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Alma estaba sola en casa, inmersa en sus libros, tratando de memorizar cada fórmula y cada dato para el examen que le esperaba el lunes. Afuera, la noche caía rápidamente, y el silencio de la casa acentuaba cada pequeño sonido, como el ligero crujido de las paredes y el murmullo del viento contra las ventanas. Sus padres, María y Bruno, y su hermana Carla, habían salido el fin de semana a una casa rural, y no volverían hasta el domingo por la noche.

Todo parecía normal hasta que un ruido sordo llegó desde el piso de abajo. Alma levantó la vista de sus apuntes, parpadeando, sin saber si era real o fruto de su imaginación. El sonido volvió a repetirse, esta vez más claro, más cercano, como un rasguño sutil pero continuo, deslizándose lentamente por el suelo, como si algo estuviera arrastrándose a través de la oscuridad. El eco del sonido hacía que cada vez pareciera más ominoso. Alma contuvo la respiración, sus ojos recorriendo la habitación en busca de una explicación. El rasguño continuó, su cadencia implacable, repieteando como si el mismo suelo estuviera gimiendo bajo el peso de algo invisible. Alma podía sentir la vibración a través de las tablas de madera, como si el sonido estuviera recorriendo todo el pasillo y acercándose poco a poco a su puerta.

El crujido cesó, pero luego algo más sucedió. Un susurro, casi imperceptible, como un murmullo lejano, llegó a sus oídos, como si alguien estuviera hablando desde otra habitación, aunque las palabras no eran claras. El aire en la habitación se volvió más frío, un escalofrío recorriéndole la piel, y Alma sintió un repentino cambio en la temperatura. Un escalofrío la atravesó cuando un suave y constante rasguño resonó de nuevo desde el pasillo, cada vez más insistente, como si alguien estuviera rascando las paredes o arrastrando algo pesado por el suelo. El rasguño que se arrastraba por el suelo comenzó a hacer eco en las paredes, como si una presencia intangible estuviera dejando su huella. Era tan claro, tan cercano, que Alma casi podía sentirlo debajo de sus pies. El sonido se detenía y volvía con una cadencia inquietante, como si la misma oscuridad estuviera respirando.
Con el corazón latiéndole rápido, se levantó de la silla y, con la voz temblorosa, llamó:

—¿Mamá? ¿Papá? ¿Carla?

No hubo respuesta. El silencio en la casa era ahora profundo, opresivo. Alma se quedó inmóvil, con la garganta apretada, esperando alguna señal, algún indicio de que no estaba sola. El sonido se apagó por un momento, pero un leve crujido proveniente del piso inferior la hizo girar bruscamente hacia la puerta. Algo no encajaba. Alma contuvo la respiración, su mente dando vueltas a la misma idea: no podía ser, estaba segura de haber cerrado la puerta principal con llave.

Dudó un instante, luego pensó en bajar, pero la lógica la detuvo. No tenía sentido; sus padres estaban lejos. Ella había revisado todo. Al menos eso creía. Decidió ignorarlo, pero no pudo deshacerse de la creciente sensación de que algo o alguien la observaba desde algún rincón oscuro de la casa. A medida que Alma miraba hacia el pasillo, creyó ver una figura al final, algo sombrío que se desvaneció en un parpadeo. Un estremecimiento la recorrió, y sin saber por qué, el aire se volvió pesado, como si el silencio estuviera esperando a ser interrumpido.
Se obligó a volver a su cuarto, pero la quietud no era tan reconfortante como solía ser. Un rato después, cuando por fin se acomodó en la cama, intentó cerrar los ojos, pero el malestar persistió. Los ruidos seguían, incesantes, retumbando en su mente. El aire frío la envolvía, y por un breve instante creyó que vio algo fuera de lugar. La ventana de la cocina, que había cerrado antes de empezar a estudiar, estaba entreabierta. ¿Pero cómo era posible? No recordaba haberla dejado abierta.

La sensación de ser observada volvió más intensa. Alma intentó concentrarse en la oscuridad, pero algo se movió detrás de ella, como si una presencia intangible la acechara desde las sombras. Los rasguños en las paredes volvieron a sonar, ahora más cerca, como si algo o alguien estuviera avanzando hacia ella, deslizándose con sigilo. Una ligera brisa acarició su cuello, tan fría que la hizo temblar. Pero cuando giró la cabeza, no había viento, ni ventana abierta. Algo la había tocado.
Un leve suspiro, cercano, recorrió la habitación, pero cuando Alma se giró, no había nada visible. Sin embargo, un susurro, casi inaudible, se oyó de nuevo, esta vez directamente detrás de su oído. "Alma..."
El miedo comenzó a ahogarla, el corazón palpitante, y sin poder evitarlo, cerró los ojos con fuerza, abrazándose a las mantas. Pero el frío persistió, la respiración a sus espaldas continuó, y el sonido de los rasguños, suaves pero constantes, parecían invadir toda la casa, como si algo estuviera esperando, acechando, preparado para salir de la oscuridad.

SIEMPRE VIGILADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora