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Jim

Esa misión había sido más tranquila que otras, al menos en comparación con todo lo que habíamos enfrentado antes. Pero algo me inquietaba. Huesos ya no me insultaba como solía hacerlo, su sarcasmo característico se había desvanecido. No era el mismo hombre que había conocido en la academia, el amigo que siempre tenía una respuesta mordaz y un consejo disfrazado de reproche.

Me preocupaba.

De vez en cuando, empezaba a hablar sobre nuestras misiones pasadas con una sonrisa extraña, casi melancólica.

—¿Recuerdas el día que Spock casi te mata? —dijo una tarde, con esa media sonrisa que parecía un mal intento de alivianar la conversación—. Quise matarte yo mismo. Y cada vez que pienso en esa misión, sigo creyendo que fue un milagro que no hayas perdido a Kira.

—Lo sé —contesté, intentando sonar ligero—. Ella es el mejor milagro que pude pedir. Pero tú me preocupas, Huesos. Estás sonriendo, ya no usas tu sarcasmo habitual, y no me molesta tanto como antes. Me preocupa que... te vayas.

Huesos suspiró y bajó la mirada, su voz más suave de lo que jamás la había oído.

—Jim, eres mi mejor amigo. Te juro que nunca me alejaré de ti, mocoso.

Lo dijo con una sonrisa, pero no me convenció. No del todo.

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Huesos

Sí, le mentí. No podía decirle lo que realmente sentía. ¿Cómo decirle que sabía que estaba cerca de mi final? Ni siquiera yo quería aceptarlo.

Solo esperaba poder llegar a ver la boda de Kira. Ella era como una sobrina para mí, y había programado la ceremonia para dentro de dos años. Pero cada vez sentía más cerca mi despedida.

Una tarde, mientras el sol se ponía, lo confesé sin decirlo directamente:

—¿Sabes, Jim? Si algún día muero, me gustaría hacerlo en un lugar lleno de flores, viendo el atardecer. Me da paz.

—No digas eso. No vas a morir aún, Huesos. Te quedan muchos años por delante.

—Si Dios quiere...

Vi la preocupación en sus ojos, pero no quise aliviarla. Era mejor dejar que las cosas pasaran como tenían que pasar.

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Jim

El día que me dijo cómo quería morir, supe que algo no estaba bien. Huesos no era de los que hablaban de esas cosas.

No podía perderlo.

—Spock —lo llamé una noche, y él levantó la vista de sus notas.

—¿Sigues pensando en el doctor? —preguntó con su habitual serenidad.

Asentí.

—Está muriendo.

Spock arqueó una ceja. —¿Y en qué basas esa conclusión?

—Me habló de cómo quiere morir —dije, pausando para controlar mi voz—. No puedo perderlo, Spock. Es como mi hermano. Si no fuera por él, nunca habría abordado esta nave sin permiso. No puedo imaginar una vida sin él.

—Lo entiendo, querido —respondió Spock con una ternura que rara vez mostraba—. Pero es algo inevitable.

Siempre pensé que sería yo el primero en morir.

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Huesos

Desperté esa mañana sabiendo que era el día. Ya no podía seguir en la nave. No quería que me vieran marchitarme.

Dejé todo en orden: delegué mi trabajo, escribí una carta para Jim y otra para Spock, y regresé a la Tierra.

Quería morir en paz. En un prado lleno de flores, viendo el atardecer. Era mi última voluntad.

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Jim

Cuando desperté, Spock estaba a mi lado, revisando su padd. Una notificación interrumpió su concentración, y de inmediato noté que algo iba mal.

—Jim, tienes que ver esto —me dijo, con más gravedad de la que solía usar—. Te pido que no te alteres.

Me mostró la carta.

*"Querido Jim,

Nunca he sido bueno expresando lo que siento, pero esta vez debo intentarlo. Sé que te prometí estar a tu lado siempre, y hasta este momento esa promesa fue mi razón de ser. Pero las circunstancias me obligan a dejarte antes de lo esperado.

Quiero que sepas que tu amistad ha sido el privilegio más grande de mi vida. Me diste un hogar, una familia, y un propósito. Sin ti, no habría encontrado nada de eso.

No lamento lo vivido, pero me duele despedirme. Cuida de Kira, de tus hijos, y de Spock. Si alguna vez sientes que necesitas una palabra, una guía, solo recuerda: siempre estaré contigo, de alguna manera.

Gracias por todo, viejo amigo.

Siempre tuyo,
Huesos."*

Terminé de leerla sintiendo que me faltaba el aire.

—Spock, necesitamos las coordenadas de Huesos, ahora.

Cuando llegamos, el atardecer teñía el prado con tonos dorados y rojos. Lo vi de lejos, tendido entre las flores. Mi pecho dolía, pero aún había esperanza. Corrí hacia él.

—Huesos... —susurré, cayendo de rodillas a su lado.

Sus ojos se abrieron lentamente, buscando los míos.

—Jim... —su voz era débil, pero su sonrisa estaba ahí—. Lo siento.

—No tienes que disculparte. Todo está bien. Yo estaré bien. Puedes descansar ahora.

Le sostuve la mano mientras él cerraba los ojos por última vez.

Leonard McCoy falleció esa noche, a las 18:32 horas, rodeado de flores, con el atardecer como testigo.

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En el lugar donde descansó por última vez, plantamos un árbol. Un roble fuerte, como lo era él. Cada año, cuando el sol se pone, regreso a ese prado, recordando a mi mejor amigo.

Nunca podré llenar el vacío que dejó, pero viviré cada día honrando su memoria. Porque Huesos no se fue del todo. Sigue conmigo, en cada decisión, en cada batalla, en cada risa.

Siempre estará conmigo. Siempre.

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