📚Capítulo 3📚

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Era la última hora del viernes y la clase de Fyodor, un curso avanzado de psicología clínica, se alargaba como si cada segundo fuese una eternidad. El tema de hoy giraba en torno a la teoría de la disonancia cognitiva y su aplicación en la psicoterapia, un asunto que podría haber captado mi atención en otro momento, pero ahora mi mente ya estaba lejos de este salón de clases. 

Tenía el fin de semana entero por delante, y eso significaba dos noches de fiestas, copas y olvidos momentáneos, una oportunidad de liberarme del estrés acumulado por los exámenes y los trabajos de la carrera.

Mientras Fyodor hablaba en su tono profundo y casi hipnótico, mis pensamientos divagaban hacia la fiesta de esta noche. Me preguntaba quién iba a estar, con quién iba a bailar, o mejor aún, con quién iba a terminar la noche. 

Mi reputación me precedía, y no había fin de semana en el que no se me viera en al menos una o dos fiestas. Las luces, la música, la sensación de libertad y, claro, la adrenalina... todo eso ya lo podía sentir corriendo por mis venas, mucho más real que la voz de Fyodor.

Estaba sentado en la última fila, con el respaldo de mi silla reclinado hasta donde me permitía, tamborileando los dedos sobre la mesa en un ritmo incesante. Aunque el aula estaba llena de compañeros de la facultad de psicología, el murmullo de la clase era solo un zumbido de fondo. Mi atención estaba dispersa, mi mirada vagaba de la pizarra al reloj de la pared, donde el segundero parecía avanzar con una lentitud exasperante.

Finalmente, el timbre sonó. 

La liberación. 

Un murmullo de alivio y alegría recorrió el aula cuando todos comenzaron a recoger sus cosas con una prisa apenas disimulada. Fyodor, con su habitual calma, se limitó a observarnos con una leve sonrisa mientras continuaba diciendo algunas palabras finales sobre las lecturas asignadas para el lunes. Nadie estaba realmente escuchando; todos estábamos demasiado ansiosos por salir de allí y empezar nuestro fin de semana.

Me levanté de mi asiento con un movimiento fluido y me dirigí hacia la puerta, dejando que la multitud se agolpara a mi alrededor. 

Mientras caminaba, varios compañeros me interceptaron en el camino, todos con la misma pregunta en sus labios.

—Nikolai, ¿vas a estar en la fiesta esta noche? —preguntó una chica con ojos brillantes y un peinado cuidadosamente descuidado.

—Obvio —respondí, dedicándole una sonrisa. Ella rió y se despidió con un gesto coqueto antes de salir del aula.

Un chico del equipo de baloncesto se me acercó, dándome una palmada en la espalda.

—¡Nos vemos mañana, Nikolai! No faltes, va a ser épico.

—Voy a estar en todas, ya sabes cómo soy —respondí, devolviéndole el gesto con una sonrisa despreocupada.

Parecía que todo el mundo esperaba que mi presencia fuera una garantía de diversión en las fiestas. Tal vez era mi actitud despreocupada, o mi fama de no decir nunca que no a una buena noche, pero cualquiera que fuera la razón, mi agenda para el fin de semana siempre estaba ocupada. Me apoyé en el marco de la puerta, con un hombro recostado allí mientras observaba cómo la gente salía del aula en una marea constante.

Mis amigos seguían en sus asuntos dentro del salón. Dazai y Chuuya discutían como siempre; esta vez, se peleaban por quién tenía las peores teorías sobre Freud, como si eso tuviera alguna importancia real. El intercambio entre ellos era tan acalorado como de costumbre, una mezcla de competencia y complicidad que nadie más parecía entender.

Fyodor estaba de pie al frente, aún recogiendo algunos papeles y conversando con Atsushi, que probablemente estaba pidiendo algún consejo para mejorar sus notas en los exámenes. Fyodor tenía ese efecto en los estudiantes; su forma de enseñar y su presencia lograban que los más inseguros quisieran ganarse su aprobación. 

📚Bajo la sombra de la razón📚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora