El ocaso de todo

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Lamento profundamente decirte que lo que estás a punto de escuchar no es una historia con un final feliz. No hay héroes que nos salven, ni grandes sacrificios que ofrezcan redención. Porque, en realidad, el cosmos mismo, ese vasto océano de estrellas en el que solíamos depositar nuestras esperanzas, ya está muriendo. Y si las estrellas perecen, si los dioses caen, ¿qué esperanza queda para nosotros, meras sombras titilantes en este teatro de polvo y vacío? La humanidad, que se consideraba el centro de todo, apenas deja una huella en la historia cósmica. Si pudiéramos observarnos desde la fría distancia del tiempo, veríamos lo absurdamente pequeños que somos. Pero claro, eso ya lo sabías, ¿verdad? Al menos, deberías saberlo.Porque mientras yo te cuento esto, en algún rincón del universo, Betelgeuse ha explotado. El hombro de Orión, esa constelación que generaciones enteras veneraron y utilizaron para guiarse, se ha apagado. Y, como con todas las estrellas, su muerte no es el final de una historia, sino simplemente el vacío en el que se disuelven todas nuestras ilusiones de eternidad. Te imaginas una explosión grandiosa, llena de luz, pero esa luz es solo un resplandor efímero, una chispa que en pocos meses desaparecerá, dejando un hueco oscuro en el cielo. Así es como el cosmos nos recuerda lo insignificantes que somos, cuán poco importa nuestra existencia. Y, si te duele aceptar eso, quizás te consuele saber que tampoco importan las estrellas, ni los dioses. Todos ellos, también, están condenados a desaparecer.Los dioses, esos titanes que, en nuestro pánico y desesperación, creamos para darnos consuelo, ya no están. No cayeron luchando. No se desvanecieron en un último grito de grandeza. Simplemente... no están. Desaparecieron en la vastedad del vacío, tragados por la nada que, tarde o temprano, lo consume todo. No fueron más que sombras, reflejos de nuestra esperanza, de nuestras súplicas silenciosas, pero, como todo lo demás, resultaron ser efímeros. Tal vez, después de todo, los dioses solo existían porque los necesitábamos, como guardianes invisibles que justificaban nuestra propia existencia. Ahora, sin ellos, el silencio del universo se hace aún más profundo, más abrumador. Pero, ¿no es irónico? Que en nuestra desesperación por encontrar consuelo en algo más grande que nosotros mismos, terminamos enfrentándonos a la realidad de que nunca hubo un "algo más". Solo un eco vacío que responde a nuestras súplicas.Y mientras esto ocurre, las estrellas, esos faros en los que la humanidad ha depositado su fe durante milenios, una por una, empiezan a apagarse. No hay espectáculo en ello. No hay gloria en la extinción. Solo se apagan. Su luz, que viajó durante eones para llegar hasta nosotros, deja de brillar. Y el cielo, que alguna vez fue un mapa de nuestra propia inmortalidad imaginada, se convierte en un lienzo vacío. Un frío recordatorio de que incluso lo más eterno, incluso lo que parecía inmutable, tiene fecha de caducidad. Es casi cruel, ¿no? Cómo todo lo que alguna vez pensamos que nos trascendía, todo aquello que parecía más allá de nuestro alcance, termina de la misma manera: en el olvido.Pero no pienses que el universo es cruel. Crueldad implica intención, y el cosmos no tiene ninguna. El universo es indiferente, completamente ajeno a nuestras esperanzas, a nuestras lágrimas, a nuestros dioses muertos. Y si esperas que al final haya alguna respuesta, alguna razón detrás de todo este caos, temo decirte que solo encontrarás más vacío. La Tierra, nuestra querida y vieja Tierra, está ya en los últimos latidos de su breve vida. Algún evento, que ni tú ni yo entenderemos jamás, ha empezado a desmoronar todo lo que alguna vez fue vida. Los océanos hierven, los cielos se oscurecen, y la humanidad, en su ceguera, sigue aferrándose a la esperanza, como si hubiera algo a lo que aferrarse.Y aquí estoy yo, observando todo esto, con la fría certeza de que no importa cuántos poemas, cuántas canciones, cuántas religiones se inventen para explicar lo que sucede: nada cambiará el final. Porque no hay final heroico, no hay moraleja. Solo el silencio del cosmos que ya no nos escucha. El silencio, ese vasto e impenetrable abismo, parece ser la única respuesta que el universo tiene para ofrecernos. Ni siquiera el eco de nuestras historias, de nuestros logros, será recordado. Todo lo que hemos construido, todo lo que hemos amado, se desvanecerá.¿Puedes imaginarlo? El último ser humano. Solo. Rodeado de un planeta que se desmorona bajo sus pies, con el peso aplastante de la certeza de que todo ha sido en vano. Y aun así, ese ser sigue respirando, esperando un milagro que nunca llegará. La naturaleza, que alguna vez fue un refugio, ha abandonado a su creación. Los ríos se han secado. Las montañas se desploman. Y el viento, que solía llevar consigo la promesa de un nuevo amanecer, ahora es un susurro débil que arrastra cenizas. Pero ese último ser sigue esperando. La esperanza es, quizás, la mayor de las torturas humanas. Porque la esperanza, en su crueldad, nos hace creer que siempre hay un mañana, cuando en realidad, ese mañana es solo una prolongación de la agonía.¿Y después qué? No hay "después". El cosmos seguirá apagándose. Las galaxias, esos gloriosos remolinos de luz y materia, se convertirán en cadáveres galácticos, fríos y sin vida, vagando por la negrura infinita. Ni siquiera las estrellas de Barnard, con su movimiento implacable, serán eternas. La energía del universo se disipará en un frío implacable, y lo que una vez fue vida, pasión, amor y odio, no será más que polvo flotando en un vacío eterno. Y en ese polvo, en ese eco lejano de lo que una vez fue, quedarán las huellas de quienes fuimos, si es que alguna vez fuimos algo más que un espejismo en el vasto desierto cósmico.Es curioso cómo el final de todo puede parecer tan... trivial. Pero es así. Todo se apaga sin fanfarrias, sin despedidas. El universo no llorará por nosotros, como tampoco llorará por las estrellas que desaparecen, por las montañas que se derrumban o por los dioses que nunca existieron. El silencio se extenderá, llenando los espacios que alguna vez ocuparon nuestras voces, nuestras risas, nuestras plegarias. ¿Y tú? ¿Te queda alguna esperanza? ¿Te consuela pensar que tu vida, tu pequeña y fugaz chispa, fue alguna vez parte de algo más grande? Quizás. Pero te aseguro que, cuando llegue el momento, cuando todo se haya apagado y el silencio sea lo único que queda, ni siquiera recordarás haber tenido esperanza. Así que sigue. Vive tu breve eternidad, si así lo deseas. Pero recuerda, en algún rincón de tu mente, que el cosmos no tiene tiempo para tus sueños, tus miedos, o tu amor. El cosmos seguirá apagándose, hasta que no quede nada. Y en ese último suspiro, cuando la última estrella muera, la eternidad se revelará por lo que siempre fue: una ilusión. Una broma cruel, sin nadie para escucharla.

Relatos y poemas de AmsalorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora