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No interpreten tan mal la canción que suena, simplemente parece ser la banda sonora perfecta para el sueño que tendrá Astrid... Aunque la vida sea cruel y caprichosa, el amor es eterno. aunque Astrid y Selena estén separadas por la distancia y el peligro, su amor seguirá vivo.
Adriana se quedó petrificada, con la mirada fija en el teléfono que temblaba en su mano. Lorena se acercó, la ansiedad reflejada en su rostro.
-Adriana, ¿qué sucede? -preguntó, su voz entrecortada-. ¿Qué te dijo Dante?
Adriana se encontró incapaz de articular esas palabras tan devastadoras en un momento como este. El silencio opresivo se hizo aún más pesado, y Astrid, sentada cerca, levantó la mirada. Un frío presentimiento recorría su cuerpo; estaba segura de que Dante tenía algo que ver con lo que ocurría, con su ansia de venganza que había empezado a asechar desde las sombras.
-Adriana, por favor, dínos qué pasa -insistió Lorena, su preocupación intensificándose como una tormenta inminente.
Las tres mujeres la miraban, expectantes, en un estado de ansiedad compartida que crecía con cada segundo que Adriana permanecía en silencio. Su rostro había palidecido, y sus ojos parecían vacíos. La situación ya era lo suficientemente desgarradora por la crisis de René, y no sabía cómo podría empeorar con otra mala noticia.
Pero en su interior, sabía que no podía permanecer callada. Tenía que arrojar luz sobre la verdad, sin importar lo dolorosa que fuera. Con todas sus fuerzas y el corazón agitado, finalmente Adriana habló:
-Dante... -su voz tembló-. Se ha llevado a Selena y a Mariana.
Las palabras colisionaron en el aire, y el ambiente se volvió denso, como si una oscura nube de desesperación hubiera caído sobre ellas. Era evidente que Dante utilizaría a Selena y a Mariana como armas en su venganza contra Astrid, y esa verdad les helaba la sangre.
Lorena se desmoronó al escuchar la devastadora revelación. Mariana, su pequeña que había crecido en su vientre durante nueve largos meses, estaba en peligro. La mera idea de lo que Dante pudiera hacerle a sus hijas la aterrorizaba. Con un grito ahogado, se dejó caer al suelo, sollozando desconsoladamente.
Adriana se apresuró a abrazarla, intentando ofrecer un consuelo que a ambas les resultaba difícil encontrar. La preocupación y el miedo se reflejaban en el rostro de Adriana, una imagen de desolación compartida en un momento que amenazaba con consumirlas a todas.
Mientras tanto, Astrid observaba a sus madres, completamente destrozadas, y sentía que una ola de culpa la ahogaba. Se levantó lentamente de donde estaba sentada, su rostro pálido, su mirada vacía, como si su alma hubiera abandonado su cuerpo. La abrumadora sensación de responsabilidad la envolvía en una oscura neblina.