20. La gota frágil

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Victoria:


No podía dejar de ver ese pequeño sol trazado en líneas finas en mi brazo.

— ¿Te gustó? — Preguntó Humberto emocionado.

— Si pero siento que le hace falta algo.

— ¿Cómo qué? — Dijo mirándose el suyo preocupado.

— Algo más tuyo. — Le sonreí para luego regresarme caminando rápido antes de que me detuviera. Alcancé al chico cubierto de tatuajes que gracias al cielo aún no guardaba nuestras agujas. — ¿Le puede agregar solo un detalle más?

— Claro, ¿qué sería?

Humberto me había alcanzado y solo miraba curioso, mientras el tatuador me hacía unos finos puntos debajo del sol: ". . . ."

— ¿Qué es eso? — Preguntó confundido.

— Tu inicial en código morse. — Le dije mientras miraba mi tatuaje, orgullosa de lo precioso y armonioso que se veía.

Él solo extendió su brazo hacia el tatuador mientras me sonreía con los hoyuelos haciendo presencia.

Si pudiera me tatuaría su cara.

Así quedó grabado en nuestra piel un lazo imborrable que seguiría marcándonos hasta el último suspiro, incluso si algún día nuestros cuerpos decidieran tomar rumbo distintos.

Me miré el brazo contrario y vi la pequeña marca donde hace menos una hora alguien había extraído mi sangre. De golpe recordé la razón por la que estábamos aquí y entré en pánico.

— ¡Me hice un tatuaje!

— ¿Acabas de darte cuenta? — Preguntó Humberto bromeando sin entender la razón de mi susto.

— ¡Se supone que voy a donar! — Intenté quitar el papel transparente que cubría mi piel herida, creyendo que aún podía remediar lo que acababa de hacer.

— Hey, tranquila. — Se sacó un folleto del pantalón. — Leí los requisitos, no dice nada sobre los tatuajes recientes.

Empecé a respirar con normalidad, o al menos eso intentaba, desearía que mi cuerpo se regulara con la misma facilidad con la que se alteraba.

Mi mente empezó a correr una cinta con muchos escenarios posibles, ¿qué tal si se infecta y ya no puedo donar? ¿Si le dono y le termina afectando? ¿Y si por mi culpa muere?

— Respira, tranquila. — Dijo abrazándome como si pudiera ser capaz de leer mis pensamientos.

— ¿Cómo pude ser tan irresponsable?

Era tan frustrante que mis picos de felicidad duraran tan poco.

¿Es qué no podía disfrutar algo sin que mi cerebro me lo recriminara al siguiente instante?

— Fui yo quién lo propuso, en todo caso es culpa mía. — Empezó a darme besos repetidamente en la cabeza.

— No me obligaste, debí haber dicho que no. Que esperáramos a que volvieras de Ciudad de México y que yo ya hubiera donado.

— ¿Quieres que nos vayamos a mi casa? — Me encontré con su mirada y me miraba con dulzura, de pronto la culpa de estarle arruinando también este momento me invadió.

Negué con la cabeza y me separé de su abrazo, para hacerle saber que estaba bien.

— Vamos a desayunar, perdón.

— No tienes porqué pedir perdón. — Dijo tomándome de la mano.

Desayunamos con tranquilidad, él pidió enchiladas suizas como solía hacer siempre que eran una opción en el menú y yo pedí unos chilaquiles en salsa verde.

𝑹𝑬𝑴, solo es un sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora