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Capitán Kirk

Spock y yo estábamos en el transbordador. La tensión flotaba en el aire, casi como una presencia palpable. Entonces, rompió el silencio.

—Capitán, mi deber como su primer oficial es advertirle que lo que usted y el almirante planean hacer con esos torpedos… no es ético. Es inhumano.

Sentí un brote de ira. ¿Inhumano? No podía entender cómo, después de todo lo que habíamos pasado, Spock todavía seguía cuestionando mis decisiones. Sin mirarlo, le respondí:

—Solo habrá una baja.

Mi respuesta fría lo descolocó, pero se mantuvo firme.

—Dejando de lado el reglamento, Jim, lo que planeas no es correcto.

Su comentario hizo que mi furia aumentara. Miré a un lado, apenas conteniendo mi frustración.

—dejando de lado el reglamento rescatarte de ese volcán fue lo correcto, y no me gané puntos por ello, Spock.

Antes de que Spock pudiera responder, una joven rubia entró en la sala. Mantuve la vista en mi primer oficial, pero la voz de la teniente captó nuestra atención.

—Capitán Kirk. Soy la Oficial Científica Wallace. El almirante Marcus me ha asignado a su equipo.

Spock observó a la nueva oficial con sospecha.

—¿Solicitó otro oficial científico, Capitán? —su tono era una mezcla de preocupación y sorpresa.

—eso quisiera -dije tratando de alejar la incomodidad que sentía al ver que Spock dudaba de mí.—Bienvenida al equipo, Wallace. Toma asiento.

Al llegar a la nave, sentí una mezcla de rabia y ansiedad. Scott, nuestro ingeniero, también cuestionaba el uso de esos torpedos, algo que me agotaba aún más.

—Capitán, no puedo aceptar armamento sin saber su contenido. —La voz de Scott era firme, su lealtad a la nave superaba cualquier orden.

—Scott, necesitamos esos torpedos, y es una orden. No hay espacio para negociar.

Scott me miró con el ceño fruncido, su incredulidad palpable.

—En ese caso… renuncio.

Por un segundo, mi determinación flaqueó, pero no podía permitirme perder el control.

—Bien. Aceptado.

Cuando Scott abandonó la nave, sentí que un vacío pesado caía sobre nosotros. Huesos me llevó a la bahía médica y me examinó, preocupado.

—Jim, tu ritmo cardíaco está por las nubes. No eres invencible, te va a dar un colapso si sigues así.

Lo miré con una leve sonrisa, tratando de tranquilizarlo.

—Estaré bien, Huesos. Todo bajo control.

Regresé al puente, mi pulso aún acelerado. La nave partió rumbo a Kronos, pero mi mente seguía dando vueltas, entre el miedo y la rabia contenida. Apenas sentí que me sentaba cuando escuché la voz de Chekov.

—Capitán en el puente.

Asentí con la cabeza, mirando a cada uno de mis oficiales, tratando de enfocarme en la misión. Aunque dentro de mí, las dudas se acumulaban.

—Señor Chekov, sabe todos los sístemas de la nave ¿no es asi? - el chico asintió-  Necesitamos tener a alguien en quien confiar ahí, póngase una roja.

Chekov me miró con una mezcla de orgullo y miedo.

Tome la iniciativa de seguír el consejo de spok así que solo llevariamos a Harrison con la flota

—¿Señor Spock, tiene algún consejo antes de ir a Kronos?

—De hecho, capitán. Es una misión suicida. Aun así… —hizo una pausa poco común de el, su rostro inexpresivo, pero sus ojos reflejaban una preocupación oculta—. Me alegra que haya seguido mi consejo.

—¿A usted, alegre? —murmuré sarcásticamente, con una sonrisa irónica— Me cuesta imaginar eso, Spock.

Spock inclinó levemente la cabeza.

—Consideré adecuado usar su lenguaje para expresarlo.

La incomodidad entre ambos era evidente. Spock sabía que no estaba de acuerdo con él, y yo entendía que, en el fondo, me sentía vulnerable a su juicio.

Cuando llegamos a Kronos, algo salió mal con la nave. Spock, Uhura y yo intentamos dar con el problema, pero no podía dejar de sentir que algo o alguien estaba saboteando la misión.

Tras aterrizar en el planeta, estábamos rodeados. Los Klingons parecían querer aniquilarnos ahí mismo, pero Uhura se ofreció a intentar razonar con ellos en su idioma.

— Capitán me trajo porque hablo klingon, entonces déjeme hablar klingon—pidió, su voz temblaba pero sus ojos brillaban con determinación.

Le di un asentimiento rápido, aunque mi corazón se detuvo cuando salió a hablar con los Klingons. Mis labios se apretaron, y la ansiedad me invadió mientras veía que su negociación no estaba funcionando. Cuando uno de los Klingons levantó su arma para atacarla, Harrison, nuestro prisionero, emergió de las sombras, disparando contra ellos.

Spock y yo corrimos a asistir, aunque Harrison tenía una habilidad casi sobrehumana y en un instante, me desarmó. Su fuerza era inexplicable.

—¡Basta! —dijo Spock con su tono de mando, apuntando—. Tenemos setenta y dos torpedos listos para lanzarte si tocas al capitán.

Harrison se detuvo, y una expresión extraña cruzó su rostro.

—¿Setenta y dos?

Harrison se rindió, y por un instante sentí un alivio al verlo poner sus manos detrás de la cabeza. Lo llevamos de vuelta a la Enterprise, pero su actitud calmada era inquietante, y algo en sus ojos me decía que había mucho más que estaba ocultando.

Más tarde, en la enfermería, Huesos me revisó. Estaba preocupado, pues mi ritmo cardíaco seguía fuera de control, pero mi mente no estaba ahí. Solo podía pensar en las palabras de Harrison: "Setenta y dos". Algo me decía que ese número era crucial, una clave para entender la gravedad de nuestra situación.

Hablé con Harrison mientras huesos le sacaba sangre debido a su curiosidad de que era un súper humano o algo así, Hiba a retirarme, Pero...

—morira capitan kirk, está vez no logrará salvarse.

Me desplomé, y en ese instante, Spock se acercó, me cargó, llevándome a la bahía medica

—Jim, necesitas descansar. Si insistes en continuar sin controlarte, pondrás en peligro tu vida y la de todos los que estamos aquí contigo.

—Es fácil para ti decirlo, Spock —murmuré, exasperado—. No todos tenemos la capacidad de ser tan fríos.

Pero en lugar de responderme, Spock colocó una mano en mi hombro, una muestra de apoyo que, viniendo de él, significaba mucho más de lo que jamás podría admitir. Con un susurro que solo yo pude escuchar, dijo:

—Jim, estás haciendo lo mejor que puedes. No estás solo.

Me quedé mirándolo, sin palabras, mientras el peso de la misión y la tensión entre ambos desaparecían, aunque solo fuera por ese instante, mientras me quedaba dormido por un sedante que administraba huesos

—le administre un sedante, puede quedarse si quiere.

A TU LADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora