La luz suave y cálida de la habitación inundaba el espacio, envolviendo a Astrid y Selena en una atmósfera íntima y sensual. La música, un susurro de violines y pianos, parecía latir al compás del corazón de Astrid, que palpitaba con cada pincelada que aplicaba sobre el lienzo.
Selena, reclinada con una elegancia casi divina, tenía su cuerpo curvado en una pose que parecía haber sido esculpida por los dioses. Sus ojos, como dos avellanas brillantes, reflejaban la alegría de ser la musa, la inspiración, la obra maestra de la mujer que la amaba.
Astrid capturaba cada detalle de Selena: la sinuosa curva de su cintura, la caída sedosa de su cabello castaño, la suavidad aterciopelada de su piel. Cada trazo era un tributo a la belleza que tenía ante ella.
Después de horas de dedicadas pinceladas, Astrid finalmente se hizo a un lado y dio la vuelta al lienzo. Selena quedó sin aliento al contemplar su propio reflejo en la pintura. La forma en que Astrid había capturado la luz en sus ojos, la suavidad de su piel, la curva de su sonrisa... todo era perfecto.
-Tus manos son una obra de arte -dijo Selena, su voz temblando de emoción y admiración.
Se sentó en la cama, la mirada fija en el cuadro, como si estuviera viendo su propio reflejo por primera vez.
Astrid sonrió, sus ojos resplandecían con orgullo y deseo.
-El arte eres tú -respondió, su voz baja y sensual-, este lienzo sería algo sin sentido si no hubieras sido plasmada en el... y me encantaría fundirme en ti.
-¿Fundirte en mí? -repitió Selena, su voz un susurro lleno de complicidad. Su mirada era una invitación, un desafío, una promesa.
Astrid se puso de pie y dio un paso hacia adelante, acercándose a Selena. -Quiero perderme en ti... en tus curvas, en la profundidad de tus ojos, en la calidez de tu sonrisa -declaró, su voz rebosante de pasión.
-Entonces, ¿qué esperas? Ven aquí -tentó Selena con una sonrisa provocadora, sus piernas ligeramente separadas, dando paso al pecado.
Astrid no dudó y se acercó de inmediato, entrelazándose con Selena. Sus miradas se encontraron a escasos centímetros, y Selena notó una mancha de pintura en la mejilla de Astrid. Intentó limpiarla con el dedo, pero sólo logró extender el color.
-Si quieres que no tenga pintura sobre mí, deberías mirar mi ropa -dijo Astrid, su mirada cargada de insinuaciones-. Vas a tener que quitármela.
Las palabras flotaron en el aire como un hechizo, prometiendo un desenlace que ambas deseaban.
Selena se quedó con la mano suspendida en el aire, la pintura brillando en su piel como un tatuaje de deseo. Miró a Astrid con una sonrisa pícara, el aire cargado de una provocación palpable que les envolvía.
-¿Estás segura de que quieres jugar con fuego? -preguntó Selena, su voz baja y seductora, un susurro que parecía vibrar en el aire.
Astrid asintió con la cabeza, sus ojos ardían con deseo y desafío. -Estoy segura de que quiero sentir tu fuego -respondió, la intensidad de sus palabras resonando en la habitación.
Selena se acercó, la proximidad de su cuerpo haciendo que la temperatura se disparara. Su respiración, suave y cálida, danzaba sobre la piel de Astrid, mientras sus dedos se movían con lentitud, desabrochando uno a uno los botones de la camisa de Astrid. Cada pequeño movimiento era una caricia, una promesa ardiente de lo que estaba por venir.
La camisa cayó al suelo, dejando al descubierto la piel suave y pálida de Astrid, un lienzo donde la pasión podría desplegarse. Selena se detuvo, su mirada recorriendo cada centímetro de la belleza que tenía frente a ella, un fuego que crecía en su interior.