El Gran Atractor, ese concepto al cual en nuestros días se ha dado el nombre para algo que no comprendemos del todo, podría muy bien encontrar un reflejo en el hilo mismo de la historia humana, en las hebras invisibles que conducen, sin vuelta atrás, hacia un inevitable fin. He dedicado más de cincuenta años a la meditación y el estudio de las fuerzas invisibles que tejen nuestro destino, y a la pregunta constante que ha plagado mi existencia: ¿qué es lo que, como un Gran Atractor, nos arrastra a todos, inexorables, hacia la aniquilación? ¿Qué es aquello que, en la vastedad de nuestro ser colectivo, obra en silencio, sin prisa, pero con firmeza, llevándonos hacia el ocaso final?Desde mi cátedra en la prestigiosa Universidad Mágica de Alejandría, he sido testigo del desarrollo de muchos estudios que intentan comprender el comportamiento del destino humano, pero ninguno ha captado con precisión la verdadera magnitud de nuestra situación. Así como el Gran Atractor cósmico atrae a cientos de miles de galaxias, arrastrando a los cuerpos celestes a una concentración gravitatoria inexplicable, también hay en nuestra historia un poder, más allá de la tecnología, más allá de la guerra, que nos empuja a todos hacia una singularidad cultural. Un proceso de convergencia tan inexorable como insondable.Muchos han planteado que esta fuerza podría ser la política, la guerra, o los avances técnicos desbocados. Desde las primeras sombras del imperio helénico hasta la presente era —que el calendario de nuestro mundo marca como el año 839 de la actual era— hemos visto la repetida expansión y contracción de civilizaciones, de reinos, de ideas. Pero tras todos estos movimientos superficiales, subyace una atracción profunda, un magnetismo oscuro que empuja a la humanidad hacia una unidad total, hacia una única idea, una única voluntad, que, paradójicamente, culminará en su propia destrucción.En 721 de esta era, el prestigioso maestro del pensamiento arcano, Yulferian Arkhontes, escribió sobre lo que llamó Adgregatio Summa, la tendencia natural de toda colectividad humana a buscar la convergencia total, la absorción de todas las diversidades culturales, espirituales y filosóficas en un único punto de uniformidad. Esta unidad es lo que acelera el fin, pues en ella se revela un profundo nihilismo, un colapso ontológico de las diferencias que sostienen la vitalidad de la civilización. No es la guerra, no es la tecnología; es la inevitable adgregatio —esa compulsión a homogenizar todo lo humano— lo que actúa como el Gran Atractor en nuestra historia.Arkhontes sostenía que los primeros indicios de esta fuerza ya se habían manifestado en las antiguas eras, cuando el Imperio de los Dos Soles intentó unificar los vastos territorios del sur bajo un solo estandarte, destruyendo lenguas, costumbres y creencias en su marcha. Pero lo que no anticiparon fue que esta uniformidad, una vez lograda, no llevó a una era dorada de paz y estabilidad, sino a un estancamiento intelectual, una implosión de significado que dejó a las generaciones siguientes sin propósito, sin horizonte. El imperio se desmoronó, no bajo la presión de invasores externos, sino por la asfixiante falta de diversidad interna.Así como el Gran Atractor tira de nosotros en el vacío cósmico, creando una espiral sin fin hacia el centro, la Adgregatio Summa en nuestra sociedad devora toda innovación, toda singularidad, y en su lugar, deja un vacío espiritual. Es una ley inescapable, un principio metafísico que, en su avance, destruye lo que nos hace humanos. En algún punto, durante las últimas décadas, he llegado a la conclusión de que esta atracción hacia la uniformidad global será la causa última de nuestra extinción.Los estudios que hemos realizado desde los laboratorios de cosmomancia en Alejandría indican que cada vez más naciones, academias y colectivos intelectuales tienden hacia un pensamiento único. Incluso los antiguos gremios de magos, que antaño eran bastiones de diversidad filosófica, han caído presa de este vórtice. La Gran Reforma del año 783, por ejemplo, buscaba armonizar todas las escuelas de magia bajo un solo código de ética y práctica, y desde entonces hemos visto una gradual pérdida de creatividad en nuestras artes arcanas. Las técnicas más brillantes, aquellas que solían florecer en la diversidad de métodos, ahora languidecen en la sombra de un pensamiento unificador y estéril.Se menciona que otros estudios no han captado la "verdadera magnitud" de la situación. Sin embargo, yo no ofrezco ninguna visión alternativa ni esperanza ante este destino. El gran atractor de la vida será lo que destruya todo y no existe forma de detener ese final. No importa lo que hagamos, no importa los esfuerzos de los disidentes o los soñadores por preservar la pluralidad. Al igual que el Gran Atractor cósmico, esta fuerza invisible en nuestra civilización sigue su curso inexorable.Algunos de mis colegas, optimistas ingenuos, proponen que este camino hacia la unidad absoluta podría llevar a una especie de ascenso trascendental, una unificación espiritual que eleve a la humanidad a un nivel superior de existencia. Pero esta esperanza carece de fundamento en la realidad observable. El Gran Atractor no eleva; devora. La historia nos muestra que la homogeneidad cultural, política y tecnológica no conduce a la ascensión, sino al colapso. Es un proceso ciego, sin conciencia ni propósito, que reduce la complejidad hasta que no queda nada.Las implicaciones filosóficas y sociales de esta propuesta también merecen un debate, aunque personalmente me muestro indiferente. Tanto la unidad como la separación cultural son meros vehículos de este proceso, que, en última instancia, conducirá al mismo fin. Sin embargo, desde mi punto de vista, la unidad cultural puede ser la causante de una acelerada destrucción. La unificación de naciones bajo ideales de igualdad podría terminar extinguiendo tradiciones, lenguas y todo aquello que le da identidad a una nación. Cuando todo se homogeneiza, lo que define la humanidad desaparece. Pero, al final, puede ser la unidad, la separación, o cualquier otra cosa la que nos lleve a la extinción; algo será el detonante final, pero ese algo está fuera de nuestro control, dos ejemplos que me gustaria destacar, La Gran Reforma del año 783, por ejemplo, buscaba armonizar todas las escuelas de magia bajo un solo código de ética y práctica, y desde entonces hemos visto una gradual pérdida de creatividad en nuestras artes arcanas. Las técnicas más brillantes, aquellas que solían florecer en la diversidad de métodos, ahora languidecen en la sombra de un pensamiento unificador y estéril y en el año 239 de la anterior era, el Imperio de los Dos Soles, que al intentar unificar vastos territorios, destruyó lenguas, costumbres y creencias. La unidad lograda no trajo estabilidad, sino un estancamiento intelectual que llevó a la caída del imperio. La diversidad cultural se desmoronó y, con ella, la vitalidad de la civilización.La paradoja es que cuanto más nos acercamos a esta unidad, más nos distanciamos de lo que nos hace humanos. La diversidad es el motor de la creatividad, la diferencia es lo que impulsa la innovación, el conflicto intelectual es lo que nos obliga a mejorar. Pero en este proceso de convergencia, todas esas cualidades están siendo arrasadas, atraídas hacia un centro que solo puede ofrecer la nada. Una vez que todo ha sido absorbido, no queda espacio para la creación, para la renovación. Solo queda la quietud, la muerte de la historia.Así, al igual que las galaxias no pueden resistir la atracción del Gran Atractor, nosotros tampoco podemos resistir esta tendencia hacia la unificación total, hacia la destrucción de la diversidad. El final está escrito en el propio tejido de nuestra civilización. No hay salvación, no hay resistencia que pueda alterar este curso. Solo nos queda observar cómo nos aproximamos, lentamente, al precipicio final, a ese vacío que aguarda en el centro de todo.Escribo estas líneas con una mezcla de resignación y tristeza. No puedo evitar sentir una profunda melancolía por todo lo que perderemos, por todas las voces, las ideas, los mundos posibles que nunca llegarán a ser porque la humanidad, en su ceguera, ha elegido este camino. La historia de la humanidad será, en última instancia, la historia de su autodestrucción, atraída por un poder más allá de su control, un poder que, como el Gran Atractor, se oculta en la oscuridad, invisible pero irresistible. Y al final, cuando el último vestigio de nuestra especie haya sido absorbido por este vacío, no quedará nadie para recordar lo que fuimos.
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Relatos y poemas de Amsalor
Short StoryAmsalor es una tierra miserable donde la magia no es más que una maldición y la humanidad se arrastra bajo la sombra fría de dioses que no les importan. Aquí, la vida no es más que una lenta agonía de sufrimiento y resignación, una lucha inútil por...