Los días pasaron, y Hael seguía en el departamento de Jade. Al principio, él apenas hablaba, y la tristeza y el agotamiento eran tan visibles en su rostro que Jade no podía evitar sentirse preocupada. Se convirtió en una rutina silenciosa: ella preparaba café en las mañanas, él salía a la sala en silencio y ambos compartían las horas sin muchas palabras, pero con una cercanía que no necesitaba explicarse.
Hael intentaba distraerse, pero Jade sabía que su mente seguía atrapada en el dolor y las responsabilidades que había dejado atrás. En ocasiones, lo encontraba en la madrugada, mirando por la ventana con una expresión perdida, como si el peso de su pasado fuera demasiado para soportarlo solo.
Una noche, mientras ambos estaban sentados en el sofá, Jade decidió romper el silencio que había marcado esos días. "¿Alguna vez te imaginaste que… algo así pasaría?" pregunté en voz baja, sin querer presionarlo, pero también con la esperanza de que hablar le ayudara a liberar algo de la carga que llevaba.
Hael suspiró, cerrando los ojos un instante antes de responder. "No así," dijo, su voz profunda y llena de resignación. "Siempre pensé que, de algún modo, mi padre y yo teníamos tiempo. Tiempo para arreglar las cosas… o al menos entendernos. Pero eso nunca pasó."
Jade lo escuchaba atentamente, sintiendo la sinceridad en cada palabra. Sin pensarlo demasiado, extendió su mano y la colocó sobre la de él. Hael la miró, sorprendido, pero no retiró su mano. Parecía agradecer en silencio aquel gesto simple, pero sincero.
"Duele, lo sé," susurró Jade, apretando suavemente su mano. "Pero no tienes que cargar con todo solo."
Hael bajó la mirada, asintiendo levemente. "Gracias, Jade," respondió, y en su voz había una nota de vulnerabilidad que rara vez dejaba entrever. "No sé qué haría sin ti aquí."
Desde entonces, la atmósfera comenzó a cambiar poco a poco. Cada día que pasaba, Hael se veía un poco más relajado, más presente. Jade se dio cuenta de que, aunque él aún llevaba el peso de sus problemas, su hogar se había convertido en un refugio para él, en un lugar donde podía ser solo Hael, sin la necesidad de mantenerse fuerte o invulnerable.
Sin decirlo en voz alta, ambos sabían que la presencia del otro les daba la fortaleza que tanto necesitaban.
Los días continuaron, y con cada amanecer, Jade notaba pequeños cambios en Hael. A veces, lo sorprendía sonriendo, un gesto tímido que le devolvía un poco del hombre que recordaba. En otras ocasiones, lo encontraba ayudándola en las cosas más simples: preparando el desayuno, arreglando algo en el departamento, o simplemente estando presente, casi como si quisiera contribuir a ese espacio que ahora compartían.
Una noche, mientras ambos cenaban juntos, Hael rompió el silencio de una manera inesperada. "Estar aquí contigo me ha hecho ver las cosas de otra manera," dijo, su voz serena pero profunda. "A veces me pregunto cómo habría sido mi vida si alguien me hubiera enseñado a ver el mundo de esta forma, más… tranquilo."
Jade lo miró, sorprendida y al mismo tiempo conmovida. "Creo que aún tienes tiempo para descubrirlo," respondi con una sonrisa cálida, intentando aliviar el peso de sus palabras. "Es solo cuestión de decidirlo."
Hael la miró intensamente, y en sus ojos, Jade vio una mezcla de gratitud y algo que no había esperado: esperanza. Una esperanza frágil, como si aún estuviera tanteando un camino desconocido, pero que crecía día a día.
Esa noche, después de cenar, se quedaron en la sala, charlando hasta tarde. Las palabras fluyeron con una naturalidad que hacía mucho tiempo que Jade no experimentaba. Hael habló de su niñez, de su relación complicada con su padre, de los días en que sentía que la vida le exigía demasiado. Por primera vez, ella vio en él al hombre detrás de la imagen impenetrable que siempre había proyectado.
Cuando la madrugada empezó a asomar, ambos cayeron en un silencio cómodo. Hael se recostó en el sofá, y Jade se acurrucó junto a él, sintiendo el latido lento y constante de su corazón. En ese instante, ambos supieron que, aunque quedaban heridas abiertas y sombras por enfrentar, juntos tenían la oportunidad de empezar a sanar.
Los días se convirtieron en semanas, y sin que Jade se diera cuenta, la presencia de Hael en su vida empezó a sentirse como algo natural, casi necesario. Las conversaciones hasta altas horas, las cenas compartidas, los momentos en que él se relajaba lo suficiente para soltar alguna broma… todo eso había creado un vínculo que iba más allá de las palabras.
Una noche, después de una larga caminata por la ciudad, regresaron al departamento, ambos riendo por alguna tontería. Jade se dio cuenta de lo mucho que había cambiado en tan poco tiempo: Hael se veía más libre, menos atormentado, como si una carga invisible se hubiera aligerado en su corazón.
Al entrar, Hael cerró la puerta detrás de ellos y, en un impulso, tomó su mano. Jade lo miró sorprendida, y él le devolvió la mirada, sus ojos brillando con una sinceridad que pocas veces le había mostrado. Sin decir nada, la acercó y la abrazó, como si fuera el único refugio que conociera.
"Gracias, Jade," murmuró, con la voz apenas audible. "Por… darme un lugar para sentirme en paz. No tienes idea de cuánto significa para mí."
Ella sintió su corazón latir con fuerza y, sin soltarlo, le acarició el cabello, dejando que el silencio hablara por ambos. Sabía que detrás de ese agradecimiento había algo más, algo que él no se atrevía a confesar en palabras. Pero no era necesario; la conexión entre ellos era suficiente.
Esa noche, en la quietud de su pequeño refugio, ambos encontraron consuelo en la cercanía y en el silencio compartido, como si cada segundo juntos fuera una promesa silenciosa de que, pase lo que pase, ya no tendrían que enfrentarlo solos.
Padre de Hael:
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El Contrato del Diablo.
RomansaEn las sombras de una ciudad opulenta y decadente, donde el pecado se viste de seda y el lujo esconde secretos inconfesables, se teje una historia de poder, obsesión y un pacto sellado con el mismísimo diablo. Jade, una mujer atormentada por un pas...