Antes de cruzar el umbral

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Estoy solo, o al menos lo creo, porque el viento no habla, y las piedras a mis pies están mudas. Camino, pero no siento el peso de mis pasos. Algo está mal. El aire no sabe a nada y la arena bajo mis pies no me quema, aunque el paisaje es árido, desolado, sin vida.

Frente a mí, se alza una puerta. Alta, más alta de lo que mi mente puede abarcar. No la vi antes, pero siempre estuvo allí. Lo sé, lo siento en lo profundo de mi pecho… aunque, al tocarme el corazón, no siento latido. Hay un silencio en mí, un vacío en mi centro, pero no me atrevo a mirarme. No quiero saber.

Me acerco a la puerta. El cielo es negro, oscuro como el olvido, salpicado por nubes que parecen brumas atrapadas, y un eclipse que cuelga inmóvil, como si el sol mismo hubiera muerto y dejado una herida en los cielos. Hay algo, una figura. Envuelta en sombras, no puedo verle el rostro, pero sé que me espera.

Cada paso hacia la puerta se siente como un viaje eterno. Y sin embargo, sigo moviéndome, como si no tuviera opción. Algo me empuja, una fuerza que no entiendo. En mi pecho, en ese hueco, siento un frío, pero no es miedo. Es algo peor. Es la certeza de que el final se acerca y no puedo detenerlo.

La figura se gira al verme. Sus ojos son vacíos, pero me miran. No hace falta que hable. Sé lo que soy ahora. Sé lo que siempre fui. No estoy vivo. No he estado vivo desde hace… ¿cuánto? La respuesta no importa. No la sé, ni me importa. Estoy en este desierto, atrapado en este sueño que se desploma en la irrealidad, y lo único que me espera es la puerta.

Intento recordar cómo llegué aquí, pero es como intentar atrapar humo con las manos. Los recuerdos se desvanecen. Un rostro, quizás el mío, distorsionado por el paso del tiempo. Un dolor, sí, lo siento ahora, aunque no en mi cuerpo. Un dolor de algo roto, de algo que se quebró antes de que supiera lo que era.

La figura extiende una mano hacia la puerta, un gesto de invitación, o tal vez una sentencia. Sé lo que tengo que hacer. Cruzar. Es lo único que queda.

Mientras me acerco, siento la nada que se abre más allá del umbral. No hay luz, no hay promesas de paz, solo el vacío. Pero ese vacío me llama, porque es lo único que tiene sentido ahora. Todo lo demás ha desaparecido.

Toco la puerta y es fría, como si toda la calidez del universo hubiera sido robada. Mis dedos la empujan lentamente, y al hacerlo, una ráfaga de viento me envuelve. Pero no es viento real. Es algo más. Un susurro de voces que no reconozco, que podrían haber sido las mías en otra vida.

Me doy cuenta de que he estado aquí antes. Esta no es la primera vez que cruzo esta puerta. Lo sé, lo siento. Este ciclo, este viaje sin fin, es mi condena. Morir y morir de nuevo, siempre caminando hacia este portal que no lleva a ningún lugar.

La figura me observa mientras cruzo. No hay palabras entre nosotros, pero en sus ojos vacíos leo todo lo que necesito saber. Estoy solo en este viaje, como siempre lo he estado. Y al otro lado, no hay descanso, no hay redención. Solo más de lo mismo.

Al cruzar el umbral, el vacío me envuelve. Ya no hay desierto, ya no hay cielo. Solo oscuridad. Y en esa oscuridad, siento algo nuevo. No el final, sino el principio de otra vez.

Una y otra vez.

Soy cenizas, soy polvo, soy nada.

Relatos y poemas de AmsalorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora