Recuerdos y Despedidas

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La imagen de nuestra casa consumiéndose en llamas seguía fija en mi mente. El calor del fuego aún parecía acariciar mi piel, y el sonido del crujir de la madera se había grabado en mis oídos. Caelum nos había llevado al castillo, pero el peso del incendio seguía sobre mí, aplastándome el corazón. Las lágrimas habían cesado, pero la tristeza seguía allí, tan profunda que apenas podía respirar. Me quedé en silencio, recostada en un rincón del carruaje mientras mis hermanas también se mantenían calladas, perdidas en sus propios pensamientos.

Seren, con los ojos aún brillantes por las lágrimas, abrazaba sus piernas, mientras Naia, rígida y seria como siempre, miraba hacia el exterior sin decir una palabra. Pero incluso en su fortaleza, podía notar el brillo de dolor en sus ojos. Yo, por otro lado, no podía dejar de recordar lo que habíamos perdido. Mi hogar. Los recuerdos con mi familia, especialmente con nuestro abuelo, Magnus. Cerré los ojos y me dejé llevar por las memorias.

Recuerdo el día en que el abuelo nos enseñó nuestra primera clase de magia. Era una mañana clara, con el sol apenas asomando entre las montañas. Teníamos apenas seis años cuando nos llevó al claro del bosque, el lugar donde había descubierto su propia magia muchos años atrás.

-La magia no es solo algo que sale de nosotros -nos había dicho, con su mirada sabia y su sonrisa apacible-. La magia está en todo, en el aire, en el agua, en los árboles. Pero la verdadera magia está en comprender quiénes somos.

Nos había hecho cerrar los ojos y escuchar. Escuchar más allá del canto de los pájaros, más allá del susurro del viento. Entonces, sentí algo. Algo suave, como una brisa que recorría mi piel. Me di cuenta de que había una melodía en el aire, algo que no solo escuchaba, sino que también sentía. Mis dedos se movieron instintivamente, como si guiara esa energía, y pequeñas luces danzaron a mi alrededor. Fue entonces cuando descubrí mi talento, mi conexión con la música y la magia que fluía a través de ella.

Naia, por otro lado, había hecho que el agua del río cercano se levantara en una suave ola, siguiendo sus órdenes con precisión. Seren, siempre tan juguetona, había reído mientras flores brotaban de sus manos, llenando el claro de colores brillantes y aromas dulces.

Mi abuelo nos miraba con orgullo. Fue un momento de paz, de unidad, donde todo parecía posible. Y ahora, todo eso había desaparecido en las llamas. Mi corazón dolía tanto que parecía que no iba a poder soportarlo.

El carruaje se detuvo frente al castillo, sacándome de mis pensamientos. Abrí los ojos y me encontré con las altas torres y los grandes muros del palacio de Caelum. El castillo se alzaba majestuoso bajo la luz de la luna, como una fortaleza intocable. Mis hermanas y yo bajamos del carruaje en silencio, nuestros pies ligeros sobre las piedras del camino.

Seren fue la primera en romper el silencio.

-Es... ¡Es enorme! -exclamó, sus ojos brillando de emoción y asombro. Su tristeza momentáneamente olvidada.

Naia, más reservada, frunció el ceño, aunque no pudo evitar mirar hacia los altos ventanales adornados con cortinas de terciopelo.

-Es... interesante -dijo, su tono seco, pero sus ojos revelaban algo más. Algo como una mezcla de admiración y resignación. A pesar de todo, sabía que ella también estaba impresionada.

Entramos al gran vestíbulo, y la sensación de grandiosidad era aún mayor. Los techos altos, las paredes decoradas con retratos de antepasados, y las lámparas que colgaban como estrellas en el cielo nocturno.

-Bienvenidas a su nuevo hogar temporal -dijo Caelum, mientras caminaba con nosotros, guiándonos hacia el interior del castillo-. Aquí podrán quedarse mientras reconstruimos su casa.

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