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Me dejé caer en el sillón de mi casa, sintiendo el peso de la conversación que acababa de tener con Lando revolotear en mi mente. El corazón me latía con fuerza, recordándome que lo que estaba a punto de hacer cambiaría todo. Lo quería, siempre lo quise, pero no de esta manera. Las cosas con Franco ya no funcionaban. No lo hacían desde hace un tiempo, y aferrarse a algo que no podía arreglar solo nos estaba destruyendo más.

Tomé el celular y, después de dudar unos segundos, marqué su número. Sentí una punzada de culpa en el estómago mientras escuchaba los tonos de llamada. Esto no iba a ser fácil.

—¿Cami? —la voz de Franco, aunque tensa, me arrancó una sensación familiar. Pero esta vez, el cariño que alguna vez sentí se entremezclaba con la ansiedad y el miedo.

—Franco, necesito que nos juntemos a hablar. —dije con calma, aunque el temblor en mis manos me traicionaba.

—No, decime ahora. No quiero esperar. —su voz ya estaba cargada de frustración, como si anticipara lo que venía—. Si es lo que pienso, Cami, prefiero que me lo digas ahora

Mi estómago se hundió. Respiré hondo, intentando controlar el temblor en mi voz.

—No, de verdad prefiero que sea en persona. —traté de sonar firme, pero él no cedía.

—Cami, por favor. No alargues esto. Si va a pasar algo, prefiero saberlo ahora —insistió. Podía sentir la urgencia en su tono.

Finalmente, resignada, acepté hacer una videollamada. Antes de contestar, corrí al baño y traté de maquillar el chupón que Lando me había dejado la noche anterior. No era algo de lo que Franco debía enterarse, ni ahora ni nunca. Me miré al espejo por unos segundos, el pelo despeinado, el rímel corrido, el baño todo desordenado de la noche anterior, todo era un desastre que tenía que arreglar y este era el primer paso. Me pasé desmaquillante por la cara rápidamente para corregir eso y me peine un poco con los dedos.

Volví y acepté la llamada, su rostro apareció en la pantalla. Parecía más enojado de lo que esperaba, pero debajo de esa ira había algo que no lograba descifrar.

Nos miramos en silencio por un segundo hasta que él rompió la tensión.

—¿Es tuya la pulsera? —preguntó con una mirada que me hizo sentir incómoda—. No es muy tu onda.

Bajé la mirada hacia mi muñeca, ahí estaba la pulsera que Lando me había dado. Intenté simular los nervios y contesté.

—Sí... es nueva. —tragué saliva y aparté la vista, esperando que lo dejase pasar.

Franco asintió, pero no parecía convencido. El silencio entre nosotros se volvió sofocante.

—Decime. ¿Qué está pasando? —insistió, su voz era más baja, pero aún cargada de tensión.

Tomé aire. Era ahora o nunca.

—Franco, no puedo seguir así —empecé, sintiendo el nudo en mi garganta hacerse más grande—. Me siento... No sé, sofocada, no estoy bien. Nosotros... ya no estamos bien. No sé cómo arreglarlo y... me duele, pero esto no está funcionando.

Sus ojos se abrieron de golpe, como si no pudiera creer lo que estaba escuchando. Por un segundo, pensé que iba a cortar la llamada o gritar, pero en lugar de eso, respiró hondo, y su rostro cambió. Ya no estaba enojado.

—Cami, no... por favor. No digas eso. —Su voz se quebró, y eso hizo que me doliera aún más—. Te amo más que a nadie. Desde Monza, no —se corrigió—, desde que te vi en el aeropuerto, que te fui a hablar... desde ahí que me di cuenta de que eras diferente, por eso fui después a buscarte para sentarnos juntos, y por eso después te busqué siempre.

Loco (Franco Colapinto)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora