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Jim

Nos encontrábamos en un planeta primitivo, huyendo de una civilización que ni siquiera conocía el metal. Huesos y yo corríamos por los oscuros bosques, mientras Spock, allá en la distancia, se preparaba para intentar detener un volcán a punto de hacer erupción, capaz de aniquilar a toda la población.

Había robado un objeto sagrado de los nativos, algo que nos perseguían con furia por recuperar. Pensé rápido, y lo dejé colgando de una rama, en lo alto de un barranco, para distraer a nuestros perseguidores y ganar tiempo para lanzarnos hacia el océano. La Enterprise nos esperaba, una silueta segura en el cielo.

-Capitán en el puente -anunció Chekov.

-¿Dónde está el Sr. Spock? -pregunté, preocupado.

-Sigue ahí, Capitán -me informó Sulu, los ojos fijos en la pantalla.

-Capitán, la extracción no funcionó -anunció Uhura.

Sentí un nudo en el estómago.

-¿Podemos transportarlo?

-A esta distancia, no, Capitán -respondió Chekov.

-Tenemos comunicación -dijo Uhura, intentando mantener la calma.

-Spock -dije, tratando de ocultar mi preocupación-. ¿Puedes salir de ahí?

La estática zumbó por un segundo, luego la voz de Spock, controlada y serena como siempre, se escuchó.

-Lo siento, Jim. El arma se activó, no hay nada más que hacer.

No podía aceptarlo. No podía dejarlo allí, no podía permitir que mi... que Spock muriera.

-¿Y si salimos de aquí? ¿Podríamos transportarlo?

-Sí, Capitán -afirmó Chekov.

-Capitán, eso violaría la regla más importante de la Federación -me recordó Spock con una voz casi... resignada.

La comunicación se cortó. Sentí una desesperación nueva. Miré a Huesos buscando respuestas, alguna señal de lo que debía hacer.

-Si Spock estuviera aquí y yo allá... ¿qué haría él? -pregunté, sabiendo ya la respuesta.

-Te dejaría morir -respondió Huesos sin rodeos.

Claro que sí, pensé. Quizás era capaz de hacerlo... pero yo no podía. No podía dejar que Spock muriera, reglas o no.

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Narrador

Spock había aceptado su destino en el volcán. Estaba listo para enfrentar la muerte con la dignidad lógica que los vulcanos practicaban. Pero Jim Kirk era diferente. Y Jim Kirk no lo iba a dejar morir.

Desafiando todas las reglas, Jim ordenó la extracción, y Spock apareció en la sala de transporte de la nave.

-Jim, acaba de romper muchas reglas de la Federación -le dijo Spock con voz tensa, pero tranquila.

Jim lo miró, y en su expresión, toda la preocupación se convertía en algo cálido e inamovible.

-Por tu vida, vale la pena romper cualquier regla -respondió.

Spock no dijo nada. Aunque los vulcanos rara vez muestran emociones, por un segundo, en su mirada se reflejaron los sentimientos complejos que comenzaba a tener por Jim. Pero sabía que no podía admitirlo tan fácilmente.

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Días después, en la Tierra

A Jim y Spock los convocaron a la oficina del Almirante. Jim entró animado, con la esperanza de que sería la misión de cinco años que tanto anhelaba. Sin embargo, pronto supo que se trataba de algo muy diferente.

A TU LADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora