📚Capítulo 8📚

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Seguí a Fyodor en silencio. Su coche se movía delante de mí con facilidad por las calles de Yokohama, mientras el frío viento nocturno me golpeaba la cara. La adrenalina de la pelea aún corría por mis venas, pero el dolor se intensificaba con cada kilómetro que pasaba. Finalmente, llegamos a su apartamento. Aparqué la moto junto a su coche y lo seguí dentro, sin intercambiar una palabra.

El apartamento de Fyodor era pequeño, pero ordenado. La decoración sencilla, los muebles oscuros y las cortinas gruesas creaban un ambiente acogedor, aunque algo sombrío. Él me señaló el sofá y obedecí, dejándome caer con un suspiro. Cerré los ojos, luchando contra la presión en mi pecho que dificultaba la respiración. Cada golpe recibido resonaba en mi cuerpo, recordándome lo estúpido que había sido al aceptar esa pelea.

Los pasos ligeros de Fyodor me hicieron abrir los ojos. Se acercaba con un botiquín en la mano, sus movimientos tranquilos y controlados como siempre. Sin decir nada, se arrodilló frente a mí y comenzó a sacar vendas, gasas y antisépticos.

—Siempre estás curándome de las heridas que me hago —dije con una sonrisa triste, intentando aliviar la tensión. La ironía de la situación no se me escapaba: a pesar de los años, Fyodor seguía siendo el que recogía los pedazos.

—Parece que algunas cosas no cambian —respondió sin levantar la vista, concentrado en limpiar un corte en mi ceja.

El escozor del antiséptico me hizo estremecer, pero no dije nada. Dejó el algodón ensangrentado a un lado y empezó a vendarme el brazo con manos expertas, como si ya hubiese hecho esto mil veces antes. Tal vez lo había hecho, en otra vida, en aquellos días en los que todo parecía mucho más fácil.

—¿Por qué necesitabas el dinero, Nikolai? —preguntó de repente, su tono serio, casi desaprobatorio.

Desvié la mirada, sintiéndome expuesto bajo su escrutinio. No quería hablar de eso, no quería admitir lo mal que iban las cosas.

—No importa, ¿vale? —respondí, aunque sabía que no me dejaría escapar con esa respuesta tan vaga.

Fyodor me miró fijamente, sus ojos, uno violeta y el otro azul, clavándose en los míos. Sentí que podía ver a través de todas mis excusas y mis mentiras.

—Si no importara, no te estarías poniendo en peligro así —replicó, su voz suave pero firme. Continuó curándome, pero sus ojos no se apartaron de mi rostro.

Suspiré y apoyé la cabeza contra el respaldo del sofá. ¿Qué podía decirle? ¿Que estaba desesperado? ¿Qué había gastado lo poco que tenía en un intento inútil de mantener un alquiler que de todos modos acabaría perdiendo?

—Estoy atrasado con el alquiler —admití finalmente, sintiendo una mezcla de vergüenza y frustración. Mi voz sonó más débil de lo que quería—. No quería pedir ayuda... ni pensar en mudarme de nuevo. Así que pensé que podría ganar algo rápido.

La expresión de Fyodor no cambió, pero noté un leve destello de algo en sus ojos. ¿Compasión? ¿O decepción? No estaba seguro. Terminó de vendarme el brazo y pasó a mi abdomen, donde un gran hematoma se estaba formando. El contacto de sus dedos fríos en mi piel caliente me hizo estremecer.

—Pones tu vida en riesgo por un techo, Nikolai. Es... imprudente, incluso para ti.

Me encogí de hombros, aunque el movimiento hizo que un dolor punzante recorriera mi costado.

—Lo sé —admití con una risa amarga—. Pero, ¿qué más podía hacer? Ya sabes cómo va esto. Si no lucho por mí mismo, nadie lo hará.

Fyodor no respondió de inmediato. Aplicó algo de ungüento en una herida en mi costado, sus movimientos siempre precisos y controlados. Luego, se detuvo un momento, sus ojos recorriendo las marcas de la pelea en mi cuerpo.

📚Bajo la sombra de la razón📚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora