miraba los algodones con ojos brillantes.

Buck optó por uno azul mientras Eddie eligió uno rosa para compartir con ellos. Con los algodones en mano, continuaron explorando el muelle.

Mientras caminaban, notaron un espectáculo callejero donde unos artistas hacían malabares y trucos impresionantes. Se detuvieron para verlo durante unos minutos; las risas del público eran contagiosas.

—¿Quieres intentar hacer malabares, papá?" preguntó Christopher riendo.

Eddie levantó las manos en señal de rendición. —No creo que sea lo mío.

Buck se acercó al artista después del espectáculo e hizo algunas preguntas sobre cómo aprender a hacer malabares él mismo. Su curiosidad era inagotable; siempre estaba buscando nuevas aventuras.

Después de disfrutar del espectáculo, decidieron dar un paseo por la playa cercana. La arena caliente bajo sus pies fue un contraste agradable con la brisa fresca del océano.

Christopher recogió algunas conchas mientras corría hacia las olas que llegaban hasta sus pies. —¡Mira cuántas encontré! exclamó emocionado.

Eddie observaba orgulloso cómo su hijo disfrutaba del momento simple pero hermoso. Buck se unió a él para ayudarle a encontrar más conchas, riendo cada vez que una ola les mojaba los pies.

Con el sol comenzando a ocultarse en el horizonte, decidieron regresar al muelle para ver las luces encenderse poco a poco. La atmósfera cambiaba; ahora había música más animada y las risas resonaban aún más fuerte entre la multitud emocionada.

Se sentaron nuevamente en uno de los bancos del muelle para disfrutar del espectáculo visual antes ellos: luces brillantes iluminando todo alrededor mientras la música envolvía el ambiente.

—Hoy fue uno de los mejores días, dijo Christopher mientras miraba hacia arriba con admiración ante las luces parpadeantes.

Eddie sonrió ampliamente y asintió: —Sí lo fue.

Buck agregó: —Deberíamos hacerlo cada año. Su entusiasmo era contagioso; Eddie no podía evitar sentirse agradecido por esos momentos compartidos.

Al final del día, mientras caminaban hacia el auto bajo un cielo estrellado, Eddie sabía que esos recuerdos permanecerían grabados para siempre en sus corazones.

—¿Qué tal si hacemos esto una tradición?  sugirió Eddie con una sonrisa cómplice hacia Buck y Christopher.

—¡Sí!  gritaron ambos al unísono, llenos de alegría e ilusión por lo que vendría el próximo año.

Y así terminó su día perfecto en la feria del muelle: lleno de risas, dulces sabores y recuerdos inolvidables juntos como familia.

un Dulce beso (Buddie )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora