Roberto estaba haciendo un live, como de costumbre, desde la sala.—No, plebes, les digo, es que uno no puede explicar estas cosas sin que suene mal, ¿me entienden? —dijo con su característico tono pícaro mientras jugaba con el balero en la mano. Lo alzaba y lo bajaba con movimientos intencionadamente exagerados—. Ustedes saben, ¿no? El truquito del balero... ¡Entra y sale, plebes! Pa' los que no saben cómo se usa, hay que darle suavecito, mami.
En ese momento, tú entraste al cuarto, cruzando los brazos y con una sonrisa divertida en la cara. Sabías perfectamente cómo era Roberto cuando estaba en modo bromista con su público, siempre diciendo alguna cosa que sonaba más pervertida de lo que en realidad era.
—¡Ya, Roberto! —lo regañaste en tono juguetón mientras te acercabas a él, te acomodaste junto a él en el sillón, apoyando una mano en su hombro. Él, al verte, sonrió de lado y levantó las cejas.
—Ay, plebes, ya me regañaron, ¿ven? —dijo mirando a la cámara y luego a ti con esa mirada traviesa que tanto te gustaba—. Es que mi chula ya llegó y dice que me va a mandar a dormir al baño si sigo con mis bromitas.
—Mentiroso, ¿cuándo te he dicho eso? —le soltaste una pequeño golpe en el brazo, riendo, mientras él seguía con su teatro.
—Así que, ya me calmo plebes ya escucharon, porque si no, me dejan sin cenar, y pues, uno no puede vivir sin eso ¿verdad? —dijo, guiñando un ojo.
Luego leyó uno de los comentarios que le aparecían en la pantalla—. A ver, a ver, ¿qué dicen por acá? "Tito, ya obedece a tu reina"—leyó en voz alta y rió—. ¿Ves, mami? Ya saben que tú mandas aquí.
Tú te inclinas un poco hacia la cámara para leer los comentarios junto a él, y no puedes evitar soltar una carcajada cuando lees uno que dice "Ya déjalo, chula, el Tito se ve que sí obedece."
—¡Obedece! —repetiste, burlona, mientras lo mirabas con una sonrisa pícara—. Aunque bien que te gusta hacerte el rebelde a veces, ¿eh?
Roberto soltó una risa baja, esa que tanto te provocaba y se acercó un poco más a ti, su voz bajando de tono.
—Pues depende, mami. A veces me gusta obedecer, pero a veces... me gusta que tú obedezcas también.
Tu corazón dio un vuelco, pero no dejaste que él lo notara. Sabías bien cómo era Roberto, siempre alardeando y jugando, pero también era el tipo de hombre que sabía exactamente cómo encenderte con tan solo unas palabras.
—¿Ah sí? —le respondiste en tono desafiante—. Pues ahorita yo no estoy obedeciendo nada y tú, mejor apaga esa cámara antes de que te metas en más problemas, ¿no crees?
Roberto lanzó una última mirada a la cámara, y con una sonrisa traviesa que anticipaba lo que vendría, dijo.
—Bueno, plebes, ya se acabó el show por hoy, la patrona ya dio la orden, así que nos vemos. Portense bien... o mal, dependiendo de qué les guste más. Yo ya me voy porque si no, sí me toca dormir en el baño. ¡Ánimo, raza!