Fyodor
Volver a Rusia tras romper con Nikolai fue como regresar a un paisaje desolado que, aunque familiar, había perdido toda su calidez. Era enero cuando crucé la frontera, y el invierno ruso, implacable como siempre, se sintió como un reflejo de mi estado interior: frío, impenetrable, solitario. Recuerdo haberme repetido, como un mantra, que era lo correcto, que había tomado la mejor decisión posible al dejar atrás aquello que me había debilitado. Sin embargo, cada paso que daba por las calles nevadas de San Petersburgo, se sentía como una herida abierta.
El primer mes fue el más difícil. Me arrojé al trabajo con una determinación casi suicida. Acepté la oferta de la universidad para volver a impartir clases. Pensé que la estructura, los horarios y las obligaciones me salvarían de mi propio caos. Durante las primeras semanas, apenas dormía. Las noches se convirtieron en maratones de trabajo, revisando antiguos escritos, redactando nuevos artículos y preparándome para las clases.
Mi cuerpo comenzó a resentirlo rápidamente; perdí peso, mi rostro se hundió, y las ojeras se convirtieron en parte permanente de mi expresión. Sin embargo, no me importaba. Sentía que merecía ese deterioro, que cada día de hambre y agotamiento era una penitencia por haber permitido que alguien como Nikolai se acercara tanto a mi corazón.
Iván, como siempre, se preocupó desde el principio.
—Fyodor, tienes que comer algo. No puedes seguir así —me decía, apareciendo en mi despacho con un plato de sopa o alguna cosa caliente. Al principio lo ignoraba. Apartaba la comida con un ademán frío, diciéndole que estaba ocupado, que no tenía hambre.
Pero Iván, siendo Iván, no desistía. Se sentaba en el sillón de mi oficina y me observaba con esa mezcla de preocupación y resignación que tanto le caracterizaba.
Una noche de febrero, tras semanas de rechazar sus intentos de ayudarme, me encontró desplomado sobre el escritorio. Había estado trabajando durante treinta horas seguidas y apenas había bebido agua. Recuerdo su expresión de horror mientras me sacudía para despertarme.
—Fyodor, esto tiene que parar. Te estás matando. Vamos, levántate. Vamos a por algo de comer. No aceptaré un no por respuesta.
Estaba demasiado débil para discutir, así que me dejé llevar. Salimos a una pequeña cafetería cercana, una que habíamos visitado juntos antes de que Nikolai entrara en mi vida. El calor del lugar, el aroma del café recién hecho y la luz cálida de las lámparas parecían un contraste cruel con el vacío que sentía por dentro. Iván habló casi todo el tiempo, tratando de distraerme con anécdotas y chistes. Yo apenas respondía, limitándome a mover la cabeza o emitir monosílabos. La comida sabía a cenizas, pero hice un esfuerzo por comer para que Iván me dejara en paz.
Las noches eran lo peor. Durante el día, podía mantenerme ocupado, llenar cada minuto con tareas y obligaciones. Pero cuando caía la oscuridad y el silencio llenaba mi apartamento, los recuerdos de Nikolai se desbordaban como un torrente imparable. Me encontraba mirando fijamente el techo, reviviendo momentos que había intentado enterrar. Su risa, su manera de inclinar la cabeza cuando estaba confundido, la forma en que sus manos me abrazaban y me tocaban.. Todo volvía, una y otra vez, como una maldición.
Una noche en particular, una en que el peso de los meses pasados parecía asfixiarme más que nunca, me encontraba en mi despacho en la penumbra, observando el teléfono sobre la mesa. La pantalla, oscura desde hacía rato, había dejado de vibrar, pero aún resonaba en mi mente el eco de las múltiples llamadas que había ignorado. Era Nikolai, otra vez. Podía imaginarme perfectamente su insistencia, su obstinación, el tono que emplearía al llamarme, mitad burlón, mitad desesperado. Y, como en todas las veces anteriores, no contesté. Pero esa noche... esa noche estuve a punto.
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📚Bajo la sombra de la razón📚
FanfictionA veces las promesas hechas en la infancia no se olvidan, sino que se quedan suspendidas en el aire, esperando el momento adecuado para resurgir. Nikolai tenía solo ocho años cuando dejó Rusia, llevándose consigo el recuerdo de un amigo mayor que...