fifteen

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El aire fresco de la mañana envolvía a Jake y Heeseung mientras caminaban por las estrechas calles de Incheon. El pueblo parecía estar suspendido en el tiempo, como si nada hubiera cambiado desde la última vez que lo habían recorrido, pero ahora todo era diferente. Jake sentía que, al igual que el día que amanecía ante ellos, algo importante se estaba gestando en sus corazones.

Llevaban las cartas de Dominic y Jhon guardadas en un sobre de tela, un pequeño testamento que aún podía cambiar el destino de aquellos que habían intentado ocultarlo. Jake sabía que lo que estaban a punto de hacer los pondría en el centro de una tormenta, pero no podía dar marcha atrás. Ya no podía vivir con la incertidumbre de que la verdad se quedara enterrada.

Heeseung caminaba a su lado, más callado que de costumbre. Jake no podía dejar de notar la tensión en sus hombros, como si el peso de todo lo que estaban a punto de hacer estuviera afectando su ánimo. Jake había aprendido a leer los gestos de Heeseung, y en ese momento sentía que su amigo necesitaba algo más que palabras.

—¿Estás seguro de esto? —preguntó Jake, sin poder evitarlo. Aunque su determinación era firme, no quería arrastrar a Heeseung en algo de lo que no estuviera convencido.

Heeseung lo miró con una mezcla de complicidad y tristeza. Durante tanto tiempo, había guardado el secreto de la historia de Dominic y Jhon, pero ahora no podía seguir ocultándolo, no cuando el amor y la verdad estaban tan al alcance de la mano.

—No estoy seguro de nada —respondió Heeseung en voz baja, su tono grave—. Pero lo que sé es que no quiero que el miedo gobierne nuestras vidas. No quiero vivir con el arrepentimiento de no haberlo intentado.

Jake le sonrió, agradecido por la honestidad de Heeseung. Era lo que más necesitaba escuchar en ese momento: que ambos estaban en el mismo camino, juntos.

A medida que avanzaban, llegaron al centro del pueblo, donde la plaza principal estaba llena de gente, pero algo en el aire parecía distinto. Los murmullos se apagaron cuando Jake y Heeseung cruzaron la entrada de la plaza, como si los habitantes del pueblo de alguna manera supieran que algo importante estaba a punto de suceder.

Jake sintió el peso de las miradas sobre él. Incheon no era un lugar donde las revelaciones pasaran desapercibidas, y él sabía que, al caminar hacia la plaza, estaba caminando hacia la confrontación. Las historias del pasado nunca se olvidan, y las del presente también dejan cicatrices.

—¿Listo? —preguntó Heeseung, su voz un susurro mientras se acercaban a la taberna del pueblo, donde sabían que encontrarían a los ancianos que aún recordaban a Dominic y Jhon.

Jake asintió, su corazón latiendo más rápido mientras pensaba en lo que estaba por hacer. Decidió que no podía seguir esperando el momento perfecto. Si lo dejaban pasar una vez más, lo lamentaría el resto de su vida.

Al entrar a la taberna, el ambiente cálido y denso de humo les dio la bienvenida, y al instante, las miradas se dirigieron hacia ellos. Los ancianos que solían ser los guardianes de los secretos del pueblo ya no eran tan temibles como antes. Ahora, ellos eran los que temían la verdad.

En una esquina de la taberna, un hombre de cabello canoso y ojos oscuros los observaba. Era uno de los pocos que quedaban de la generación que había conocido a Dominic y Jhon. Al verlo, Heeseung tensó el cuerpo, como si reconociera algo en su mirada que aún le causaba incomodidad.

Jake se adelantó, decidido a no dejar que la tensión los detuviera. Sabía que tenía que hacerlo, y tenía que hacerlo ahora.

—Tengo algo que mostrarles —dijo Jake con firmeza, levantando el sobre con las cartas—. Estas cartas cuentan la verdadera historia de Dominic y Jhon. La historia que nunca quisieron que supieran.

Un murmullo recorrió la taberna, y el anciano de ojos oscuros se levantó lentamente, su rostro arrugado por el paso del tiempo, pero aún tan firme como el de un hombre que había vivido por más de lo que muchos podían imaginar.

—¿Qué es lo que piensas hacer con esto? —preguntó el anciano, su tono grave pero sin la arrogancia que solía tener. Parecía haber algo en su voz que, de alguna manera, reflejaba un reconocimiento.

—Voy a contarlo —dijo Jake, con la mirada fija en él—. La verdad no puede seguir siendo oculta. Dominic y Jhon vivieron, se amaron, y su historia merece ser escuchada. Quiero que todos sepan lo que realmente pasó, sin mentiras, sin silencios.

El anciano lo miró largo rato, y cuando sus ojos se encontraron con los de Heeseung, un leve temblor pareció recorrer su cuerpo. Jake no comprendió la mirada, pero algo en su interior le decía que el viejo sabía más de lo que dejaba ver.

Finalmente, el anciano suspiró y se sentó de nuevo, su rostro marcado por la derrota.

—Haz lo que debas hacer —dijo, sus palabras sonando como una condena—. Esta historia ha pesado sobre nosotros durante décadas. Pero recuerda, muchacho, las palabras tienen poder, y a veces, el poder de la verdad puede ser más destructivo que cualquier mentira.

Jake no retrocedió. Sus manos temblaban al sostener las cartas, pero su corazón latía con fuerza. Sabía lo que estaba haciendo. Lo que se sentía como una verdad finalmente revelada, aunque oscura y dolorosa, también era liberadora.

Heeseung se acercó a Jake y, por primera vez en todo el día, sus manos se encontraron de manera natural, casi como si el contacto físico entre ellos fuera una reafirmación del camino que ambos habían elegido seguir. No era un gesto lleno de pasión, pero sí de entendimiento. Era la fuerza silenciosa de dos personas que se habían comprometido no solo con la historia, sino también con la posibilidad de un futuro más libre.

Jake lo miró, y en sus ojos vio la misma determinación. Juntos, tomarían la verdad y no dejarían que nada ni nadie los detuviera.

—Lo haremos —murmuró Heeseung.

Jake asintió, más fuerte que nunca, y supo que, sin importar lo que sucediera, este era el momento decisivo. La historia de Dominic y Jhon sería contada, y el futuro de Incheon nunca volvería a ser el mismo.

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el secreto de las cartas de amor; heejake!ღDonde viven las historias. Descúbrelo ahora