𝐎𝐬𝐜𝐚𝐫 𝐌𝐚𝐲𝐝𝐨𝐧 𝐥𝐥

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ᴘᴏᴠ ᴏꜱᴄᴀʀ

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ᴘᴏᴠ ᴏꜱᴄᴀʀ

La llamada se había cortado y el pinche eco de sus palabras seguía retumbando en mi cabeza. “Solo quería escucharte…” Me serví otro trago, algo más fuerte esta vez, esperando que el tequila hiciera el trabajo de borrar lo que quedaba de ella en mi mente. Pero ¿a quién engañaba? Cada vez que escuchaba su voz, algo dentro de mí se revolvía. Era como si todas las heridas que intentaba sanar se abrieran de nuevo, y ya no sabía si era coraje, tristeza o simplemente no haberla superado.

—Pinche vieja —murmuré para mí mismo, dándole un trago largo al vaso—. ¿Por qué chingados sigues apareciendo?

—Ya valiste verga otra vez, ¿verdad? —Nata me soltó una palmada en la espalda—. Te conozco, carnal, esa mirada la traes cada que te jode la cabeza. ¿Qué te dijo ahora?

Suspiré, sintiendo cómo el calor del alcohol comenzaba a subir.

—Nomás me dijo que quería escucharme... pero ya me tiene hasta la madre, la neta. Siempre la misma historia. Se pone peda y me llama. Y yo, pendejo, ahí estoy como si nada, como si no supiera cómo va a acabar esto.

Gabito, que había estado más callado esta vez, me miró con seriedad.

—¿Por qué chingados le contestas, güey? Ya sabes que no va a cambiar. Sigue en lo mismo, y tú también. A veces hay que dejar de ser tan cabrón y pensar en uno mismo, no en la vieja que ya no está.

Lo sabía. Gabito tenía razón, pero era más fácil decirlo que hacerlo. No era que no quisiera olvidarla; era que cada vez que intentaba, algo pasaba. O la veía en algún antro, o me marcaba, o peor, me la encontraba en la calle como si el destino me estuviera jugando una pinche broma pesada.

—La neta es que todavía la traes bien atorada —dijo Nata, encendiendo un cigarro y echando el humo hacia un lado—. ¿Te acuerdas cuando recién la conociste? Pinche Oscar enamorado como morrito en su primer baile. Ahora mira dónde andamos. Tú aquí, tirando billetes, y ella… quién sabe.

Me reí, pero era una risa amarga. Sí, claro que me acordaba. Desde el principio había sido todo o nada con ____, pero lo que más me jodía era que, a pesar de todo, no podía decir que había sido un mal viaje. Había sido jodidamente increíble… hasta que todo se fue al carajo.

—Yo nomás te digo una cosa, güey —continuó Gabito, encendiendo su propio cigarro—. Si sigues contestándole cada que te llama, nunca la vas a superar. Va a seguir apareciendo cada vez que menos lo esperes. Y la neta, ya te ves como un pendejo, carnal. Mira a tu alrededor.

Me giré y sí, el antro estaba lleno de morras. Unas me miraban de reojo, otras directamente, esperando una oportunidad, una señal. Pero ninguna de esas miradas me hacía sentir lo que alguna vez me hizo sentir ____.

—Sabes qué, Gabito, creo que ya me tienen hasta la madre las dos —dije, refiriéndome tanto a ____ como a mi propia cabeza—. Vamos a hacer algo, ¿va?

—¿Qué tienes en mente? —preguntó Nata con una sonrisa de esas que ya anticipaban problemas.

—Vamos a largarnos de aquí —respondí, sintiendo cómo el tequila me subía hasta el cerebro—. Estoy hasta la madre de este lugar. De verla. De todo este pinche desmadre. Vámonos a un lado donde no me recuerden a ella.

Nata y Gabito se miraron, sorprendidos, pero luego soltaron una carcajada.

—Ah, cabrón. Eso sí no lo vi venir. Pero, ¿seguro? —preguntó Nata, levantando una ceja.

—Seguro. Vámonos.

Salimos del antro, dejando atrás el ruido, las luces y, por un momento, el recuerdo de ____. Pero mientras caminábamos hacia el carro, con el aire fresco de la madrugada golpeándome la cara, su imagen volvió a mi mente. No podía escapar, ni aunque quisiera.

Subí a la troca, encendí el motor y miré hacia el asiento de al lado, vacío. No pude evitar recordar las veces que ____ iba ahí, con esa sonrisa que parecía iluminar todo, echada hacia atrás con los pies sobre el tablero mientras cantábamos cualquier pendejada que sonara en la radio. Ahora, ni su sombra quedaba.

—Pinche morra —murmuré, apretando el volante.

—¿Qué dijiste? —preguntó Gabito desde el asiento trasero, riéndose mientras prendía la música.

—Nada, viejo. Nomás estoy pensando en lo que ya no está. Pero bueno, ya estuvo. Ya no más pendejadas por hoy.

Arranqué, pisando el acelerador, y salimos del lugar. Pero mientras las calles vacías de la madrugada pasaban como flashes, mi teléfono vibró otra vez. Sabía perfectamente quién era.

—No mames… otra vez —dije, mirando la pantalla sin contestar. Quería hacerlo, quería saber qué me iba a decir esta vez. Pero Gabito y Nata ya me lo habían dicho suficiente. “Si sigues contestándole, nunca la vas a olvidar.”

El teléfono seguía vibrando. Solté una maldición y lo lancé al asiento de atrás, como si de esa forma pudiera tirar también lo que me seguía jalando hacia ella.

—Ahí la verás otra vez, carnal —dijo Gabito, mientras la troca avanzaba a toda velocidad por las calles desiertas.

—Tal vez… tal vez no. Pero por hoy ya no quiero saber nada de ella.

El resto del camino fue silencioso. La música sonaba de fondo, y aunque mis compas seguían hablando entre ellos, yo ya no escuchaba. Mi mente seguía dándole vueltas a lo mismo, y aunque sabía que debería soltar, algo me decía que esa historia con ____ aún no estaba cerrada del todo.

No sé si era el destino chingándome otra vez o solo mi cabeza jodiendo, pero algo dentro de mí sabía que esa pinche morra aún iba a seguir dando vueltas en mi vida por un buen rato. Y aunque quisiera olvidarla, una parte de mí ya no estaba tan seguro de querer hacerlo.

 Y aunque quisiera olvidarla, una parte de mí ya no estaba tan seguro de querer hacerlo

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𝑪𝑻 // 𝐨𝐧𝐞 𝐬𝐡𝐨𝐭𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora