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Kira

Después de una misión agotadora, decidí llamar a mis padres para ver cómo estaban.

—Padre, me da gusto volver a verlo —dije al verlo en pantalla—. Pero... ¿y papá? Suelen estar siempre juntos. Me enteré que mis hermanos ya nacieron.

—Afirmativo, nacieron con buena salud —me respondió.

Algo me pareció extraño.

—Padre, ¿dónde está mi papá? —pregunté con preocupación.

—Tomaré las palabras de tu papá y diré que es una larga historia, Kira —respondió, intentando eludir la pregunta.

—Tengo tiempo —insistí.

—Es difícil de explicar, Kira —me dijo. Justo en ese momento, un bebé trepó a su espalda. Llevaba ropa de la Federación: una camiseta amarilla pequeña y un pantaloncito negro. No era uno de mis hermanos.

—¿Y ese bebé? —pregunté con curiosidad.

—Es Jim. Los sibonianos lo convirtieron en uno; están intentando reparar la máquina para devolverlo a la normalidad —explicó.

—No sabía que papá era tan tierno de bebé —dije sonriendo—. Voy para allá; mi tripulación también podría ayudar.

Cuando llegué a la Enterprise, fui directo a la habitación de mis padres. Y sí, papá era un bebé... ¡y uno muy adorable!

No se separaba de mi padre. Si lo hacía, lloraba desconsoladamente, y siempre lo estaba molestando. El cabello de Spock, usualmente impecable, estaba hecho un desastre por las travesuras de papá. Conocí a mis hermanos, y eran adorables, mucho más tranquilos que él, pero tenían un aire de serenidad que hacía que papá pareciera aún más revoltoso.

Aún en este estado, debían continuar con sus labores para la Federación.

Spock

Después de la visita de Kira, tuvimos que regresar a las misiones. Aunque seguía cumpliendo mis funciones como capitán interino, Jim permanecía en mis brazos, observando como si intentara comprender todo lo que sucedía en la nave.

Cuando lloraba, debía salir del puente para calmarlo. Un día despertó más tarde de lo habitual. Me acerqué a su cuna, que compartía con nuestros hijos, y al levantarlo, noté que tenía fiebre. Fui inmediatamente con el doctor McCoy.

—Es solo una gripe, Spock. Los bebés son muy propensos a ellas. Le daré un antibiótico y estará como nuevo —me tranquilizó.

Ese mes, Jim estuvo inusualmente tranquilo. Al fin, cuando lograron reparar la máquina, lo coloqué en el centro y activaron el dispositivo.

Jim

Si iba a ser un bebé, ¡tenía que aprovecharlo! Me encantó molestar a Spock mientras pude, pero debía volver a mi vida de adulto.

—Me alegra volver a ser yo —dije, sonriendo mientras me levantaba de la camilla y abrazaba a Spock y luego a Kira.

—Capitán, ¿qué planeaban los sibonianos? —preguntó Chekov. Aunque los años pasaban, seguía teniendo esa expresión inocente.

—Querían mis años de vida. Los Xamitas vivimos un promedio de 300 años; tengo 49, así que me quedan más de dos siglos. Querían obtener una longevidad eterna si su plan funcionaba. Vámonos antes de que el resto de su gente aparezca.

Los años pasaron rápidamente; sin darme cuenta, mi segundo hijo, Kion, ya se había graduado de la Academia. Nuestra conexión creció con el tiempo; ya no era el niño que me rechazaba, y Spock se encargó de explicarle todo lo que había pasado. Todo estaba bien.

Un año después, en una misión

—Vamos, Huesos, estamos retrasando a la nave —le dije, impaciente.

—Niño, recuerda que ya no soy como antes. Quisiera tu juventud, tu vitalidad, Jim, pero… creo que esta misión de cuatro años será la última.

Esa frase me golpeó. Era mi mejor amigo, y de pronto, el tiempo se hizo evidente.

—Entiendo, Huesos… —contesté, aunque en realidad no quería aceptarlo—. Solo… vamos a la nave.

Durante la misión, noté algo diferente en él. Era más lento, su energía había disminuido, y no podía ignorar lo que me había dicho.

Spock

Jim no encontraba paz aquella noche.

—¿Qué te preocupa? —le pregunté mientras nos preparábamos para dormir.

—Es Huesos… Me dijo que esta sería su última misión, Spock. No me había dado cuenta de cuánto han pasado los años. No quiero ni pensar en… —su voz se quebró.

Lo abracé, buscando calmarlo.

—Jim, no es correcto que pienses así. Según lo que sé, los humanos suelen vivir más de 70 años, en promedio.

—Eso no ayuda, Spock —dijo, frustrado.

—Mi punto, Jim, es que el doctor tiene aún muchos años por delante. No debes atormentarte ahora —traté de tranquilizarlo.

Nos recostamos, y él me abrazó, encontrando la paz que necesitaba para dormir.

Spock (reflexión final)

No quise preocupar a Jim, pero sabía que el doctor probablemente ya sentía que su tiempo se agotaba. Lo he visto en muchos seres a lo largo de mi vida: antes de la muerte, hay una conciencia sutil, una certeza en sus miradas.

El doctor McCoy fue, de cierta forma, el lazo que necesitábamos para fortalecer nuestra relación, Jim y yo. Sin él, la reconciliación que tanto significaba podría no haber ocurrido; sin su insensatez, quizás nunca hubiera sabido que Kira era mi hija en el momento que lo hice.

La idea de su muerte me duele profundamente. Y aunque sea inevitable, nadie en la tripulación está preparado para perderlo.

A TU LADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora