Un Despertar Amargo

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Los días habían pasado lentos y angustiosos para Luther. Desde aquella fatídica noche, no había podido encontrar la paz. Todos lo evitaban: Martín, Michael, incluso los padres de Sarah. Nadie le permitía acercarse, y cada vez que trataba de explicar lo que realmente había sucedido, las puertas se cerraban en su cara. El peso de la culpa lo consumía.

Pero no podía dejarla sola.

Luther había pasado horas fuera del hospital, esperando cualquier noticia. Cada día venía con la esperanza de un milagro. No le dejaban entrar, pero eso no lo detenía. Siempre se quedaba cerca, sentado en el estacionamiento o deambulando por los pasillos, preguntando por su estado, observando desde la distancia. A veces, veía pasar a la familia de Sarah, y sus miradas llenas de reproche eran más dolorosas que cualquier golpe.
Cuando llegó al hospital, escuchó a las enfermeras susurrando. Al principio, pensó que era otra falsa alarma, otra esperanza inútil que se desvanecería. Pero esta vez, notó algo diferente en sus miradas. Sarah había comenzado a mostrar signos de mejoría.

El corazón de Luther dio un vuelco. No lo podía creer. Después de semanas de incertidumbre, por fin había un atisbo de esperanza. Sabía que no era bienvenido, pero no podía mantenerse alejado, no ahora. Tenía que verla, tenía que hablar con ella. Tal vez... solo tal vez... Sarah le escucharía. Ella lo entendería, sabría que él nunca quiso que todo terminara así.
Así que, con el corazón latiendo fuerte en su pecho, decidió arriesgarse. Entró al hospital, se abrió paso entre el bullicio de médicos y visitantes, y llegó a la puerta de la habitación de Sarah. El miedo y la esperanza se entremezclaban en su interior. No sabía cómo sería recibido, pero no podía dar marcha atrás.

Y.. Ahí estaba.

El ruido de los monitores llenaba la habitación, un pitido insistente que apenas alcanzaba a percibir en su estado de fragilidad. Sarah parpadeó varias veces, tratando de acostumbrarse a la luz cegadora del hospital. Su cuerpo se sentía pesado, como si cada músculo estuviera envuelto en plomo. Miró alrededor con dificultad. El techo blanco del hospital, las paredes sin vida... Nada de eso le resultaba familiar, y por un momento, no podía recordar cómo había llegado allí.

Una suave corriente de aire frío recorrió su piel, haciéndola temblar. No estaba sola. Al girar levemente su cabeza, vio a una enfermera entrar rápidamente, ajustando las máquinas y murmurando algo que ella no entendió. Pero no era la enfermera lo que le importaba. Había algo más en su mente, algo oscuro, como una sombra que no podía borrar.

Entonces lo recordó.

La fiesta. El golpe. Martín... El nombre resonó en su mente con una fuerza que la hizo apretar los puños bajo las sábanas. Todo volvía a ella como una tormenta. Atem, el jardín, las palabras envenenadas que le había susurrado... No era un sueño. Lo que él le había mostrado era real. Luther, Martín y Michael. Cada uno de ellos la había fallado. Y ahora, más que nunca, la rabia comenzaba a crecer en su pecho.

—Sarah... —dijo una voz débil desde la puerta.

Era Luther. Se asomaba desde el umbral de la habitación con los ojos enrojecidos y el rostro marcado por días sin descanso. Tenía miedo de entrar, pero al verla despierta, una chispa de esperanza pareció encenderse en su mirada.

—Estas despierta.. ¡ESTÁS DESPIERTA, POR FIN! 💕..

Sarah lo miró fijamente, sus ojos fríos, sin la calidez que alguna vez había tenido para él. No podía hablar, no aún. Sus labios secos apenas se movieron, y el nudo en su garganta era insoportable. Pero el silencio entre ambos lo decía todo.

Luther dio un paso adelante, desesperado por decir algo, por explicarse, por explicar porque todo había pasado.

—Yo... Sarah, yo... no sabía qué hacer. Intenté... lo juro, intenté... —Su voz se quebraba con cada palabra. La culpa lo consumía—. No podía... ¡Martín! ¡Fue él! ¡No fui yo!

Pero las palabras no le llegaban a Sarah. Sólo veía a un cobarde frente a ella, un hombre que, en el momento más crucial, había elegido el miedo en lugar de salvarla. El odio que Atem había sembrado empezaba a brotar dentro de ella, pero por ahora, lo mantenía contenido.

—Vete... —logró decir con una voz ronca, sin fuerza.

La enfermera al ver que la estaba alterando se acercó a Luther y intentó sacarlo de manera amable.
Luther dio un paso atrás, sorprendido por la frialdad de sus palabras.

—No... Sarah, por favor, déjame explicarte... no fue así... No puedes... —Trató de acercarse, evitando a la enfermera, pero en ese momento, la puerta se abrió de golpe.

Los padres de Sarah entraron con el rostro descompuesto, su madre llorando y su padre mirando a Luther con furia contenida.

—¡¿Qué estás haciendo aquí?! —gritó su padre, empujando a Luther hacia el pasillo, el chico cayó y se golpeó fuertemente la espalda contra la pared—. ¡Tú le hiciste esto! ¡Sabemos lo que pasó!

—¿¡No te parece suficiente lo que haz hecho?! ¡HAZ ROTO LA VIDA DE SARAH! — Dijo la madre de Sarah

Luther estaba a punto de responder hasta que sintió la mirada fría y decepcionada de Lilly, que tomaba a sus padres y los metía a la habitación.

—Vámonos, no merece la pena.

—¡NO TE ACERQUES NUNCA MÁS A MI NIÑA! ¡ERES UNA PLAGA! —Dijo el padre de Sarah mientras era llevado al cuarto, los ojos de Luther se inundaron de lágrimas al sentir todo contra él, los de Seguridad escucharon el ruido y vieron al infiltrado, caminaron rápidamente y tomaron al chico de los brazos, el cual estaba destruido, llorando y pataleando un poco.

—¿Este patán la molesta? — Exclamó el de Seguridad, consultando con Sarah si echarlo o no.

—Sarah.. —Dió una última mirada a la chica de la camilla, la cual fue respondida con una mirada de tristeza pero luego de una de frialdad— No, diles que..

—Por favor, saquenlo.

Luther trató de defenderse, pero las palabras de Sarah seguían resonando en su cabeza, una condena silenciosa que lo paralizaba, otra vez se había quedado quieto...
No había nada que pudiera decir o hacer para borrar lo que había ocurrido.
Los de Seguridad prometieron darle una golpiza y llamar a la policía mientras lo sacaban, el sólo lloraba en silencio, el corazón en trizas, su mundo abajo.

Dentro de la habitación, Sarah escuchaba los gritos a lo lejos, pero su mente estaba en otro lugar. Atem había plantado una semilla, y ahora, en su debilidad, esa semilla comenzaba a echar raíces. El odio, la traición, el dolor... todo lo consumía.

Sus ojos se cerraron lentamente, agotada por la emoción. Pero antes de caer nuevamente en el sueño, una última imagen apareció en su mente. Atem, observándola desde la distancia, sonriendo con satisfacción.

𝙰𝚙𝚛𝚎𝚗𝚍𝚒𝚜𝚝𝚎 𝚋𝚒𝚎𝚗 𝚕𝚊 𝚕𝚎𝚌𝚌𝚒𝚘́𝚗, 𝚙𝚎𝚚𝚞𝚎𝚗̃𝚊... ~

ೄྀ¡ƳO ᎯᏬ𐒐 ᎿᏋ Ꭿ𐒄𐒀!ღDonde viven las historias. Descúbrelo ahora