27. Somos estrella

395 40 105
                                    

Victoria:


Gabriel llegó en poco tiempo, me encontró en el piso de la cocina aún llorando. No hizo preguntas, no pretendió ser el padre presente dando consejos e intentar solucionarlo todo. Simplemente estuvo.

Se tiró al suelo conmigo hasta que dejé de llorar y me sentí capaz de ponerme de pie.

— Cuando tenías dos o tres años, — me contó mientras comíamos lasaña que trajo de su casa — me gustaba correr un poco y luego tratar de apresurarte para ver como intentabas caminar con pasito apresurado.

— ¿Y por qué corrías de mí? — Pregunté indignada.

— Porque caminabas como pingüino, — soltó una carcajada al acordarse — caminabas con los piesitos abiertos.

Duramos horas solo recordando viejas anécdotas, no hablamos de su abandono ni de Humberto, solo reímos ignorando todo lo malo, fingiendo que nuestra relación era perfecta. Y era justo lo que necesitaba.

— Perdón. — Dijo de pronto.

— ¿Por qué? — Pregunté confundida, no estaba confundida de qué pidiera perdón, solo no sabía exactamente por qué se disculpaba esta vez.

— Por no haber estado para ti. Pero, honestamente, creo que me perdí más yo de ti que tú de mí. — Me miró con lágrimas en los ojos. — Eres una persona maravillosa y aunque no te guste que te lo diga, no puedes impedir que me sienta orgulloso de ti.

Miré incómoda mi plato donde aún me quedaba media lasaña.

— ¿Por qué trajiste cena?

— Traías lentes de sol a las diez de la noche y nunca te gustó que te vieran comer. Y aún desde niña, te negabas a comer si estabas triste porque decías...

— Que mi estómago estaba llorando. — Dijimos al mismo tiempo, sonriendo un poco recordando.

Busqué en mí cualquier sentimiento de rencor hacia él pero no encontré ningún rastro, creo que odiarlo me consumía demasiada energía y me sentía tan agotada.

— Sé que te lo he prometido antes, — su tono se volvió más serio — pero esta vez quisiera ser parte de tu vida.

Lo pensé unos segundos y me di cuenta que en este momento era más lo que me podía ofrecer que quitarme.

— Creo que no podría no volver a saber de Regina.


— Papá dice que no quieres meterte a bañar. — Le dije a la cara de Regina en mi pantalla.

Había pasado un año desde la vez que había tomado la decisión de romperme el corazón.

Quisiera que esta fuera la parte donde digo que con el tiempo lo superé, pero no fue así. Me había mudado a Colombia y ahora vivía con Carolina, creo que eso fue lo que me mantuvo cuerda. Eso y mis videollamadas diarias con Regina. Habia recibido su alta hace unos meses y su pelo estaba empezando a asomarse, las cejas ya estaban casi completas. Era muy enérgetica y sonreía siempre. 

En cuanto a mí, lo hacía la mayor parte del tiempo porque me sentía relativamente feliz. Pero después de haber experimentado el nivel de felicidad que un ser humano era capaz de experimentar, me había resignado a vivir el resto de mi vida con una felicidad a medias. Respecto a él, lo veía todo el tiempo. Me fui de México porque aún había personas que me reconocían y la fama de él estaba creciendo tanto que en cualquier momento no habría rincón en el país que no lo conociera.

La estrategia me funcionó al principio, pero el talento de ese maravilloso ser me siguió en cuanto pudo. Hace unos meses su voz se apareció sin avisar en las bocinas de un restaurante donde me encontraba comiendo. No le pude explicar a mis acompañantes el por qué de mi llanto. Ahí entendí que no había manera que el contacto cero funcionara en nuestro caso, así que dejé de prohibirme su música. 

𝑹𝑬𝑴, solo es un sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora