Megatron se quedó en silencio mientras observaba cómo las personas corrían, alejándose de la zona de conflicto. El eco de los gritos de terror se desvaneció, dejándolo solo una vez más. Se cruzó de brazos y miró el cañón en su brazo, aún caliente por el disparo. La contradicción entre lo que acababa de hacer y lo que siempre había representado lo confundía.
Caminó hacia el lugar donde había caído el hombre que había suplicado por su familia, encontrando rastros de la pelea que acababa de detener. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió vacilante. Las cicatrices de la guerra en Cybertron le habían endurecido, pero al ver el horror de una guerra entre humanos, había algo en sus gritos que le recordaba los gritos de aquellos que una vez lucharon junto a él, e incluso contra él, en la arena gladiatorial de Kaon.
"Los humanos... tan frágiles y caóticos, no son diferentes a los cibertronianos en sus días más oscuros", pensó mientras sus recuerdos lo transportaban a aquellos días de guerra interminable en su planeta natal. Había luchado para liberar a su gente, para imponer un nuevo orden, pero todo terminó en ruinas. Ahora, veía lo mismo en esta pequeña especie, reflejando su propia historia de ambición, destrucción y sufrimiento.
El viento soplaba suavemente a su alrededor, y mientras Megatron contemplaba el caos que los humanos causaban en su propio mundo, no pudo evitar sentir una punzada de autocrítica. ¿Había sido realmente diferente en Cybertron? ¿O había sido solo un agente del mismo caos que alguna vez juró erradicar?
De repente, una transmisión interrumpió sus pensamientos. Era una señal débil que provenía de la Nemesis, la nave Decepticon, y sonaba como una comunicación de Soundwave. Megatron intentó captar más detalles, pero la interferencia era fuerte y su propio equipo aún estaba dañado. Aún así, la señal era suficiente para recordarle su misión: recuperar el liderazgo de los Decepticons y vengarse de aquellos que lo habían traicionado.
Pero algo dentro de él seguía resistiéndose. Había visto la vida de los humanos, sus emociones, sus miedos... y por primera vez en mucho tiempo, sintió la necesidad de reflexionar. La idea de volver a luchar, de imponer su poder sobre los demás, ya no parecía tan atractiva como antes. Sin embargo, su ambición, esa chispa implacable que siempre lo había movido, seguía ahí, empujándolo hacia adelante.
Con una última mirada al horizonte, Megatron decidió que encontraría la manera de recuperar su fuerza, y cuando lo hiciera, decidiría su próximo movimiento. Sabía que no podía ignorar su naturaleza, pero algo había cambiado dentro de él, una pequeña grieta en su determinación que antes no existía.
Mientras caminaba hacia el horizonte, más energon lo esperaba y, con el tiempo, podría repararse por completo. Sin embargo, una nueva idea comenzó a formarse en su mente, algo que jamás hubiera considerado antes: ¿era posible que su lucha no fuera solo para conquistar, sino para redimir lo que alguna vez fue su verdadero propósito?
Por ahora, tenía tiempo para pensar.
Megatron se adentró en una cueva oculta entre las montañas, su cuerpo aún débil pero alimentado por el energon que había encontrado. El silencio era absoluto, roto solo por el eco de sus pasos metálicos. Se sentó al fondo de la cueva, apoyándose contra la pared de piedra mientras su cañón descansaba en su brazo, aún humeante por los disparos que había hecho para salvar a aquellos humanos.
Mientras intentaba concentrarse en repararse y recuperarse, su mente no podía dejar de divagar. Las imágenes de lo ocurrido lo atormentaban: las súplicas del hombre, los gritos de los inocentes, y su propia decisión de intervenir. Una parte de él lo despreciaba por ello, mientras que otra se preguntaba si ese acto de "debilidad" era algo más profundo.
Sin embargo, Megatron no se dio cuenta de que alguien lo había estado siguiendo desde que dejó el lugar del ataque. El mismo hombre que había suplicado por la vida de su familia lo había seguido, movido tanto por el temor como por una extraña curiosidad. No podía comprender por qué una máquina gigantesca, que claramente no pertenecía a su mundo, lo había salvado. Era una mezcla de agradecimiento y miedo lo que lo había llevado hasta aquí.