Capítulo 36

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Thiago

Todo el día estuve junto a la tumba de mamá, no me di cuenta como pasaban las horas. En ocasiones el dolor hace que el tiempo vaya más lento, como si cada segundo fuera un golpe de sufrimiento en el alma, pero en esta ocasión, el dolor se envolvió en mí, olvidando que existía un tiempo.

Pasé enfrente de la pensión, me detuve para hablar con Lalo quería preguntarle si conocía a alguien para que fuera a resanar la tumba de mamá. No había nadie en la entrada, eso no era normal él siempre era muy responsable con su pensión, solo encontré una lata de cerveza atrás de la barra de recepción.

El susurro de una canción se escuchó a lo lejos. Subí las escaleras. Por estas fechas los becados suelen regresar a sus casas, así que debería haber pocos estudiantes.

La música provenía de uno de los cuartos, toqué la puerta que estaba medio abierta, nadie respondió, volví a tocar, nada. Me asomé. Lalo bailaba del otro lado de la ventana junto con la pelirroja, estaban completamente borrachos, pasé esquivando las latas aplastadas de cervezas esparcidas en el suelo.

«¡A Any ni tan siquiera le gusta la cerveza!»

Lalo me vio y su piel palideció. Any giró con los labios apretados entre sí, sus ojos entre cerrados con la cara roja y el cabello alborotado.

—¡Metete! —Mi mandíbula se apretó, mientras le estiraba mi mano para ayudarla.

—Hola —Mostró sus blancos dientes—. Otro rato.

—¡Any vámonos!

Saqué la mitad de mi cuerpo por la ventana, la agarré de la cintura y la atraje a mí. No podía creer su irresponsabilidad, un paso más allá y podían caer.

—Déjame —Arrastraba las palabras como nunca—. Este es mi nuevo cuarto —Pasó ambos pies por el marco de la ventana—. Aquí me voy a quedar a dormir —La ayudé a llegar a la cama—. Desde aquí me tuve que quedar desde un principio.

—Tú duermes conmigo —Apreté mis dientes, tal vez mi voz sonó un poco fuerte.

Regresé a ayudar a Lalo para que pudiera entrar, tenía los lentes chuecos un cristal para arriba y otro para abajo, estaba igual de borracho que Any. Dio un brinco tambaleándose al caer sobre el suelo. Lo sostuve de las muñecas.

La pelirroja hizo su cabeza para adelante, infló sus mejillas y dejó caer todo lo que su cuerpo rechazaba, corrí para recoger su cabello y no se ensuciara.

—Creo que si nos pasamos —Lalo abrió los ojos, con un ataque de hipo.

Negué con la cabeza. Busqué unas servilletas arriba de unos contenedores de comida, limpié su boca.

—¡Ven! —Le dije mientras ponía su abdomen sobre mi hombro, para cargarla como costal de papas—. ¡Bájame! —Golpeó ligeramente mi espalda—. ¡Bájame!

—No se preocupen yo limpió —El rizado aun arrastraba su hipo—. Cuida a mi amiga.

En la entrada de la pensión la bajé pegándola a la pared, se tambaleó hasta que la agarré de la cintura. Pasé mis manos sobre sus brazos, estaba helada, las floté con rapidez para calentarla un poco, me quité la camisa y se la puse.

—Huele a caro —Arrastraba las palabras—. Huele a ti —Restregó su delgada nariz por el cuello de la camisa.

—¿Por qué tomaste tanto? —pregunté mientras le abotonaba la camisa.

—Porque... —Me miró. Pasó su mano sobre mi mejilla—. no sé.

—¿Fue por Martin?

—¿Martin? —Preguntó mientras elevaba una ceja y estiraba los labios para enfrente—. Él fue mi primer amor, ya te conté de él, fue mi novio de la secundaria —Se tapó la boca con ambas manos y abrió los ojos—. ¡Fue el que salvó a mi mamá! Quien me ayudo a distraerme de la muerte de mi papá.

Todas las flores tienen espinas. (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora