El sol de la mañana atravesaba los edificios, lanzando sombras largas sobre las calles que ya empezaban a llenarse de estudiantes. Todo era igual que el año pasado, pero para mí, el ambiente ya no tenía la misma frescura ni la misma promesa de nuevas oportunidades. Cada paso que daba hacia la universidad era como un peso adicional en mis hombros. No sentía ganas de estar allí. Era el último año, y el pensamiento de que todo terminaría pronto no me aliviaba; más bien, me parecía un fastidio. ¿Por qué debía seguir? ¿Por qué tenía que seguir fingiendo que me importaba?
Suspiré profundamente, deslizándome por las calles con los auriculares puestos, mi mente completamente centrada en la melodía que sonaba en mis oídos, tratando de escapar de la monotonía de mi entorno. La canción que elegí, "Bernadette" de IAMX, me arrastró hacia un lugar lejano, a un espacio mental donde solo existía la melodía y las memorias que había dejado en su estela. Cada nota parecía estar teñida de la melancolía que yo mismo sentía, cada palabra me recordaba a Fyodor. No podía evitarlo, no cuando escuchaba esa canción. Cada vez que sonaba, el recuerdo de su voz, de su mirada, se colaba en mis pensamientos como un susurro, como si él estuviera cerca, aunque sabía que estaba a miles de kilómetros de distancia, en Moscú.
La gente a mi alrededor caminaba rápido, tan ajena a mis pensamientos. El bullicio habitual de estudiantes entre clases, las voces que se mezclaban, las risas, los murmullos... nada de eso lograba romper la burbuja de tristeza que había creado alrededor de mí. Ya no me importaba tanto como antes el ver nuevas caras, el encontrarme con compañeros de clase, o siquiera el iniciar una conversación trivial. Todo me parecía insignificante. La universidad ya no era un lugar de nuevas oportunidades, era solo una carga más, una fase que debía terminar.
Pisé la entrada del edificio con el pie izquierdo, como si de alguna forma eso simbolizara mi estado de ánimo. Dentro, el aire estaba cargado de energía. El olor a café, libros, y papeles recién impresos me rodeaba, pero no conseguía animarme.
Mis pasos resonaban en el suelo mientras me dirigía al tablón de anuncios, donde ya se encontraban otras personas buscando información sobre las aulas y los horarios. Me asomé rápidamente al papel en el que estaban las asignaciones y encontré mi nombre. Aula 305, en el segundo piso. Rápidamente lo memoricé y me giré para marcharme, evitando mirar a los demás.
De pronto, me di cuenta de que no tenía la mínima intención de detenerme a recoger mis cosas en mi taquilla. El lugar que solía ser tan acogedor, el sitio donde guardaba mis libros y pertenencias personales, ahora me parecía solo un espacio vacío más, tan frío y distante como todo lo demás. Caminé de largo, con el sonido de mis pasos y la melodía aún en mis oídos. Cada paso me acercaba a la aula, pero no era un acercamiento que me emocionara. No me importaba realmente lo que me esperaba allí.
Subí las escaleras al segundo piso, mis dedos casi sin querer se aferraban al pasamanos, y mi mente divagaba en un sinfín de pensamientos. El frío se hacía más intenso a medida que me adentraba en los pasillos del edificio, y cuando finalmente llegué a la puerta del aula 305, la vi abierta, como si ya estuviera esperando que llegara.
En el interior, los estudiantes comenzaban a acomodarse en los pupitres, pero yo solo los miraba por encima del hombro, sin ganas de interactuar con ninguno. No conocía a la mayoría, y no tenía intención de hacerlo.
Me quedé en la entrada por un momento, observando a los demás. Algunos reían, otros hablaban en voz baja, como si la vida universitaria fuera algo que merecía la pena. Pero yo no veía el punto. Me sentía como un observador lejano, un espectador que no quería estar allí pero que no tenía otra opción. Era el último año, sí, pero no lo veía como una celebración, no lo veía como un logro que me acercaba a algo mejor. Solo me sentía cansado.
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📚Bajo la sombra de la razón📚
FanficA veces las promesas hechas en la infancia no se olvidan, sino que se quedan suspendidas en el aire, esperando el momento adecuado para resurgir. Nikolai tenía solo ocho años cuando dejó Rusia, llevándose consigo el recuerdo de un amigo mayor que...