Capitulo 23

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Thiago

-Any -Toqué la puerta de su cuarto.

-Pasa.

Dejó un libro sobre la mesita de noche, su cabello caía a un costado envuelto en una trenza, unos mechones se escapaban sobre sus mejillas.

-¿Me puedes acompañar? -Sus mejillas se pintaron rojas-. Quiero mostrarte un lugar.

Embonó una sonrisa tan linda y nueva que radiaba un destello provocando que mi corazón latiera lentamente, como si el ritmo dependiera de la eternidad que deseaba verla sonreír.

Al ir en la motocicleta enrolló sus brazos en mi abdomen y colocó su cabeza sobre mi espalda, moví mi cuello al sentir una carga eléctrica en mi columna vertebral, provocando que no dejara de pensar en todo lo que pasó ayer y hoy en la mañana.

Me concentraba en el fuego para evitarla porque sabía que si volteaba y ella me lo permitía íbamos a terminar con un orgasmo y así fue.

No tenía pensado hacer el amor con ella ni tener sexo con alguna otra chica, por eso no tenía a la mano preservativos.

Casi perdía los estribos y me dejaba llevar por el momento. Tenía que ser responsable y cuidar a Any, por un segundo pensé que ella también se dejaría llevar. Me sorprendió que solo quería hacer magia con sus manos.

Es más madura de lo que imaginaba, de niña no tiene nada. Pensé que como nunca tuvo un orgasmo le faltaría experimentar y conocer más. Me equivoqué.

Por la mañana en la cabaña en lo que esperaba que trajeran el desayuno, puse mi codo sobre la cama apoyando mi cabello en mi mano, para admirar la belleza de Any, dormía boca abajo, su espalda descubierta, las sábanas cubriendo la parte baja de su cuerpo. Dibujé un camino con las yemas de mis dedos por toda columna. Su curva y pecas salteadas fueron trazadas por los mismos Dioses.

De regreso a casa no hablamos mucho, al igual que no le comenté nada sobre las crisis repentinas cuando hay tormenta.

Un carro no era el mejor lugar para hablar de nuestros sentimientos, así que estuve pensando seriamente en llevarla a un lugar especial, donde tenía muchos años que no iba.

Dejé la motocicleta a un lado de la carretera, tomé la mano de Any para subir por la pendiente.

-¿A dónde vamos? -Preguntó curiosa.

-Ya verás.

Empecé a escuchar el sonido de las gaviotas y me llegó un escalofrió, hace años que no me paraba por acá.

En la época de la secundaria venía un par de días a la semana para intentar entender mi vida. Cuando mamá enfermó mis visitas eran más recurrentes y después de que murió venía del diario, hasta que conocí a Adri dejé de venir, hasta hoy. La maleza creció y los árboles estaban frondosos, por lo menos seguía la vereda de tierra.

Llegamos a la zona con mejor vista de la costa. La quebrada, donde pocos lugareños conocían, era un lugar secreto.

Any sonreía extensamente al ver el mar. Me encontraba junto a ella observando lo que amaba y en mi caso en algún momento de mi vida detesté, pero ¿Cómo voy a odiar algo que Any ama?

Nos sentamos cerca de la orilla.

Desde aquí el mar era más infinito que el balcón del cuarto de mamá, el cielo se encontraba mucho más cerca, repleto de nubes y gaviotas.

-Esto lo más hermoso que he visto -Me tomó de la mano-. Estamos a punto de alcanzar las nubes y a la vez a un salto de sumergirse en lo más profundo.

Todas las flores tienen espinas. (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora