Ecos de huesos

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la siguiente nota fue recuperada de un barco de hace 100 años un modelo mk23 clase gladius, visto por ultima ves el 23 de Hjartar, se fue en búsqueda del barco al recibir su mensaje de auxilio pero nunca se encontró algo, hasta ahora...










(Se escucha la respiración agitada, el crujir del hielo bajo los pies, y un eco distante de algo rastrero. La voz comienza temblorosa, apenas un susurro de desesperación.)

Yo... no sé cuánto tiempo ha pasado. El frío... es lo único que siento ahora, un frío que no solo me cala los huesos, me consume, me devora desde dentro. No sé si estoy delirando o si esto es real, pero lo que vi... lo que escuché... Dios, si es que aún hay uno, me perdone.

Éramos cuarenta. Cuarenta hombres... fuertes, con un objetivo claro: limpiar a esos bastardos rebeldes del Este. La batalla fue rápida, brutal, pero nosotros seguimos a flote. Lo que no sabíamos es que la peor batalla no había comenzado aún. El motor falló. Ahí fue donde todo comenzó a irse al infierno. Navegábamos hacia el Ártico, lejos de cualquier ayuda. Sin energía, sin dirección, flotando en esa maldita congeladora, esperando que alguien, cualquiera, viniera a rescatarnos.

Pero nadie vino. Nadie.

(Se escucha un crujido metálico, algo lejos, pero lo suficientemente cercano para oírse. El maquinista jadea, aterrado.)

Primero fue el hambre. Luego el frío, pero no solo el frío del hielo... era algo más. Nos comía la cabeza, nos arrancaba la cordura a tirones. Los hombres empezaron a oír cosas. A ver cosas.

Luego... luego se llevaron al primer grupo. Los mandamos a revisar el sistema de calefacción. Tres de ellos. Pero volvieron, si es que eso se puede llamar volver. Las caras, madre de Dios... las caras no estaban. Habían sido arrancadas como si algo hubiese jugado con ellas. Los cráneos, destrozados, pero había más... los huesos, sobresalían... espinas, como si la muerte misma hubiera deformado sus cuerpos en una burla retorcida.

Nadie podía creerlo. Pero lo vimos. ¡Lo vimos! La sangre, congelada antes de llegar al suelo, y ese maldito olor, como carne quemada y podrida.

(El maquinista jadea, su respiración es más rápida. Algo cruje detrás de él, pero la voz sigue.)

Se volvió una cacería. Un demonio, un maldito demonio. Eso es lo que creíamos. No había magos, no había luz, nada... solo el sonido de algo moviéndose, acechándonos entre la penumbra. Empezaron los gritos, de noche, de día... ya no había diferencia. Uno a uno, los fuimos perdiendo.

Primero fue Larsen. Lo encontramos colgado en el cuarto de máquinas. No... no se colgó él. No había cuerdas. Algo lo había levantado y clavado ahí, su espalda rota, la piel desgarrada, expuesta, como si alguien hubiera querido abrirlo para ver qué tenía dentro. Sus ojos... se los arrancaron. No estaban en su cara. Estaban en sus manos, apretados como si tratara de guardarlos de lo que venía.

Luego... luego fue Kurt. Lo encontramos arrastrándose, sin piernas. Las había dejado atrás en la cubierta, y seguía vivo, con los intestinos colgando, arrastrándose sobre la madera congelada. Gritaba... gritaba mi nombre. Me pidió ayuda, pero no pude... no pude hacerlo.

(El maquinista empieza a sollozar, pero sigue hablando entrecortado.)

Sven y Erik... desaparecieron. Oímos los golpes en los costados del barco, como si algo enorme estuviera jugando con él, empujándonos de lado a lado. Después solo encontramos sus restos... no... ni siquiera eran restos. Lo que dejamos de ellos eran solo pieles, vacías, como si hubieran sido desollados desde dentro. La carne estaba en otro sitio... en las paredes. Pegada, como decoración.

(El sonido de algo rastrero, más cercano ahora. El maquinista jadea y su voz tiembla más.)

Quedamos seis. Seis malditos hombres. Pensamos que podríamos resistir... que tal vez, solo tal vez... si nos manteníamos juntos. Pero entonces...

Entonces encontré a Johansson. Estaba en la sala de mando, apretado en un rincón, con la mandíbula rota. No sé cómo lo hizo, pero se arrancó la lengua... con sus propias manos. Se la comió, mientras sus ojos aún estaban abiertos. Sus dientes esparcidos en la mesa, como si los hubiera estado sacando uno por uno. Ni siquiera tuvimos tiempo de procesarlo. ¡No había tiempo!

(Un crujido más fuerte, algo pesado se arrastra por los pasillos cercanos. La voz del maquinista sube de tono, acelerada, asustada.)

¡Está aquí! Está jugando conmigo. Puedo escucharlo. Se mueve lento, pero se acerca, más cerca cada vez. ¡No hay nadie! Soy el último!

(Algo metálico se cae en la distancia, un choque fuerte. El maquinista respira fuerte, cada vez más rápido, más desesperado.)

No quiero morir... quiero mis papas, los dioses nos han abandonado, nuestros generales, me siento solo,no quiero morir así. ¿Por qué no acabó ya? Está esperando, disfrutando esto. ¡Lo sé! Puedo sentirlo... ¡está aquí! Puedo escuchar cómo muerde los huesos de los demás!

(Se escucha un chasquido, algo se mueve más rápido, acercándose. El maquinista grita, su respiración es un jadeo frenético.)

¡Viene... viene por mí! ¡Dios, no dejes que me encuentre...!

(Una pausa, el maquinista contiene la respiración. Se escucha un crujido. Y entonces... un grito desgarrador, visceral, lleno de terror puro. La transmisión se corta súbitamente.)

(Lo último que se oye es el eco del viento ártico golpeando el casco de metal. El barco aparece, semanas después, varado en la costa norte, sus entrañas vacías, llenas de huesos rotos y ecos de la pesadilla que devoró a todos a bordo.) 

Relatos y poemas de AmsalorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora