un heroe que murio sin ser heroe

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Ah, qué espectáculo tan macabro el que tenemos aquí, ¿no te parece? La imagen de un héroe caído, una figura que alguna vez fue venerada, ahora hundida hasta las rodillas en el fango ensangrentado de la desesperación. Oh, pero este no es el tipo de héroe que cuenta cuentos a los niños ni que recibe aplausos al final del día. No, este es el tipo de héroe que la historia querrá olvidar.

Permíteme llevarte a través de los retorcidos caminos de su mente, mientras el viento helado de la maldición arrasaba con su aldea, y la muerte se convirtió en la única salida para aquellos desafortunados. Porque, cuando la oscuridad consume todo lo que amas, ¿qué te queda más que la violencia?

Era el elegido, claro, como todos lo fueron alguna vez en alguna historia. Un hombre que levantaba su espada por amor, por honor, por todo aquello que hoy resulta risible en su memoria distorsionada. Pero esa noche, ah, esa noche... la luna no era una testigo silenciosa, sino una espectadora morbosa, lanzando su pálida luz sobre las calles que pronto serían empapadas en sangre.

Empezó con sus vecinos, sí, esos pobres diablos que alguna vez le ofrecían un gesto de amabilidad, una sonrisa forzada al pasar. No se dio cuenta del hedor que emanaba de sus cuerpos hasta que fue demasiado tarde. La maldición se había infiltrado en sus almas, pudriéndolas desde adentro, dejando solo cascarones de carne retorcida y ojos vacíos. ¿Qué podía hacer? ¡Oh, claro, lo que haría cualquier héroe! Alzó su espada, esa misma hoja que había usado para defenderlos de enemigos invisibles, y la clavó, una y otra vez, hasta que el aire se llenó de su grito salvaje y el sonido húmedo de la carne despedazada.

Sangre. Dios, cuánta sangre. Corría por las calles de la aldea como un río negro y viscoso, mezclándose con el barro bajo sus pies. Sus manos, que alguna vez fueron firmes y seguras, ahora temblaban, cubiertas de la vida escurrida de los inocentes. Se podría decir que fue misericordia. Después de todo, esos seres ya no eran humanos, no, eran monstruos. ¿Pero acaso importa realmente? Porque a los ojos de los que observaban, él no era más que un asesino, un verdugo que blandía la espada como un maníaco.

Mató a los ancianos primero. Fue lo más fácil. Sus huesos ya estaban cansados, listos para romperse al primer impacto. Sus gritos eran débiles, sofocados por gargantas secas que habían vivido demasiado tiempo. Después vinieron las madres, aquellas que intentaban proteger a sus hijos con brazos flacos y desesperados, sólo para ser atravesadas sin piedad, una tras otra. Y los niños... Oh, los niños. No quiero hablar de los niños, pero debo hacerlo. Porque él lo hizo. Y cuando los pequeños cuerpos cayeron al suelo, él dejó de ser un héroe. Dejó de ser humano.

La maldición estaba por todas partes. Él la sentía en cada paso que daba, como una sombra que lo abrazaba con sus garras heladas. "Es lo correcto", se decía mientras se abría paso por las puertas de los que una vez llamó amigos. Sus rostros, contorsionados por el dolor, le gritaban por una muerte rápida, y él se la concedió. Ah, pero sus corazones... esos corazones podridos dejaron una marca en él, una que jamás desaparecería.

Cuando todo acabó, cuando la aldea se convirtió en una tumba abierta, él se quedó solo. Los cuerpos a su alrededor eran como muñecos rotos, las casas ennegrecidas por el humo, y el cielo, antaño luminoso, estaba cubierto por una oscuridad absoluta. No había gloria en ello, no había victoria. Solo silencio. Solo muerte.

Por supuesto, los pocos que sobrevivieron, los que lograron escapar de su espada, lo señalaron como el monstruo que había matado a los suyos. El héroe que debía protegerlos se había convertido en su verdugo, y no había excusa, no había explicación que pudiera salvarlo de lo inevitable. Lo arrastraron hasta la guillotina, su cuerpo flácido y destrozado, pero no fue el miedo lo que vio en sus ojos. Fue algo mucho peor: fue aceptación.

Mientras el filo de la cuchilla descendía, se dio cuenta de que él ya estaba muerto mucho antes de ese momento. La maldición no fue la que lo destruyó. No, fue el amor, fue la responsabilidad, fue la condena de tener que hacer lo correcto en un mundo que se derrumbaba bajo sus pies. Y ahora, mientras su sangre se unía a la de los desafortunados en el suelo, se dio cuenta de algo.

Él no era el héroe. Nunca lo fue. Y nadie lo recordaría como tal.

El fin llegó rápido. El final de una vida que una vez tuvo esperanza, solo para ser arrastrada al fango de la desesperación. Y ahora, mientras la oscuridad lo envuelve, solo queda una cosa clara: en este mundo maldito, la única paz verdadera es la muerte.

Quizá debería haberse dado cuenta antes, pero es tarde, ahora estamos en la ciudad de roca baja, una hermosa ciudad de ladrillos y piedra, el de rodillas mientras la guillotina le corta su cuello separando su cabeza, mientras quienes el buscaba proteger le deseaban la muerte

Relatos y poemas de AmsalorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora