Capitulo 18

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Thiago

En la casa de Any se siente el calor familiar que nunca sentí en la mía más que en el cuarto de mi mamá. La única rara es Diana que siento que le tiene recelo, pero intenta llevar la fiesta en paz, la pelirroja es tan linda que ni cuenta se da.

El cuarto de Any es muy cómodo, las sábanas olían a ella, cuando dormí abracé un oso de peluche que tenía a lado. Probablemente fue uno de los motivos que me provocó soñar con ella. La noche del despacho era un recordatorio constante de cuanto la necesitaba y mis sueños era el ejemplo de lo que deseaba hacer con ella.

Por la mañana me levanté muy temprano para darme un baño, ayer dijeron que se pelearían por las duchas, éramos varios. A la pobre Any le tocó al último, la verdad es que no tendría ningún problema en compartir ducha con ella.

Para acomodarme el cabello flexioné un poco las rodillas, el espejo era bajo para mí.

—¡Diana! —Escuché la voz de la pelirroja en el pasillo—. ¡Diana!, ¡carajo! ya se fueron —Sonaba enojada y a la vez angustiada.

—¿Qué pasa? —Me asomé por la puerta.

—¡Thiago! —Sacó el aire con una leve sonrisa.

Me quedé parado en el marco de la puerta con la boca entreabierta, en el segundo que la vi con su cabello amapola recogido y algunos mechones ondulados asomándose mi corazón empezó a palpitar con mayor velocidad. Sus brazos enrollados en su pecho sujetaban el vestido carmesí.

—¿Te puedo ayudar en algo? —Intenté que mi mirada estuviera fija en su rostro.

—No puedo subir el cierre de mi vestido —Hizo una pausa un poco apenada—. ¿Puedes ayudarme?

—¡Claro! —Mi voz sonó ronca.

Di unos pasos hacia ella, mientras se volteaba. El cierre se encontraba hasta su cadera, su delgada y fina espalda descubierta dejaba ver unas cuentas pecas. Intenté no temblar como mi pecho lo hacía, tragué saliva. Mis dedos buscaron el cierre y ligeramente mis yemas tocaron su cálida piel, se arqueó fugazmente. Subí el cierre con lentitud, intentando memorizar por completo este momento. Mi rostro por encima de su cabello sentía su aroma a cerezas trasladándome a aquella noche donde mi mano rozó su espalda, mordí mi labio por dentro y controlé mi respiración.

—¡Gracias! —Se volteó buscando mi mirada que se encontraba perdida en sus labios entreabiertos.

—De nada —Respiré en mi interior—. Creo... creo que ya es tarde.

Titubeó un segundo asintiendo se mordió su labio y corrió a tomar una pequeña bolsa para subirnos a mi carro. Su mamá, hermana y sobrino se fueron antes.

—Any —La vi de reojo, en todo el camino miraba al enfrente, cuando le hablé se giró—. Ayer escuché lo de las medallas en natación, vi que en tu cuarto una foto, te veías muy feliz.

—Si —Sonrió extensamente, sus ojos se iluminaron—. Tengo varias medallas, de hecho, estaban colgadas en mi cuarto y mi papá colgó unas en la sala, aunque ya escuchaste a mi hermana, las guardaron —Se encogió de hombros.

—Entonces en verdad amas nadar y creo que eres buena para ello —Mientras estábamos en un alto, la miré—. ¿Por qué no entras al equipo de natación de la Universidad?

Durante las últimas semanas después de que hacía las tareas eternas se metía a nadar en la alberca, calculaba la hora en que bajaría para adelantarme y golpear el saco así poder observarla (no era suficiente verla en la escuela) fue cuando noté que era muy buena para ello, pensé que solo lo hacía como Hobbie o para desestresarse, al ver las fotos y escuchar sobre las medallas me quedaba claro que era algo que le gustaba.

Todas las flores tienen espinas. (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora