En el reino de Amsalor, donde los ecos de antiguas magias aún resonaban en las montanas y los cielos se quebraban bajo el peso del tiempo, los dragones eran las sombras de un pasado olvidado. En el principio, cuando los dioses caminaban entre los mortales, los dragones no eran criaturas de carne y hueso. No. Ellos nacían del mismo caos que dio origen al universo, hijos del capricho y del poder absoluto de Nuh'lath, el dios que tejió la magía. Eran la magia encarnada, un poder incontrolable que se alimentaba de su propia brutalidad. No había piedad en sus corazones, porque no tenían corazones. Eran tormentas con forma, destrucción con un propósito incierto. En sus ojos, los humanos solo eran motas de polvo en la gran máquina del cosmos, vidas que podian ser extinguibles en un parpadeo.
Pero los siglos pasaron, y la magia, al igual que todo lo puro, se corrompió. Nocturnis, un dios menor lleno de rencor, se alzó y fragmentó el poder en esencias. Y con ello, los dragones se fragmentaron también, algunos quedando presos en el Vacío, condenados a vagar en la oscuridad eterna. Los pocos que permanecieron en el mundo de los mortales lo hicieron como sombras de lo que una vez fueron, anclas de un poder que ya no comprendían. Eran fantasmas en cuerpos de gigantes, seres perdidos entre su pasado de grandeza y su presente de decadencia.
Uno de esos dragones era det Skyggelese. No tenía nombre, no en el sentido en que los mortales entendían los nombres. Se hacía llamar así, el Sin Sombra, porque la oscuridad que lo envolvía no proyectaba sombra alguna. Era un dragón de la Marca de la Sombra, nacido en una era donde la luz y la oscuridad luchaban por el dominio de la realidad. Sus escamas eran tan negras que parecian devorar la luz misma, absorbiendo la calidez del sol y dejando en su lugar un frío profundo, un vacío que helaba el alma Sus ojos eran meras grietas en la oscuridad, como pequenas velas en una cueva infinitia apenas perceptibles, apenas reales.
Ya no recordaba quién había sido antes de la corrupción de la magia Los siglos de aislamiento y ta constante lucha contra su propia naturaleza le habian robado su identidad. det Skyggelose vivía atrapado entre lo que había sido y lo que debía ser Había destruido aldeas, arrasado con cosechas enteras en su juventud, cuando el poder lo gobernaba. Pero algo cambió con el paso de los milenios El vacío que una vez llenaba su ser comenzó a resquebrajarse, y en los pequenos fragmentos de humanidad que había devorado, encontró algo que no comprendía: la culpa.
¿Era mejor nacer bueno o luchar contra la oscuridad que nacía en ti? Esa era la pregunta que lo atormentaba, noche tras noche, en su cueva oculta en las montanas del oeste, donde los vientos traían los ecos de un mundo que él ya no comprendia. La respuesta nunca llegaba, pero sus acciones, de alguna manera, comenzaron a inclinarse hacia la piedad, una piedad tan retorcida como su forma.
Había una aldea, en el valle al pie de la montana. det Skyggelose la observaba desde las sombras, sintiendo una conexión inexplicable. Los aldeanos no sabían que vivían bajo la mirada de un monstruo. Para ellos, las buenas cosechas, las tormentas que se desviaban de sus campos, los lobos que nunca llegaban a sus puertas, todo era fruto de su propia fortuna Nunca sospecharon que el dragón que había arrasado su reíno en el pasado, ahora velaba por ellos desde las sombras.
Y entonces llegó la Alianza del Oeste
Habían surgido como una fuerza imparable, jurando cazar a los pocos dragones que quedaban, exterminar el último vestigio de aquella magia que había traido destrucción a sus tierras. Eran soldados entrenados en la caza de bestias, hombres endurecidos por la guerra, con corazones de acero y almas de piedra. Para ellos, los dragones no eran más que demonios disfrazados de criaturas, monstruos que debían ser aniquilados por completo.
Durante años, habían oído rumores de un dragón que vivía en las montañas Pero det Skyggelese había sido cuidadoso, nunca revelándose, siempre moviéndose en las sombras, tan solo una leyenda entre las aldeas. Hasta que un día, las montanas comenzaron a temblar.
Una avalancha, inmensa, cargada de rocas y hielo, descendia con la furia de un dios arrado, ista para arrasar la aldea al pie de la montaña Y det Skyggelese, en su eterna lucha interna, tomó la decisión que lo condenaría. Se lanzó desde su escondite, desplegando sus alas inmensas, rasgando el aire con un rugido que parecía provenir del fin del mundo. Con un esfuerzo titánico, desvió la avalancha, absorbiendo la furia de la montaña en su propio cuerpo, su magia distorsionando la realidad a su alrededor en un torbellino de caos y sombra
Los aldeanos lo vieron entonces, en todo su oscuro esplendor. Un dragón de pesadilla, de escamas negras como el vacío, con ojos que apenas brillaban en la oscuridad. Y en ese momento, el horror se mezcló con la gratitud ¿Habla salvado sus vidas, o simplemente había retrasado su muerte?
No importaba. Porque detrás de él, los soldados de la Altanza del Oeste ya se acercaban Y cuando lo vieron, sabían que habra llegado su oportunidad.
Lo que siguió fue grotesco, brutal en su precisión. Los soldados no mostraron piedad, ni honor, solo un odio visceral. Lanzas y espadas imbuidas de magia se clavaron en las escamas de det Skyggelose, penetrando la carne corrompida por siglos de soledad y oscuridad. Su sangre, negra como el alquitrán, brotaba de sus heridas, humeando al contacto con el arre, quemando la tierra donde cara intentó volar, escapar, pero su Cuerpo, viejo y débil, no respondía como en los días de su juventud
Los soldados se abalanzaron sobre él como buitres sobre un cadáver Le cortaron las alas, desgarrando el cartilago y la carne, arrancando tiras de músculo mientras det Skyggelase rugía, un sonido que ya no era el de un dios, sino el de una criatura que comprendía, finalmente, su propia muerte. Le atravesaron el pecho, destrozando sus pulmones, mientras uno de los soldados, niendo entre dientes, lo apunaló repetidas veces en el cuello, salpicando la escena de sangre y pus.
Los aldeanos miraban horrorizados No era la muerte heroica que esperaban No había gloria en esa masacre. Solo la humillación final de una criatura que había luchado contra su naturaleza durante siglos, y que, en su ultimo acto, se había revelado para salvar a aquellos que nunca lo comprenderian
Finalmente, cuando todo hubo terminado, cuando los soldados se habían alejado, dejando el cadáver destrozado del dragón en la nieve, solo el viento quedó para llevarse su historia. det Skyggelose, el Sin Sombra, había muerto como había vivido" solo, incomprendido, y luchando contra una oscuridad que siempre habia estado más allá de su control.
Y en las montañas, en el frío implacable del invierno, nadie lloró su muerte.
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Relatos y poemas de Amsalor
Cerita PendekAmsalor es una tierra miserable donde la magia no es más que una maldición y la humanidad se arrastra bajo la sombra fría de dioses que no les importan. Aquí, la vida no es más que una lenta agonía de sufrimiento y resignación, una lucha inútil por...