ᴘᴏᴠ ᴏꜱᴄᴀʀ
Habían pasado unos días desde la última vez que escuché de ____. No me había marcado desde aquella noche y, aunque trataba de ignorar el hecho, me sorprendía que por fin hubiera dejado de joder con sus llamadas a media peda. Pero una parte de mí, esa pinche parte masoquista, no podía evitar extrañarla. Extrañar su voz, sus risas, incluso las veces que me sacaba de quicio.
Estaba sentado en la terraza de la casa de Nata, tomando una chela. El sol comenzaba a esconderse en el horizonte, pintando el cielo de un color naranja que siempre me hacía sentir nostálgico. Gabito estaba sentado junto a mí, tocando unos acordes en la guitarra, y Nata seguía viendo algo en su celular, cagado de risa por un video que le habían mandado.
—¿Sabes qué? —dije de repente, después de un largo trago de cerveza—. Creo que ya me la saqué de la cabeza.
Gabito levantó la vista de su guitarra, con una ceja arqueada.
—¿Neta? ¿O nomás estás diciéndolo pa' convencernos a nosotros?
Me reí y negué con la cabeza.
—No, ya en serio. Siento que ya... pasó, ¿sabes? Ya no me tiene igual que antes.
Nata, siempre metiche, levantó la cabeza de su celular y me miró con una sonrisa burlona.
—A huevo que sí, carnal. Hasta que te cayó el veinte, güey. Pero a ver cuánto te dura. Porque esa morra te traía loco.
—Ya, ya, no me jodas. Es en serio esta vez. Creo que por fin estoy en paz con todo.
—Entonces, ¿qué harás si te llama otra vez? —preguntó Gabito, rascándose la barbilla—. Porque tarde o temprano va a volver a aparecer. Tú lo sabes, viejo.
—No sé… supongo que ya no contestaré. Pa' qué volver a lo mismo, ¿no?
Nata soltó una carcajada y me dio una palmada en la espalda.
—Eso, cabrón. Así se habla. El pinche Oscar ya se hizo hombre, carajo.
Me reí y me eché hacia atrás, sintiendo el fresco del atardecer. Por primera vez en mucho tiempo, no sentía ese peso en el pecho. No sabía si era por el tiempo que había pasado o porque finalmente había dejado de aferrarme a lo que ya no tenía sentido, pero me sentía diferente.
Sin embargo, justo cuando pensaba que todo estaba más tranquilo, mi teléfono vibró en la mesa. Lo miré con desconfianza y sentí cómo mi estómago se apretaba al ver su nombre en la pantalla.
—No mames —dijo Nata, inclinándose para ver quién era—. Hablando del pinche diablo, güey.
Gabito dejó de tocar la guitarra y me miró, esperando a ver qué haría.
Me quedé unos segundos viendo la pantalla, debatiéndome entre contestar o seguir con mi palabra de no caer de nuevo. Pero antes de que pudiera decidirme, escuché la voz de Gabito.
—Si no contestas, siempre te vas a quedar con la duda, carnal. Haz lo que sientas que es lo correcto.
Suspiré profundamente y contesté, preparándome para lo peor.
—¿Qué onda?
—Oscar… —su voz sonaba diferente esta vez. No estaba ebria, no había ruido de fondo. Solo era ella—. ¿Podemos hablar?
Me quedé en silencio un momento, sorprendido por el tono de su voz. No era el mismo de las veces anteriores. No sonaba desesperada, ni buscándome para pelear. Era… tranquila.
—Habla.
—Quiero verte.
—¿Pa' qué? —pregunté, aunque una parte de mí ya sabía la respuesta.
—Es que… he estado pensando en todo lo que pasó. En cómo terminó todo. Y no sé, siento que nunca te pedí disculpas como debía. Sé que te lastimé, Oscar. Y no quiero que las cosas queden así entre nosotros.
El silencio que siguió fue pesado. No me esperaba eso. Siempre pensé que las cosas entre ____ y yo iban a quedar mal para siempre. Pero ahora estaba aquí, escuchándola decir lo que una vez quise escuchar.
—Está bien. Dime dónde y cuándo —le respondí, sintiendo cómo mi corazón empezaba a latir más rápido.
Ella me dio la dirección de un café y quedamos en vernos esa misma tarde. Colgué y miré a Gabito y Nata, que me observaban como si acabaran de ver un milagro.
—¿Qué? —pregunté, levantando las manos.
—No mames, güey —dijo Nata, riéndose—. ¿Así de fácil?
—A veces uno tiene que cerrar ciclos o no—agregó Gabito, sonriendo—. Vete, carnal. Haz lo que tengas que hacer.
Salí de la casa de Nata y manejé directo al lugar donde me había dicho ____. Llegué al café y la vi sentada en una de las mesas de afuera. Estaba sola, con una taza de café en la mano, mirando distraídamente hacia el cielo. Me acerqué y me detuve a un par de pasos de ella.
—¿Oscar? —preguntó al verme, sus ojos reflejando una mezcla de sorpresa y alivio.
—Aquí estoy —dije, sentándome frente a ella—. ¿Qué querías decirme?
—Quiero que me perdones —dijo directamente, sin rodeos—. Lo arruiné todo y te hice daño, lo sé. Y aunque no puedo cambiar lo que pasó, quiero que sepas que lo lamento. De verdad.
La miré fijamente, sintiendo cómo todas esas emociones que había intentado enterrar comenzaban a salir a la superficie. Pero esta vez, en lugar de dolor, sentí algo diferente. Paz.
—Está bien, ____. Ya pasó. Yo también cometí mis errores, y no soy perfecto. Pero si tú puedes soltar todo, entonces yo también puedo.
Ella sonrió, una sonrisa sincera, y en ese momento supe que, de alguna manera, las cosas estaban bien entre nosotros. No sabía qué iba a pasar después de esa conversación, pero ya no importaba. Lo que importaba era que, al menos por hoy, habíamos encontrado la paz que tanto habíamos necesitado.
Nos quedamos hablando por un buen rato, recordando momentos buenos y malos, riéndonos de las tonterías que habíamos hecho. Y al final de la noche, cuando cada uno tomó su camino, sentí que por fin todo estaba en su lugar.
No sé qué pasará después de esto, pero por primera vez en mucho tiempo, puedo decir que me siento bien.
Parte tres y final.
No le di el final esperado porque no me salieron las ideas.
Igual espero le haya gustado.Vale♡.