Reino De Lunaris

"El Renacer de la Magia"

Naia

Cabalgamos durante días a través de terrenos desconocidos y misteriosos. Las montañas se elevaban como gigantes a nuestro alrededor, y la vegetación era cada vez más densa, casi como si estuviera impregnada de magia. Matías, Arcadion y yo estábamos exhaustos, pero sabíamos que no podíamos detenernos. La Flor Luxfiore, la flor mística que habíamos buscado por tanto tiempo, estaba cerca.

Al atardecer del tercer día, decidimos acampar. Encontramos un pequeño claro, donde atamos a los caballos y encendimos una fogata para protegernos del frío. Mientras el crepitar de las llamas llenaba el silencio, Matías, que había estado pensativo durante el viaje, rompió el silencio.

—Entonces… esta flor. ¿Es cierto que puede contener y amplificar la magia de quien la posea? —preguntó, mirando a Arcadion con curiosidad.

Arcadion, que estaba arropado en su capa, asintió con una leve sonrisa.

—Así es. Mucho antes de unirme a la corte, cuando aún vivía en mi pequeño pueblo, había oído hablar de ella. En aquellos tiempos, quería encontrarla para usar su poder en beneficio de mi gente, crear barreras que protegieran nuestro hogar —explicó con una chispa de nostalgia en los ojos—. Esta flor tiene la capacidad de amplificar la magia de una forma extraordinaria. Imagina lo que podría haber hecho con ella: proteger a mi gente, mejorar nuestras defensas… siempre he querido usar el conocimiento para servir a los demás, no solo a mí mismo.

—Ese siempre ha sido tu propósito, ¿verdad? Proteger a los demás —dije, observándolo con respeto.

—El conocimiento solo es valioso cuando ayuda a los que amas —murmuró Arcadion.

Después de la charla, nos envolvió un silencio cómodo. Uno a uno, fuimos cayendo en un sueño profundo, con la esperanza de que al amanecer estaríamos cada vez más cerca de nuestro objetivo.

Mientras el silencio caía sobre el campamento y mis compañeros comenzaban a quedarse dormidos, me quedé despierta un rato más, observando las llamas danzar en la fogata. Sentía un nudo en el pecho que no me había dejado desde que emprendimos este viaje. No podía evitar pensar en mis hermanas. Liora y Seren siempre habían sido mi ancla, mi familia y mi razón para seguir adelante. Las extrañaba más de lo que me atrevía a admitir en voz alta, y aunque confiaba en que estuvieran bien, una parte de mí no podía evitar preocuparse.

Cerré los ojos por un momento, dejándome llevar por los recuerdos de momentos felices que habíamos compartido, aquellos en los que las risas y la magia llenaban nuestros días.

Sabía que no podría quedarme despierta mucho más tiempo; necesitaba descansar para lo que el día siguiente nos depararía. Pero antes de cerrar los ojos, me prometí a mí misma que encontraríamos la Flor Luxfiore y regresaríamos, no solo por nuestro propósito, sino también para volver a estar con quienes amábamos. Con esa promesa en mi corazón, finalmente me rendí al sueño, abrazando la esperanza de un reencuentro.

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El amanecer trajo consigo un aire frío y denso, como si la propia tierra respirara con nosotros. A medida que cabalgábamos, el paisaje se volvía cada vez más desconcertante, con árboles que retorcían sus ramas hacia el cielo como si quisieran atraparnos. Las rocas, enormes y puntiagudas, se alzaban como colosos, observándonos en silencio, como si fueran guardianes de un reino olvidado.

El sendero se hacía cada vez más angosto, y una densa niebla comenzó a envolvernos, tornando el mundo en una nebulosa blanca que oscurecía la visión. Algo en el aire me inquietaba, un pesado presagio que hacía que mi piel se erizara.

De repente, una sacudida violenta del suelo hizo que los caballos relinchara. Un rugido bajo, como el de una bestia, retumbó a través del valle, haciendo que todo temblara bajo nuestros pies. Antes de que pudiéramos reaccionar, el terreno frente a nosotros se partió con un crujido ensordecedor, y una grieta se abrió en el sendero, como una enorme boca hambrienta.