17. Dos personas diferentes.

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Astrid estaba sumida en un torbellino de pensamientos, su mente era un caldero de emociones y reflexiones. El dolor de su herida parecía haberse diluido en el mar de preocupaciones que la asediaban, convirtiéndolo en un eco lejano y casi imperceptible.

Viajaba al pasado y revivía los recuerdos de Brittany, las palabras aún resonaban en su mente: "Vamos a ser adoptadas juntas, seremos hermanas". La invadía una mezcla de nostalgia y sorpresa al pensar en lo irónico del destino. ¿Cómo era posible que un mundo tan vasto las llevara a un camino tan entrelazado? ¿Cómo una promesa de hermanas se transformó en un susurro posesivo: "Dime que me perteneces"?

No podía creer que la niña que había estado buscando durante años, la misma que había ocupado sus pensamientos y sueños, fuera la misma mujer que había despertado su obsesión, la misma que había besado con pasión, tocado con deseo y hecho suya con un anhelo que lo consumía.

Astrid se debatía en un mar de contradicciones. En su mente, Selena y Brittany eran dos personas distintas, como si la niña que había conocido y la mujer que ahora deseaba fueran entidades separadas. No podía reconciliar la imagen de la pequeña Brittany con la obsesión que sentía por Selena. Y, sin embargo, tampoco podía ver a Selena como una hermana, el deseo que sentía era demasiado profundo, demasiado intenso.

La imagen de la pequeña Brittany despertaba en ella una ternura infinita, pero cuando pensaba en Selena, su corazón se inclinaba hacia un sentimiento completamente distinto. Con Selena, sentía un anhelo irresistible: deseaba tocarla, sentir su cercanía, besarla y poseerla. La intensidad de su deseo la desconcertaba, ya que chocaba con la inocencia de la niña que había conocido.

Astrid se sumergía en recuerdos del orfanato, pero su mente siempre volvía a la misma imagen: sus labios sobre los de Selena, su cuerpo entre sus brazos, la sensación de pertenencia mutua. Era inevitable. En este punto, ya no podía unir a Selena con Britany. La niña del pasado, se había desvanecido, reemplazada por la presencia arrebatadora de Selena.

Ya no había forma de cambiar esa percepción y ese deseo de posesión...

Mientras Astrid se perdía en sus pensamientos, Selena intentaba articular las palabras para explicar lo que había ocurrido. Pero la vergüenza y la pena la ahogaban, y su voz se quebraba bajo el peso de la culpa. Se sentía responsable de todo, y recordar la mirada de Astrid, llena de confusión y dolor, solo aumentaba su angustia.

—No quería que le pasara nada —sollozó Selena, con lágrimas que inundaban sus mejillas y voz que temblaba—. Fue un terrible accidente... ¡un error irreparable! Perdónenme, por favor... —su voz se quebró— traté de evitarlo, se los juro por mi vida, por todo lo que me importa.

—Tranquila, Selena —respondió Lorena con una dulzura que calmaba el alma—. No eres culpable, cariño. No te culpes por algo que no fue tu intención.

—Me defendía —continuó Selena, su voz apenas un susurro—, jamás debí haber pedido su ayuda. Debí callarme, debí ser más fuerte... —su mirada se perdió en el vacío, llena de remordimiento.

—No, el único culpable aquí es tu padre —dijo Lorena, acercándose a Selena para consolarla—. Él es quien te puso en esta situación.

—Y los incompetentes hombres de Astrid —agregó Adriana, frunciendo el ceño—. Deberían haber protegido mejor a Astrid.

—Solo he traído problemas a su vida —insistió Selena, su voz llena de desesperación y lágrimas—. No se enojen conmigo, por favor... les juro que haría cualquier cosa, cualquier sacrificio, para que Astrid estuviera bien.

—Todo está bien, Selena —dijo Lorena, con una sonrisa tranquilizadora y una voz firme pero suave—. No podemos enojarnos contigo, linda. Sabemos que Astrid te quiere mucho.

DAS CASINODonde viven las historias. Descúbrelo ahora