El siguiente capitulo es corto, a diferencia de los otros que pueden alcanzar las 7000 palabras, este no supera las 3000. No es porque no haya tenido tiempo, se debe a la carga emocional que trae este capítulo. En las casi 3000 palabras del capítulo de hoy hay desesperación, impotencia, ansiedad y fuerte deseo de venganza.
No soy cruel... conozco el precio que nos impone la vida para alcanzar la felicidad.
Astrid se encontraba acorralada por los guardias de seguridad en la sala del aeropuerto, su rostro reflejando la desesperación que la consumía. Sus ojos, brillantes de lágrimas, rebosaban frustración mientras luchaba por liberarse del agarre de los uniformados.
-¡Déjenme pasar! -imploró, su voz temblorosa llena de urgencia-. ¡Tengo que abordar ese avión!
Los guardias, implacables, la mantenían bajo control, ajenos a su angustia palpable.
-Lo siento, señorita. No puede entrar sin autorización -replicó uno de ellos con un tono monótono, carente de empatía.
Astrid se debatía entre la rabia y el miedo, con la respiración entrecortada. Cada segundo era crucial. René, la mujer que había sido como una abuela para ella, estaba a bordo, y un oscuro presentimiento le decía que algo terrible iba a ocurrir.
Con un último impulso de desesperación, Astrid intentó zafarse, empujando a los guardias, pero fueron firmes en su postura. Un leve destello de alerta cruzó sus rostros, y asumieron una actitud más vigilante.
-Cálmese, señorita -advirtió uno de ellos con una firmeza que añadía a su creciente frustración-. No podemos dejarla pasar.
El desasosiego trepaba por su garganta, ahogando su voz mientras luchaba por ordenar sus pensamientos. La presión se hacía insoportable, y, con un hilo de voz casi inaudible, logró soltar la bomba que, aunque impensable, era su única carta.
-¡Hay una bomba en ese avión!
Los guardias, por un momento, se miraron entre sí, una chispa de incredulidad iluminando sus rostros al escuchar esas palabras.
-¿Cómo sabe eso? -preguntó uno de ellos, su tono ahora cargado de desconfianza y una leve amenaza.
Astrid sintió que su paciencia se desgastaba rápidamente. La desesperación la inundaba. ¿Por qué no podía ver la verdad en sus ojos? El tiempo se escurría y su lucha apenas comenzaba.
-No importa cómo lo sé -gritó Astrid, su voz resonando con una urgencia palpable-. ¡Solo tienen que creerme!
Mientras tanto, Lorena luchaba por establecer contacto con Rene, su dedo pulgar moviéndose frenéticamente sobre la pantalla del teléfono, pero la llamada nunca lograba conectarse.
-¡René, responde! -murmuró Lorena, la ansiedad apretándose en su pecho como una serpiente constrictora.
El teléfono de René permanecía en modo avión, y su llamada se perdía en un abismo sin respuesta. Todo parecía girar en una espiral de desesperación.
Astrid, aún forcejeando con los guardias que la retenían, sentía como si el tiempo se escurriera entre sus dedos. El latido de su corazón resonaba en su pecho, un eco de un presentimiento funesto que la envolvía en una oscura y creciente inquietud. Cada segundo contaba, y la posibilidad de perderla todo parecía más real que nunca.
Los oficiales de seguridad intercambiaron miradas, convencidos de que Astrid se encontraba en un estado de histeria y descontrol total.
-Saquen a esta mujer del aeropuerto -ordeno uno de ellos, su tono firme pero impaciente, como si se tratara de un asunto cotidiano.