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La lluvia caía en finas agujas sobre el convento, cubriendo el suelo empedrado con un manto de humedad que parecía oprimir el aire y los pensamientos de Jake. Había pasado días absorto en las cartas de Dominic y Jhon, sumergiéndose en sus palabras hasta sentirlas palpitar en sus propios sueños. Cada línea escrita hablaba de un amor condenado, de miradas robadas en oscuros rincones, de promesas susurradas con temor en el corazón.
Aquella tarde, mientras avanzaba por el pasillo que conducía a la biblioteca, sintió un frío inexplicable en la espalda. Era como si alguien lo observase desde las sombras, un fantasma silencioso que le recordaba que el pasado nunca desaparece del todo. Se detuvo, escuchando el eco de sus propios pasos resonar en las paredes de piedra. Pero no había nadie. Solo él y aquel peso invisible, como una presencia que lo acompañaba sin rostro, sin nombre.
Al llegar a la biblioteca, encendió una vela y la colocó en la mesa, iluminando el montón de cartas esparcidas a su alrededor. Miró la carta que sostenía entre las manos, una de las últimas que había encontrado, y comenzó a leer en voz baja.
"Querido Jhon,"* decía la carta, en un tono que parecía más desesperado que las anteriores. "No sé cuánto más podré soportar. El miedo me consume, y cada día siento que estamos a punto de ser descubiertos. Anoche, creí escuchar pasos fuera de mi ventana, y un escalofrío recorrió mi cuerpo al pensar en lo que podría suceder si nos encontraran juntos. Pero, aun así, no puedo imaginar un mundo sin ti. Preferiría enfrentar cualquier castigo antes que renunciar a este amor."
Las palabras lo dejaron sin aliento. Jake sintió la angustia de Dominic traspasar el papel, como si aquel joven desconocido le susurrara su sufrimiento a través de las décadas. Un amor condenado a la clandestinidad, oculto bajo el peso del miedo y las miradas ajenas. Jake entendía ahora que, para ellos, cada día había sido una lucha contra el tiempo, una cuenta regresiva hacia lo inevitable.
Mientras intentaba procesar la intensidad de aquellas emociones, escuchó un ruido detrás de él. Se giró y vio a Heeseung de pie en el umbral, mirándolo con una expresión indescifrable. Sus ojos oscuros brillaban con una mezcla de tristeza y algo más, algo que Jake no lograba comprender del todo.
—¿Otra vez aquí, Jake? —preguntó Heeseung, avanzando con pasos cautelosos.
Jake asintió, sin apartar la vista de las cartas. Sentía que cuanto más leía, más necesitaba saber; como si en esos escritos estuviera la clave de algo que había estado buscando sin saberlo.
—No puedo dejar de leerlas —admitió finalmente, con un tono de voz que parecía más un susurro que una confesión—. Hay algo en su historia... es como si fuera un eco, como si ellos intentaran advertirme o mostrarme algo.
Heeseung se detuvo junto a él, observando las cartas con la misma intensidad. Su rostro se ensombreció, y Jake notó una leve tensión en sus labios, como si quisiera decir algo pero se contuviera.
—Incheon es un lugar donde los ecos del pasado nunca desaparecen, Jake —dijo finalmente Heeseung, con voz suave—. Este convento, este pueblo... hay cosas que intentan mantenerse ocultas. Pero esos ecos, esas voces, encuentran maneras de volver. Lo que vivieron Dominic y Jhon no es solo una historia; es un recordatorio de lo que sucede cuando intentas desafiar lo que otros consideran intocable.
Jake se quedó en silencio, absorbido por las palabras de Heeseung. Por un momento, sintió que el tiempo se detenía, como si aquella tarde de lluvia y penumbra no fuera más que un recuerdo que se repetía una y otra vez. En aquel instante, el pasado y el presente se entrelazaban, y Jake sintió que formaba parte de algo mucho más grande que él.
—¿Cómo sabes tanto sobre ellos? —preguntó, tratando de buscar una respuesta en los ojos de Heeseung.
Heeseung vaciló, mirando hacia las sombras que cubrían la biblioteca. Parecía debatirse entre hablar o guardar silencio, como si las palabras que estaba a punto de pronunciar tuvieran el poder de cambiarlo todo.
—Te conté sobre mi abuelo —dijo finalmente—. Él fue uno de los pocos que conoció a Dominic y Jhon, que los vio juntos en sus momentos de desesperación y felicidad. Me hablaba de ellos como si aún los recordara con claridad, como si sus rostros aún lo atormentaran en sueños. Cuando era niño, solía decirme que había historias que no debían repetirse, que algunas verdades debían permanecer enterradas.
Jake sintió un nudo en la garganta. Entendía, ahora más que nunca, que la historia de Dominic y Jhon era una advertencia. Pero ¿advertencia de qué? ¿De amar sin restricciones en un lugar que desprecia la libertad? ¿De desafiar las normas en un mundo que castiga la diferencia?
—Heeseung, ¿alguna vez has sentido algo así? —preguntó sin pensar, su voz llena de una mezcla de curiosidad y miedo. No sabía por qué lo preguntaba, pero necesitaba saberlo. Necesitaba entender si Heeseung compartía, de algún modo, el mismo dolor que Dominic y Jhon.
Heeseung lo miró, y en su mirada había algo roto, una sombra que Jake reconoció de inmediato.
—A veces, los ecos del pasado son tan fuertes que nos envuelven, Jake —dijo Heeseung, sus palabras cargadas de tristeza—. Y cuando eso sucede, uno se encuentra atrapado entre el miedo y el deseo. Entre el silencio y el grito.
La vela que iluminaba la biblioteca titiló, como si fuera a apagarse. Jake sintió un impulso inexplicable, y antes de darse cuenta, había extendido la mano hacia Heeseung, buscando una conexión tangible en medio de la incertidumbre. Heeseung permaneció inmóvil por un momento, su respiración contenida, sus ojos fijos en los de Jake. El tiempo se detuvo, y en aquel instante, los ecos del pasado y el presente se unieron.
Finalmente, Heeseung retiró la mano con suavidad, pero sin dejar de mirarlo. Jake sintió que, aunque no se hubieran tocado, algo importante había cambiado entre ellos. Había una verdad en sus miradas, una verdad que aún no podían expresar en palabras, pero que latía en el silencio que los envolvía.
—Tal vez algún día encuentres todas las respuestas que buscas —dijo Heeseung en un susurro—. Pero debes estar preparado para enfrentarlas.
Y con esas palabras, se dio la vuelta y salió de la biblioteca, dejando a Jake solo con las cartas, el eco de un amor prohibido, y el inconfundible latido de su propio corazón, que ahora le hablaba de deseos y miedos que aún no sabía cómo nombrar.
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el secreto de las cartas de amor; heejake!ღ
Historische RomaneJake , un joven escritor coreano, llega a Incheon, un pequeño pueblo andino envuelto en misterio, para investigar el antiguo convento del lugar. Entre los viejos libros de la biblioteca, descubre un paquete de cartas secretas que narran un romance p...